"Yo no creo que alguien más sienta por ti lo que yo siento ahora.
Y todos los caminos que tenemos que andar son difíciles, y todas las luces que nos guían allá nos están cegando. Hay tantas cosas que me gustaría decirte, pero no sé cómo.
Porque tal vez tú seas el único que vaya a salvarme.
Y después de todo, tú eres mi maravilla"
—"Wonderwall", de Oasis.
---
1
No me gusta pensar en mí mismo como una víctima; es cierto que la vida no me trató muy bien por un tiempo, pero también sé que hay personas que les ha ido peor y que incluso no sobrevivieron. Hubo muchas ocasiones en las que yo consideré terminar con mi vida, en esas veces en las que mi papá me golpeaba tanto que perdía el conocimiento, o en las veces en las que Tao, Jongin y Suho me trataban tan mal que llegué a pensarlo muy seriamente. De hecho, una vez hasta tenía una soga entre mis manos y me dirigí al árbol y lo miré por horas, tratando de imaginar lo que pasaría cuando mi padre y los vecinos se despertaran y vieran un cuerpo sin vida colgando de ahí.
Pero, por muy increíble que sea, cuando ya estaba a punto de colgarme, de cortarme las venas en el baño con una de las navajas de rasurar de mi padre o de tomarme todas las pastillas que encontraba en el botiquín de la casa, había algo que me decía que esperara, que me faltaba una cosa más por ver, que, si me esperaba solo un poco más, sería testigo de algo grande y sólo para mí. Las cosas buenas llegan sin avisar, me dijo mi abuela un día, a veces hay que esperar muchos días, meses o incluso años. De hecho, hay personas que esperan toda una vida.
La vida no es tan larga, eso las personas no lo entienden hasta que la luz al final del túnel ya está muy cerca.
Fue en ese preciso instante, cuando mis pies colgaban de una vieja casa del árbol que estaba por caerse y que un chico que olía a auténticas flores en primavera tenía su cabeza recargada plácidamente sobre mi hombro, que me di cuenta de que la cosa maravillosa que estuvo esperando por mí tantos años, la razón por la que mi vida aún no llegaba a su fin, estaba frente a mis ojos.
Él dijo que se estaba enamorando de mí y mi corazón por fin descansó, después de tantas eternidades de espera.
Esa noche no dijimos nada más, sólo compartimos el mismo espacio y miramos las estrellas por mucho tiempo. Bajamos de ese árbol en silencio y conduje la bicicleta de regreso a nuestras casas. Al estar los dos de pie en el pequeño espacio que divide nuestras casas, nos miramos por un largo instante y nos besamos, con mis manos estrujando suavemente su cintura y sus manos aprisionando mi rostro en un cálido agarre.
Me fui a dormir con su esencia aun impregnada en mi ropa y con ese sabor dulzón en mis labios. Esa noche soñé que volvía a ver a mi madre y que ella me decía que todo estaba bien, que no había nada de qué preocuparse. Yo le creí, por supuesto, y dormí tranquilamente como si fuera ella la que me hubiera arropado de la misma forma que lo hacía cuando yo era un niño.
Desperté al día siguiente con pilas nuevas, tenía tanta energía que ni siquiera parecía yo. Estoy seguro de que si Namjoon o Seokjin me hubieran visto se habrían burlado de mí, ya que siempre decían que yo era tan lento y perezoso como un viejito. Me bañé y me alisté para la escuela en tiempo récord, bajé las escaleras casi corriendo. Cuando llegué a la planta baja mi hermano y mi abuela me miraron como si estuviera loco.