Capítulo 33

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Vincent.

Salí de la empresa en mi deportivo. Apreté el botón en el panel que hizo que el techo del coche retrocediera, permitiéndome respirar el aire libre.
Le di un asentimiento de cabeza a mis hombres y arranqué en dirección al trabajo de mi esposa.

Solo recordar mi boda y luna de miel plasmaba una sensación de felicidad en mi pecho indescriptible.

Tuve suerte de poder encontrar a la mujer de mis sueños y que me ame con todo y mis defectos.

Mi mano derecha giró el volante para cambiar de calle. Mi alianza resplandeció a la tenue luz del atardecer entre el tráfico. Mucho más que mi caro reloj, mi última adquisición a una colección aún incompleta por mucho que busque la maldita pieza.

Aparqué frente al restaurante de Bianca. Tiene la fábrica para manejarlo todo desde allí pero le gusta hacer acto de presencia.

Bajé y le puse alarma al coche. Saludé brevemente a Óscar y Andy que como de costumbre estaban de servicio.

Entré al recinto familiarizado con el lugar y los empleados. Los mismos que ni se inmutaron en saludarme a sabiendas de que no los iba a atender. Solo tenía en mente llegar a mi esposa. Ella tenía tanto trabajo que ya casi no podía ir a verme a la hora de almuerzo

Ella no sabe lo orgulloso que estoy de todo lo que ha conseguido. Este lugar en solo dos meses se ha convertido en punto clave de la gastronomía de la zona de su ubicación.

Abrí la puerta doble, roja y blanca, era de acceso restringido solo para el personal. Pero no era impedimento para mí.

Me quedé recostado de la pared viendo cómo mi esposa daba órdenes.

Estaba vestida con un simple pantalón y camisa ajustada, ambos negros. Su rubio cabello que tan loco me vuelve y amo verlo regado por mi almohada, está recogido en un gorro especial transparente.

Bianca tachaba y anotaba en cuaderno el menú de mañana.

—Bien. Por favor acuérdate de que para mañana cambiamos Tiramisú por Panna cotta y los Canelones de pollo gratinarlos en fuentes individuales, no colectivas, para que nos quede una presentación más vistosa.—le indicó a un joven.

—Saben que una de las reglas más importantes es la limpieza. Si no hay duda para mañana podemos llamar al turno de limpieza —dió una orden de manera dura pero increíblemente se las arreglaba para mantener un tono amable.

—Si chef — contestaron sus compañeros.

—Excelente trabajo hoy equipo pueden irse. Descansen. Buenas noches.

Después de la despedida, todos comenzaron a circular a la salida y mi esposa se quitaba unos guantes girándose.

—¡Ey! ¿Cuánto tiempo llevas ahí amor?

—Tenía una buena vista — me encogí de hombros.

—Más vale que no sea de una de mis camareras.

—Prefiero a la Chef —comenté coqueto acercándome.

La rubia se me tiró arriba y la abracé con fuerza como si fuera mi fuente de energía más preciada.

—Te extrañé —me habló.

En respuesta le robé un sonoro beso que me supo a hogar y gloria. Lo corté para atacar con delicados besos su cuello.

—Me haces cosquillas. Además, se te va a pegar el olor a comida que traigo en la ropa — refunfuñó quitándose el gorro.

—Márcame como tuyo.

Amor Agridulce Donde viven las historias. Descúbrelo ahora