NICO LVIII

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Nico no sabía si darse de tortas o dárselas a Will Solace.

Si no se hubiera distraído tanto riñendo con el hijo de Apolo, no habría dejado que el enemigo se acercase.

Mientras los hombres con cabeza de perro avanzaban resueltamente, Nico levantó el bidente. Dudaba que le quedaran fuerzas para vencer pero, antes de que pudiera atacarlos, Will lanzó un silbido como si estuviera pidiendo un taxi.

Los seis hombres perro soltaron sus armas, se taparon los oídos y cayeron entre horribles dolores.

—Colega—Cecil abrió la boca para que se le destaponaran los oídos—. ¿Qué Hades has hecho? La próxima vez podrías avisar.

—Para los perros es todavía peor—Will se encogió de hombros—. Es una de mis pocas aptitudes musicales. Tengo un silbido ultrasónico terrible.

Nico no se quejó. Anduvo entre los hombres perro pinchándolos con la lanza. Las criaturas se deshicieron en sombras.

Octavio y los otros romanos parecían demasiado pasmados para reaccionar.

—¡Mi... mi guardia de élite!—Octavio buscó compasión—. ¿Habéis visto lo que le ha hecho a mi guardia de élite?

—Hay perros que necesitan ser sacrificados—Nico dio un paso adelante—. Como tú.

Durante un instante maravilloso, la Primera Cohorte al completo vaciló. A continuación volvieron en sí y pusieron sus pila en horizontal.

—¡Vais a morir!—chilló Octavio—. Los graeci creéis que podéis merodear a escondidas, saboteando nuestras armas, atacando a nuestros hombres...

—¿Te refieres a las armas con las que estabais a punto de dispararnos?—preguntó Cecil.

—¿Y los legionarios que estaban a punto de reducir nuestro campamento a cenizas?—añadió Lou Ellen.

—¡Típico de los griegos!—gritó Octavio—. ¡Siempre intentando tergiversar las cosas! ¡Pues no va a dar resultado!—señaló a los legionarios más cercanos—. Tú, tú, tú y tú: revisad todos los onagros. Aseguraos de que funcionan. Quiero que se disparen al mismo tiempo lo antes posible. ¡Vamos!

Los cuatro romanos echaron a correr.

Nico trató de mantener una expresión neutra.

"Por favor, que no revisen la trayectoria de disparo"—pensó.

Esperaba que Cecil hubiera hecho bien su trabajo. Una cosa era estropear un arma enorme, y otra estropearla tan sutilmente que nadie se diera cuenta hasta que fuera demasiado tarde. Pero si alguien tenía esa capacidad era un hijo de Hermes, el dios del engaño.

Octavio se acercó a Nico con paso resuelto. Había que decir en su favor que el augur no parecía tener miedo, aunque su única arma era una daga. Se detuvo tan cerca que Nico pudo ver las venas inyectadas en sangre de sus ojos. Resultaba inquietante lo saludable y fuerte que se veía. Nico lo recordaba como un espantapájaros humano de cara demacrada y cabello del color de espaguetis retorcidos, no como alguien que, a primera vista, podría ser confundido con una estatua del dios sol.

Nico sabía que Octavio era un heredero: un descendiente de Apolo separado del dios por muchas generaciones. Hacía cuestión de semanas, Octavio parecía una versión descafeinada y enfermiza de Will Solace: como una foto copiada demasiadas veces. Fuera lo que fuese lo que hacía especial a un hijo de Apolo, Octavio carecía de ello. Ahora, por algún motivo que escapaba a su comprensión, parecía más hijo de Apolo que los mismos hijos de Apolo. 

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now