🫦Capítulo 37🫦

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DANTE

Miré al hombre nervioso mientras se acercaba a mí, su cabeza gachada, como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros. La tensión en el aire era palpable, un espeso halo de ansiedad que envolvía el entorno.

—Habla —dije, con la voz firme, demandando una respuesta.

—Estaba vigilando la casa de Elana cuando llegó del entierro de su exnovio. Varios hombres, al parecer, la estaban esperando —respondió, su voz temblorosa delataba el miedo que lo consumía.

—¿Quiénes eran esos hombres? —pregunté, sintiendo cómo la inquietud comenzaba a entrelazarse con la ira en mi interior.

—Reconocí a Víctor, la mano derecha de Raphael —dijo, bajando aún más la mirada como si temiera que mis ojos pudieran quemar su alma.

—¿Dónde está Elena? —exigí saber, el pánico comenzando a apoderarse de mí.

—Se la llevaron inconsciente, jefe —respondió, su voz ahora casi un susurro.

El corazón me quería salir del pecho; el miedo era tan grande que apenas podía articular una palabra. La imagen de Elena atrapada, vulnerable, me golpeó como un puño en el estómago.

—¿Y no hiciste nada? —las palabras salieron de mi boca como dagas, cortantes y llenas de reproche.

—Eran demasiados, jefe. Solo me dio tiempo a escapar antes de que me viera —declaró, intentando justificarse mientras su cuerpo temblaba.

Un torrente de enojo me invadió. Antes de que pudiera pensarlo, lo tomé por el cuello y lo choqué contra la pared con una fuerza abrumadora. El ruido del impacto resonó en mis oídos.

—Hijo de puta, te dejé a cargo de su seguridad. ¡Te confié su protección con tu vida! —grité, la rabia desbordándose de mí— ¿Y que haces a la primera inconveniencia? ¡Escapar como un cobarde y dejarla sola!

Apreté mi mano en un puño y, en un instante de pura furia, le di un puñetazo en la nariz. El golpe lo hizo caer nuevamente contra la pared, esta vez la sangre comenzó a brotar de su nariz. Pero, francamente, eso no me importaba.

—Hijo de puta —le grité— Si le pasa algo, juro que te mataré a ti, a tu esposa y a tus hijos. Y no me importa que sea pequeño, no me importa que no tenga la culpa de la estupidez que hizo su padre. ¡Mataré a cada uno de tus genes, hijo de puta!

Los ecos de mi voz resonaron en la habitación vacía, un reflejo de mi desesperación y furia. En ese momento, me di cuenta de que el tiempo se estaba acabando. No podía quedarme de brazos cruzados. Tenía que encontrar a Elena, y lo haría a cualquier costo.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora