Capítulo 38

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Mayo.

Narra Vincent.

Me encontraba un domingo comiendo una rica lasaña de carne y algo de vegetales, parado en la cocina. El queso parmesano se estiraba y derretía en mi boca, la salsa de la carne chorreando. Que rico era comer así.

Sentí los pasos de mi esposa y casi me atraganto. Cumplió hace dos días en la semana número 33, situándola en los siete meses.

Para este momento pasó de no querer comer y tener que obligarla o comerse toda la comida incluida la mía.

—¿Qué haces? —cuestionó ya estando cerca de mí.

—Nada —contesté nervioso.

—¿Qué comes? —me enterró los ojos en desconfianza.

—Lasaña —finalmente me rendí.

No esperó más, me apartó de su camino y tomó el plato que guardaba detrás de mí espalda comiendo alegremente.

Tomé otra ración de lasaña y me senté a la mesa.

Cómo quedaba poca en el plato que Binaca me robó finalizó de manera rápida.

Se giró hacia mí. Poco a poco caminó y se sentó en mi regazo. Un poco incómoda porque su abultada barriguita no la dejaba acercase mucho a la mesa. Era una cosita muy tierna cuando se enfadaba por no poder verse los pies o cuando se le dificultaba vestirse.

Fue tierno su enojo hasta que un día comenzó a llorar porque según ella la iba a dejar porque ya no me gustaba. Ella no sabía que me parecía la mujer más sexi del mundo. Después de una extensa charla se calmó.

Me quitó el tenedor y se comió mi lasaña nuevamente. Solo suspiré e intenté pararme. Ella no me dejó.

—¿Será que puedo pararme, rubia?

—Si así estoy cómoda amore —comentó comiendo —. Espera. Es que estoy muy pesada, ¿cierto?

Dame paciencia señor.

—Claro que no es por eso. Solo quiero ver qué puedo comer.

— Te quiero aquí conmigo. ¿Puedes comer cuando termine? —preguntó haciendo un puchero y cara adorable a la que no puede resistirme—. Te quiero cerca.

—Vale. Termina. Anda—. Apoyé mi barbilla en su hombro y la abracé. Mi palma abierta quedó extendida por su vientre donde crecían nuestros hijos.
La sensación era rara. Era el hombre más feliz del mundo. Pero nunca me perdonaría ser un mal padre. Sería lo peor del mundo para mí.

Ella terminó de comer y me besó la mejilla ensuciándola pero no podría imporatrme menos. Se puso de pie llevando el plato. Segundos después me trajo un plato con el último cuadro de lasaña.

Siempre quise estar solo. No convivía con mis empleados con la excepción de Gonzalo. Pero su fue antes de Binaca. Antes de que el amor de mi vida virara mi mundo al revés.
Me gustaba mi soledad. Hoy Bianca, y mis hijos por nacer eran mi hogar, mi familia. No concebía un mundo sin estar con ellos.

Con esos pensamientos comí en paz. Terminé y lavé los platos.
Bianca comenzó a quejarse fuertemente de un dolor arrollador.

—¡Ay! ¡Duele muchísimo! ¡Joder! — para este punto ya estaba llorando y yo casi me arrancaba el pelo de la preocupación.

Traté de mantenerme sereno para ser su pilar y transmitirle tranquilidad.
La sujeté por la cintura y ella tomó mi mano —Vamos a llevarte al hospital.¡Gonzalo! —no grité simplemente rugí.

—No quiero que pase nada malo —lloraba desconsoladamente mi mujer cuando volvió a quejarse por una contracción tan fuerte que me apretó la mano de manera tal que casi me deja sin movilidad en la muñeca.
En estos momentos quería arrancarme el corazón para dárselo a ella y que no sufriera.

Un liquido en el piso nos confirmó que estaba en labor de parto pero solo tenía siete meses. La desesperación afloró por mucho que quisiera enterrarla. Caminar se le hizo imposible así que la cargué entre mis brazos y caminé lo más fuerte que pude al garaje.

—¿Que pasó? —dijo agitado Gonzalo llegando corriendo.

—Vamos al hospital. En el cuarto del bebé hay una bolsa con todo y en la pared hay un papel escrito con todo lo necesario. Revisa que no falte nada y alcánzanos en el hospital.

Sin esperar una respuesta. Monté a Bianca en el auto mientras seguía sollozando. Manejé lo más deprisa que pude. mi vida dependía de las personas que hoy podrían estar en peligro.

Llegamos a Urgencias. Llamé a una enfermera que trajo una silla de ruedas. Senté a Bianca. Esperamos unos minutos para que nos asignaran un habitación. Privada obviamente y a allí fuimos.

Le hicieron un ultrasonido y un tacto a Binaca. Esperábamos el veredicto dela doctora Hope.

Bianca trabajaba su vientre con un mano y tomé su mano libre aferrándome a ella que seguía llorando y pidiendo a Dios en voz baja solo interrumpiendo sus oraciones cuando se quejaba estrepitosamente del ataque de las contracciones.

Besé su mejilla.

—¿Estaremos bien cierto? —preguntó esperanzada. Una ilusión que no rompería por nada.

— Claro que sí amor.

— Buenas tardes papás — Entró Hope — no pudimos responderle.

—La mejor opción por las características de este embarazo es realizar una cesárea. Vamos a prepar a Bianca con la idea de realizar dentro de una hora como caso de emergencia. Espero estén de acuerdo. Siempre hay riesgos. Pero prometo hacer lo mejor que pueda para garantizar la vida de los tres. Ha tenido un embarazo bastante normal. Las posibilidades son muy buenas —nos tranquilizó.

Nos miramos la rubia y yo un par de segundos para asentir.

Me mandaron a salir para preparar todo, con la promesa de tenerme al tanto e informado de todo. Le di un beso y unas palabras de aliento a mi esposa. No me despedí. Le di un hasta luego

Amor Agridulce Donde viven las historias. Descúbrelo ahora