♟️📱Capítulo 2 ♟️📱

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ANNA

Siete años atrás.

Todavía recuerdo la cara de mi madre en esa mañana. Recuerdo sus ojos llenos de una amalgama de miedo, confusión y vergüenza. Recuerdo su cuerpo tenso, su cabeza agachada, la humillación.

Oh, la humillación. Eso es lo que más se me ha quedado grabado a fuego en mis recuerdos. Ese sentimiento que arde en tu interior y no se va. He intentado dejar atrás ese día, seguir adelante y perdonar, incluso cuando nunca me pidieron perdón. Sin embargo, no he podido.

El resentimiento me carcome como lo hizo aquella mañana.

Ese día mi madre tenía que ir a ayudar a su jefa en el Club. Mi madre era, a falta de una mejor palabra, la sirvienta de la señora Matilde. Qué lindo nombre. Matilde. Para una persona con un corazón tan oscuro.

Muchos usan eufemismos para referirse al trabajo de sirvienta: ama de llaves, mucama, pero no, yo no usaré ninguna de esas palabras. Mi madre era una sirvienta. Mi padre estaba desempleado para la época, así que, ese trabajo era lo único que nos mantenía alejados de pasar hambre.

Y ese domingo, se supone que era su día de descanso. De donde yo vengo, casi nadie trabaja los domingos. Pero la señora Matilde obligó a mi madre a asistir al Club para ayudarle en la fiesta de cumpleaños número doce de su hija: Anita Shamash.

"Trae a la pequeña Anna," Matilde le dijo a mi madre. "De seguro las niñas se divertirán mucho".

No. ¿Cómo me iba a divertir con esa cretina de Anita? Yo la despreciaba. Odiaba que me restregara en cara sus juguetes. Odiaba que me restregara en cara su nuevo iphone, su ropa costosa, sus bolsos importados de Europa. Sin embargo, sí que quería ir al Club Campestre. Quería sentirme uno de ellos. Quería sentirme rica. Exclusiva.

Ese domingo le dije a mi madre que sí quería ir a esa fiesta. Hoy me pregunto: ¿por qué? ¿Por qué lo hice? ¿Por qué permití que me convencieran para ir? Ese es uno de los más grandes arrepentimientos de mi vida. Si pudiera devolver el tiempo, lo haría a la mañana de ese domingo y evitaría ir.

Llegamos temprano al club. En taxi. Alrededor de las ocho de la mañana. Desde la entrada del club podía escuchar las risas de los niños que venían desde la piscina, cerca del campo de golf. Y desde esa misma entrada, comenzaron las miradas llenas de juicio.

El vigilante del lugar. Un trabajador de clase obrera como mi mamá, la miró como si ella no perteneciera allí. "¿Qué necesita?", preguntó haciendo una leve mueca que el juraba que no se notaba. Pero yo lo noté. Noté el asco en las arrugadas comisuras de su boca.

"Soy... vengo a ayudar a la señora Matilde en la fiesta de su hija Anita," respondió mi madre.

El vigilante la miró por unos segundos, no muy convencido. Luego llamó por su radio a uno de los encargados de la fiesta. "Me confirmas el paso para la señora...".

"Rocío," respondió mi madre. "Rocío Guzmán de Echeverri".

Esperamos la respuesta por unos segundos. Segundos que se hicieron eternos. ¿Por qué? ¿Por qué no confiaban en nosotros y nos dejaban pasar? ¿Qué pensaban que íbamos a hacer? ¿Robarles los palos de golf?

"Confirmado el paso para la señora Rocío Guzmán," respondió una voz a través del radio del vigilante, quien agitó la mano, como señal para que dejaran entrar al taxi. Nos dio una indicación vaga de hacia dónde teníamos que ir. Se notaba que lo hacía de mala gana.

Cuando llegamos a la caseta donde se supone que estaba la fiesta de cumpleaños, Matilde le dio un regaño muy fuerte a mi madre. Escuché gritos del tipo: "¿Por qué llegaste tan tarde?", "¿No respetas el tiempo de los demás?". Etc.

Destruyendo a JaviannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora