🚕 Capítulo 38 🚕

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JAVIER

La mochila que cuelga de mis hombros se siente más pesada de lo normal. ¿Siempre ha sido así de pesada? ¿O es esto una consecuencia de lo agotado que me dejó el rechazo de Anna? Evado cuerpos que van y vienen por el aeropuerto, mientras arrastro mi maleta detrás de mí.

El bullicio de la gente y el constante sonido de las ruedas de las maletas rodando sobre el suelo no logran ahogar los pensamientos que me atormentan. Anna camina unos pasos delante de mí, y aunque estamos cerca físicamente, la distancia emocional entre nosotros es abismal.

El recuerdo de mi declaración en Ámsterdam me quema la mente. Le dije lo que sentía, lo que había estado guardando durante tanto tiempo, y ella me rechazó. Desde entonces, el ambiente entre nosotros ha sido incómodo. No hemos hablado mucho, y cuando lo hacemos, las palabras son cortas y vacías. A duras penas se miramos a los ojos. Me muero de la vergüenza.

Cada paso que doy hacia la fila de taxis parece un recordatorio de mi humillación. La dignidad por el suelo, trato de mantener la cabeza en alto, pero por dentro me siento derrotado. Me dije a mí mismo que valía la pena intentarlo, que debía ser honesto con mis sentimientos. Pero ahora, la única conclusión a la que llego es que fue un error.

Miro a Anna de reojo. Está ocupada revisando su teléfono, ajena a mi tormento. La veo tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos. Me doy cuenta de que he pasado demasiado tiempo persiguiéndola, rogándole por algo que no puede o no quiere darme. Es doloroso aceptarlo, pero debo seguir adelante. No puedo seguir humillándome, arrastrándome por su amor. Debo dejarla ir y encontrar una manera de olvidarla.

Respiro hondo, tratando de calmar el torbellino de emociones dentro de mí. Me repito que esto es lo mejor, que merezco a alguien que me quiera de la misma manera. Mientras nos acercamos a la fila de taxis, decido que este será el comienzo de un nuevo capítulo. Uno en el que no estaré atado a un amor no correspondido.

Horas más tarde, mis pies me llevan de vuelta a un lugar que pensé que no volvería a visitar.

El viento nocturno es fresco y cortante, pero no se compara con el frío que siento en mi interior. Llego a la puerta de la casa de Kika y, con una mezcla de desesperación y esperanza, toco la puerta. Ella abre los ojos como platos al verme allí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Su voz es agría como un limón—. Pensé que había quedado claro que no quería verte otra vez...

—¿Podemos hablar? —pregunto.

Ella frunce el ceño.

—Mi mamá te mataría si se entera que estás aquí...

Siento un nudo en la garganta, pero lo suelto todo de una vez.

—Estoy devastado, Kika. Necesito un oído amigo, alguien que me escuche.

Puedo ver en sus ojos que ya intuye que Anna ha vuelto a lastimarme. Ella suspira y dice

—Javier, no puedo seguir siendo el plato de segunda mesa para ti.

Empieza a cerrar la puerta en mi cara, pero evito que se cierre metiendo la mano

—Por favor, Kika, solo escúchame.

Ella duda por un momento, pero finalmente abre la puerta y sale a la terraza.

—A ver, te escucho —dice, cruzando los brazos.

—Kika... —comienzo, buscando las palabras adecuadas—. He estado equivocado todo este tiempo. He sido un tonto.

Ella me mira, con una mezcla de curiosidad y escepticismo en sus ojos.

—¿A qué te refieres, Javier? —pregunta, su tono aún frío.

Destruyendo a JaviannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora