Capítulo 50 (final 1)

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Narra Bianca

Abril. Los mellizos tienen 1 año y 11 meses.

Era el día de  aniversario de boda. Estaba decida a ver a Vincent aunque estos dos años el me negara la visita.

Necesitaba hablar con él.

Dicen que el tiempo lo cura todo. Pero si me preguntas a mí si la situación mejoró, he aprendido a sobrellevar pero aún no mejora nada.

Enterarme que está en la cárcel fue un shock. Me tomó de sorpresa. Pero desde el día que escuché la conversación con su primo, después de su accidente, debí saber que nada bueno traería. Solo que tardó unos años en explotar y de la peor manera, preso por encubrir a Andrés.

Reviso que todos esté listo para que mis padres se puedan quedar con los niños y con ellos aún dormidos salgo.

—Esta es una mala idea Binaca —me regaña Gonzalo.

—Lo se. Pienso ir igual.

—Sabes lo que ha pasado todas las veces que has ido o lo intentaste llamar.

Si solo se comunicaba con Gonzalo y los niños muy pocas veces.

—No me importa. Si no me puedes llevar voy en mi auto tranquilo —dije de malas.
Se que no era su culpa. Probablemente solo me lo dice por mi bien, estando entre la espalda y la pared con su amigo pero estaba decidida y nadie me hará cambiar de plan.

—Vamos —se rindió.

Hace poco compré un auto para mí. No podía quejarme de como me llevaba la vida profesional. Si hablamos de la personal, es un asco que me hace dormir después de horas llorando la falta de mi esposo.

Por eso quería verlo. Arreglar las cosas, hacerle ver que siempre voy a estar a su lado. No se imagina lo mal que la pasé pensando en que están muerto. Preso no es la mejor opción pero podemos luchar por su libertad.
Iba con todos esos pensamientos en el auto, repasando mi discurso que no me di cuenta cuando llegamos.

Entramos, nos revisaron y escanearon nuestras pertenencias. Después de dar mi identificación, nos dejaron pasar.
Me senté en la sala de visitas del lúgubre lugar.

El color mostaza de las paredes y lo rudo de las mesas. No quise mirar más.Este no era lugar para mí esposo.

Yo lo conocía, el era un buen hombre.
No se merecía esto.

Parece que mi cara reflejaba mi agonía que Gozalo me consoló en un amigable abrazo.

Los segundos se volvieron minutos, los minutos horas y mi esposo no salía.

—Te lo dije. Es mejor irnos —me requirió Gonzalo.

Tiempos desesperados, medidas desesperadas.

Un señor se levantaba luego de su visita y llamé su atención.

—Señor, disculpe ¿sabe de Vincent D'Angelo?

El señor me miró confuso para luego decir que si.

—¿Bianca qué haces? —ladró Gonzalo.

—Por favor, dígale que su esposa está aquí y no piensa irse sin verlo. Faltan 30 minutos para que se acabe la visita. Me quedaré aquí sin moverme hasta la próxima si no sale. Gracias.

El señor me dio un asentimiento y se fue.

No pasó mucho cuando mi pelinegro apareció. Su ropa estaba desaliñada y no estaba peinado. Estaba más flaco, con ojeras y mala cara. Llevaba una mano vendada.

¡Ay mi dios! ¿Qué me le están haciendo? Casi lloro.

Sin mencionar palabra se sentó frente a mí y se recostó de la silla alejándose de mí. No podía tocarlo, alce mi mano y se apartó.

Me quedé inmóvil y sin aire en los pulmones.

—Amor yo —intenté explicar.

—No quiero saber. Ya me viste ya te puedes ir.

Este no es mi Vincent. Que me devuelvan al amor de mi vida. El que me daba mimos y compartía sus pensamientos conmigo. El que era mi equipo no mi contrario.

—Se que está siendo difícil, pero estoy aquí para ti —dije con voz aguda por el esfuerzo, insistiendo.

—No quiero que estés —me dijo de una forma tan dura y cruda que me asustó—. Mantente lejos de mí Bianca. Va ser lo mejor para todos.

—En las buenas y en las malas ¿recuerdas?—insistí.

—¿Te dije que no dejaras entrar a Levia cierto? Ella fue la causante de todo esto. Estoy demasiado jodido para arrastrarte. No te quiero aquí —expresó casi en un grito pero sus ojos revelaban dolor.

—Es tu dolor el que habla...

—No es el dolor. Somo muy diferentes. Eres una ingenua que no piensa antes de actuar y yo un imbécil que piensa mucho las cosas para al final meter la pata. Que seas la última vez que vienes porque te quedarás esperando días o meses. No te lo aconsejo. En casa te esperan los niños.

Me quedé perpleja antes su brusquedad tirándome a llorar a los brazos de Gonzalo. Estaba herida, con el corazón pulverizada, el alma pesada y mucho dolor. Corrí hacia el carro.

Cuando llegamos a casa a la villa D'Angelo mejor dicho, saludé a mis hijos con un beso y también a mis padres y mascotas.

Subí las escaleras de dos en dos a la habitación para empacar. Si no me quería volver a ver, perfecto.

Final DEL PRIMER LIBRO

SI HAY OTRO LIBRO.

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