REYNA XXIV

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No era que Reyna tuviera sentimientos encontrados.

Era como si los hubieran metido en una licuadora con grava y hielo.

Cada vez que veía a su hermana no sabía si abrazarla, llorar o marcharse. Por supuesto que quería a Hylla. Reyna habría muerto muchas veces de no ser por su hermana.

Pero su pasado juntas era más que complicado.

Hylla rodeó la mesa. Sus pantalones de cuero negros y su camiseta de tirantes negra le quedaban bien. Alrededor de su cintura brillaba una cadena de laberínticos eslabones de oro: el cinturón de la reina de las amazonas. Ella y Reyna tenían los mismos rasgos, el mismo cabello moreno y los mimos ojos marrones. Incluso llevaban el mismo anillo de plata con el emblema de la antorcha y la lanza de su madre, Belona. No obstante, allí terminaban las semejanzas. Hylla era mucho más grande y fornida que ella, casi a un nivel inhumano. Llevaba también una larga cicatriz blanca en la frente. Durante los últimos cuatro años se había descolorido. Cualquiera que no estuviera al corriente podría haberla confundido con una arruga de preocupación. Pero Reyna se acordaba del día que Hylla se había hecho esa herida en un duelo a bordo de un barco pirata.

—¿Y bien?—preguntó Hylla—. ¿No tienes palabras de afecto para tu hermana?

—Gracias por hacerme secuestrar—contestó Reyna—. Por lanzarme un dardo tranquilizante, ponerme un saco en la cabeza y atarme a una silla.

Hylla puso los ojos en blanco.

—Las normas son las normas. Como pretor, deberías entenderlo. Este centro de distribución es una de nuestras bases más importantes. Tenemos que controlar el acceso. No puedo hacer excepciones, y menos con mi familia.

—Yo diría que has disfrutado.

—Eso también.

Reyna se preguntó si su hermana estaba tan serena y tranquila como parecía. Le resultaba increíble, y un poco inquietante, lo rápido que Hylla se había adaptado a su nueva identidad.

Hacía seis años era una hermana mayor asustada que hacía todo lo posible por proteger a Reyna de la ira de su padre. Sus principales aptitudes eran correr y buscar sitios donde las dos pudieran esconderse.

Luego, en la isla de Circe, Hylla se había esforzado por destacar. Llevaba ropa llamativa y maquillaje. Sonreía y se reía y siempre estaba alegre, como si fingiendo felicidad fuera a ser feliz. Se había convertido en una de las ayudantes favoritas de Circe.

Cuando el santuario de la isla se incendió, fueron hechas prisioneras a bordo del barco de los piratas. De nuevo Hylla cambió. Se batió en duelo por su libertad, demostró ser mejor pirata que los propios piratas y se ganó el respeto de la tripulación hasta el punto de que Barbanegra las puso en tierra por miedo a que Hylla tomara su barco.

Y había vuelto a reinventarse como reina de las amazonas.

Por supuesto, Reyna comprendía por qué su hermana era tan camaleónica. Si no paraba de cambiar, no se fosilizaría en lo que su padre se había convertido.

—Las iniciales del letrero del Barrachina—dijo Reyna—. HDM. Hylla la Doble Matadora, tu nuevo apodo. ¿Es una broma?

—Sólo era para ver si te fijabas.

—Sabías que aterrizaríamos en ese patio. ¿Cómo?

Hylla se encogió de hombros.

—Viajar por las sombras es un acto mágico. Varias de mis seguidoras son hijas de Hécate. A ellas les resultó bastante sencillo desviaros, sobre todo porque tú y yo estamos conectadas.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now