🫦Capítulo 9🫦

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DANTE

Saúl entró sacándome de mi pensamiento.

—Sr. Castillo, ¿qué hacemos? —preguntó, su tono reflejando la inquietud que siempre lo caracterizaba.

Cuando terminé de hacer el amor con ella, la mandé a investigar y a buscar su cosa, pensando que se quedaría conmigo. Pero la realidad es que el deseo de la tranquilidad y la escapada a un lugar lejano siempre me habían llamado.

—Vamos a tomarnos una vacación, ¿qué te parece España? —dije a Saúl, intentando imaginarme ya las playas y el vino tinto de La Rioja.

—Sr. Castillo, me parece un excelente país —respondió, sus ojos brillando con la idea de una aventura.

—Prepara todo, saldremos hoy mismo —dije con determinación.

—No se podrá hoy, Sr. Castillo —dijo, con una mirada que ya anticipaba complicaciones.

—¿Por qué no? —pregunté, sintiendo cómo la frustración comenzaba a burbujear dentro de mí.

—El presidente quiere verlo hoy mismo en Ciudad de México, dijo que es algo importante —explicó, esbozando una mueca de disculpa.

—Manda a preparar el avión, salgamos en media hora. Vamos a ver qué quiere ese cabrón —decreté, sin ganas de perder más tiempo.

Saúl comenzó a conducir hacia el aeropuerto, el motor rugiendo mientras la ciudad pasaba rápidamente a nuestro alrededor. En cuestión de minutos llegamos a mi avión privado, un refugio de lujo que esperaba ser testigo de otra escapada.

Una vez dentro, tomé mi teléfono, buscando el número del presidente como si eso pudiera cambiar lo inevitable.

Lo llamé y él contestó de inmediato.

—Compadre, dígame —dijo, su tono relajado chocando con la urgencia que sentía en ese momento.

—No te hagas el chistoso. Estoy en dos horas en Ciudad de México, más vale que cuando llegue estés en mi casa —respondí con brusquedad, sin dejarle espacio para la conversación.

No esperé su respuesta y colgué. Dos horas y media más tarde, estábamos aterrizando en Ciudad de México. Veinte minutos después llegué a mi casa.

Al entrar, ahí estaba el presidente de México, sentado en la sala, su presencia inconfundible.

—Maldición, Dante, llevo casi dos horas esperándote —dijo, acercándose a mí con un gesto de impaciencia.

—¿Y qué quiere que haga? ¿Que te mande hacer un bizcocho por la espera? —respondí, caminando hacia mi despacho, incapaz de ocultar mi desdén.

Él me siguió, y tomé asiento, sintiendo el peso de lo que iba a decir.

—Ahora dime, ¿por qué demonios interrumpiste mis vacaciones? ¿Qué quieres hablar conmigo? —dije, mi voz cargada de tensión.

El presidente se aclaró la garganta, su semblante serio.

—Dante, lo que tengo que decirte no te va a gustar...

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora