🫦Capítulo 60🫦

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ELENA

El silencio en la habitación era pesado, sofocante. Mi cuerpo seguía temblando, aunque ya no sabía si era por el frío, por el shock o por la culpa que me aplastaba. Había herido a Dante. No solo físicamente, sino también emocionalmente. Lo había atacado, y a pesar de todo, él me había abrazado, sin dudar. Como si quisiera protegerme de mí misma. Sentir sus brazos rodeándome había despertado algo en mí, algo que había intentado enterrar.

Pero entonces, vi la sangre que brotaba de su hombro. El cristal que había usado contra él estaba incrustado en su piel, y la herida no dejaba de sangrar. Me aparté de inmediato, el pánico invadiéndome de nuevo. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que mi odio, mi miedo, me llevaran tan lejos?

—Dios mío... —murmuré, llevándome una mano a la boca mientras retrocedía, observando la herida con terror.

Dante se quedó quieto, sin quejarse. Solo me miraba con esos ojos imperturbables, como si la herida fuera un detalle menor comparado con lo que estaba sucediendo dentro de mí. Pero no podía soportarlo. Tenía que hacer algo, tenía que ayudarlo.

—No te muevas... —dije con un nudo en la garganta, tratando de sonar más segura de lo que me sentía.

Me dirigí rápidamente al baño, donde sabía que encontraría un botiquín de emergencia. Mientras lo buscaba, los recuerdos de mi madre volvieron a mí. Ella era enfermera, siempre tan calmada, tan precisa. Había sido mi ejemplo de fortaleza, y me había enseñado desde pequeña cómo curar heridas. Jamás pensé que necesitaría esas lecciones para esto... para alguien a quien casi destruyo.

Con el botiquín en mano, regresé a la habitación. Dante seguía sentado, la sangre empapando la tela de su camisa. Me arrodillé frente a él, abriendo el botiquín con manos temblorosas.

—Déjame ayudarte, por favor —dije, mi voz temblando un poco. No era una pregunta, era una súplica.

Dante asintió lentamente, su mirada aún fija en mí. No dijo nada, pero me dio su permiso sin necesidad de palabras. Con cuidado, agarré el cristal y lo saqué de su hombro. Sentí cómo su cuerpo se tensaba por el dolor, pero él no se quejó. El sonido del cristal al salir me hizo estremecer.

—Lo siento... —susurré, casi en automático, sin levantar la vista—. No quería hacerte daño, no quería...

—Lo sé —su voz era baja, grave, pero calmada.

Sus palabras fueron como un bálsamo, pero no lo suficiente para calmar el remolino en mi pecho. Limpié la herida con movimientos rápidos pero firmes, enfocándome en lo que mi madre me había enseñado. No podía dejar que mis emociones me controlaran. Necesitaba mantener la calma.

—Mi madre me enseñó esto... —dije, rompiendo el silencio mientras aplicaba el desinfectante—. Era enfermera... solía enseñarme a curar heridas. Me decía que siempre era importante saber cómo hacerlo, por si algún día lo necesitaba.

—Y hoy lo estás haciendo bien —respondió Dante, su voz tan suave que apenas pude oírla. Lo miré brevemente, pero luego bajé la vista nuevamente. No podía enfrentar sus ojos ahora.

Terminé de limpiar la herida y saqué un vendaje limpio del botiquín, asegurándome de cubrir bien la herida. Cada vez que rozaba su piel, me sentía culpable. Él había sido tan paciente conmigo, y yo lo había atacado.

—Listo... —murmuré, colocando con cuidado la venda final.

Me levanté para guardar el botiquín, pero antes de que pudiera moverme demasiado, sentí la mano de Dante en la mía, deteniéndome. Me giré para mirarlo, sorprendida.

—Elena —dijo, su voz suave, pero firme—, no tienes que cargar con todo esto sola.

Lo miré, el peso de sus palabras cayendo sobre mí. Quise protestar, decirle que sí tenía que hacerlo, que este era mi dolor, mi culpa. Pero no podía decir nada. Mi garganta estaba cerrada por la confusión y el remordimiento.

—Sé que lo que pasó... lo que te hice pasar... —continuó, sus ojos fijos en los míos—. No tiene perdón. Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti, no importa cuántas veces creas que te has roto. No voy a irme.

Un nudo se formó en mi pecho. Nunca nadie me había hablado así. Jamás pensé que alguien querría quedarse a mi lado después de todo lo que había pasado, después de todo lo que yo misma había hecho.

—No sé cómo seguir... —susurré, bajando la mirada hacia mis manos, que aún temblaban.

—Lo haremos juntos —dijo sin dudar, su tono era tan seguro que por un momento quise creerle.

Sin darme cuenta, Dante me abrazó de nuevo. Pero esta vez, no me alejé. No había resistencia en mí. Mi cabeza cayó suavemente contra su pecho, y el ritmo constante de su respiración comenzó a calmarme. Sentí su mano acariciar mi cabello con una ternura que me desarmó por completo.

Por primera vez en tanto tiempo, me dejé llevar. Cerré los ojos, escuchando los latidos de su corazón, que eran como un ancla en medio de mi tormenta interna. El cansancio me invadió, y me rendí ante él. Poco a poco, el peso de mis miedos y pesadillas comenzó a desvanecerse, y antes de darme cuenta, me quedé dormida en su pecho.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora