1. Max

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— ¡Papá! — Me quejo, luchando por sacar a Matt de mi habitación.

Ser la única  chica entre siete adolescentes es, terrible. Amo a mis hermanos, de verdad. Pero parece que no son capaces de dejarme en paz

Matt defintivamente disfruta de torturarme todo el tiempo,  y cuando eramos niños era divertido,  cuando no apestaba a sudor y se empeñaba en arruinar mi perfectamente cuidado cabello. Mi hermano se ríe antes de soltarme y dejarse caer en mi cama, junto a Princesa,  que lame su rostro contenta. Ugh, tendré que cambiar las sabanas

— Eres insufrible ¿Lo sabías? — Me quejo, limpiando mi rostro de su sudor. Es Martes por la tarde así que el idiota estaba en sus practicas de fútbol 

— Y tu una amargada — Se queja, incorporandose — ¿Me puedo quedar con tu cuarto cuando te mudes?

Levanto una ceja

— No voy a mudarme,  y largo de mi habitación  — Me quejo, tirando de él lejos, se deja llevar solo hasta la puerta — ¿No tienes alguien más a quien molestar?

— Mmm, mamá me regañó la ultima vez que hice llorar a Anabella, así que....eres mi ultimo recurso — Asegura palmeando mi cabeza, entrecierro los ojos en su dirección. 

Los hermanos menores son un fastidio.

Finalmente consigo deshacerme de él, así que regreso mi atención a la sabana apestosa y considero tomar una ducha antes de ir a cenar, hoy cocinará papá así que probablemente significa pasta.

Me doy una ducha, detestando la sensación pegajosa del sudor de Matt en mi cuerpo, sé que es mi hermano y demás del asco general que he desarrollado a su inexistente higiene personal, realmente no me sienta bien sentir mi piel sucia de cualquier manera. Al desnudarme, evito hacer contacto con el espejo, incluso si soy lo suficientemente vanidosa en público como para estar al pendiente de mi cabello y mi rostro. El resto de mi cuerpo es otra historia.

Soy delgada y aunque mis piernas son fuertes por todos los años de ballet y artes marciales, realmente soy más bien fibrosa, aunque he ganado de vuelta un par de kilos desde que dejé la casa de mi...de Tiffany, es dificil sacar su voz de mi mente.

Mis pechos son pequeños y  mi trasero es prácticamente inexistente.  Mi piel demasiado pálida, mis venas eran visibles incluso en mi abdomen, y las cicatricez en mi entrepierna son un constante recordatorio de la tortura a la que estuve expuesta por tantos años.

Al principio,  los cortes fueron un mecanismo de defenza, tal vez si no era tan "perfecta" como ellos decían, no intentarían tocarme.

— Tu piel aquí es tan suave — Había dicho Gregory la primera vez que puso sua manos sobre mi, un comentario que me había helado la sangre, un comentario que hasta el día de hoy me persigue incluso en sueños. Había creído inutilmente que si mi piel dejaba de ser suave ya no les interesaría.

No había servido de mucho, y ahora tengo cicatricez de las que me averguenzo profundamente. Cicatricez que de alguna forma me recordaban constantemente que nunca seré tan perfecta.

Me doy una ducha caliente, tallando con fuerza y lavando mi cabello con cuidado, siempre necesitando sentirme pulcra y limpia.

Cuando tocan a mi puerta,  sé que es hora de la cena, y justo a tiempo también,  he terminado de secar mi cabello.

Me pongo algo cómodo, una camiseta vieja de papá y una lycra.

Mi familia entera es...caótica, y lo admito, normalmente disfruto de las travesuras de los quintillizos y de ver a papá lidiar con ellos, sin embargo, desde que volví a casa las cosas se sienten diferentes. Todos me tratan como si fuera de cristal, excepto Matt, porque Matt simplemente es...bueno, demasiado parecido a Natasha.

Maldita Princesa - Una historia de Maldita PelorrojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora