⛈🏥Capítulo 40 🏥⛈

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JAVIER

Nunca me han gustado los hospitales. Desde pequeño asocié el hospital con dolor, enfermedad, inyecciones, mala comida y largas horas de espera. Un trauma. Tan solo sentir el olor a medicina en el aire, me hace estremecer.

Y aquí estoy, en un hospital. Esta vez no soy yo quien necesita atención. Tampoco nadie de mi familia. Como mi abuelo hace un par de años. Esta vez se trata de Kika.

Maldita sea. ¿Cómo llegamos a esto?

Sus padres llegan, me reclaman, me acusan, me gritan. ¿Qué fue lo que pasó?, me cuestionan una y otra vez. Y yo no sé qué responder. En algún momento balbuceo algo como "Kika tuvo una crisis nerviosa", "salió corriendo del carro y no la pude detener".

Por supuesto que la pregunta "¿cómo lo permitiste?" se repite demasiadas veces. Y yo también me he hecho esa pregunta. ¿Cómo lo permití?

Sus padres no me lo dicen. Pero de seguro piensan lo mismo que yo: yo tengo la culpa.

Una enfermera llega a la sala de espera. Su voz es como un eco lejano. Casi no entiendo lo que dice. Más o menos capto las palabras: traumatismo, concusión, sangrado interno, observación constante, cuidados intensivos, todavía es muy pronto saberlo.

Sin embargo, lo que me queda claro es que sigue viva. ¡Kika sigue viva! Está grave, al borde de la muerte, pero viva al fin de cuentas. Y mientras haya vida, hay esperanza.

¿No es así?

¿Qué se supone que haga ahora? ¿Qué se supone que deba decir? No hay nada que esté en mis posibilidades. No hay nada que pueda hacer para ayudar. Quizás, lo único que logre sea empeorar las cosas.

Como dije: yo tengo la culpa. Yo la llevé al límite.

La imagen de ella cayendo está grabada en fuego en mi mente. Ese momento se repite una y otra vez en un bucle. Es una tortura. La idea del infierno debe ser algo como esto. ¿Ella se resbaló o ella se lanzó? Creo que yo sé la respuesta. Siempre la tuve clara. Solo que es difícil enfrentar mi propia responsabilidad.

Kika, lo siento tanto. Perdóname. Soy lo peor como dijiste. Soy un monstruo.

Llego a mi apartamento, todavía empapado hasta los huesos y con el peso del mundo sobre mis hombros. La imagen de Kika cayendo del puente no deja de repetirse en mi mente, una y otra vez, como una pesadilla de la que no puedo despertar.

Cierro la puerta detrás de mí y me dejo caer en el sofá, con mis manos temblando. El apartamento está oscuro y silencioso, una soledad que amplifica mi culpa. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo permití que Kika llegara a este punto?

Mi teléfono vibra en el bolsillo. Es Anna. Dudo por un momento antes de contestar, pero al final lo hago.

—Javier, ¿dónde has estado? —pregunta, su voz impaciente.

—He estado en el hospital, con Kika —respondo, mi voz apagada por el cansancio y la culpa.

—¿Con Kika? ¿Qué pasó?

Le explico rápidamente lo que sucedió: la discusión, el puente, la caída. Siento que cada palabra me quema la garganta.

—Está en cuidados intensivos. No sé si va a sobrevivir —digo. Mi voz se quiebra al final.

Hay un momento de silencio al otro lado de la línea antes de que Anna hable de nuevo.

—Pero... ¿Sabes si ella fue la que filtró los chats o no?

No puedo creer lo que estoy oyendo. Kika está luchando por su vida, y Anna solo está interesada en saber si ella fue la que filtró los chats.

—¿Eso es lo único que te importa? —le espeto. Mi voz llena de incredulidad y rabia—. Kika podría morir, Anna. ¿Y tú solo quieres saber si fue ella la que filtró los chats?

Destruyendo a JaviannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora