ELENA
Ya era casi medio día y la preocupación comenzaba a apoderarse de mí. Diego no había llamado, y un nudo se formaba en mi estómago con cada minuto que pasaba. Acababa de terminar de comer, cuando el timbre de la puerta sonó, interrumpiendo mis pensamientos.
Fui hacia la puerta, y allí estaba Dante, impresionante en un traje azul oscuro que le quedaba perfectamente, con una corbata que combinaba y una capa blanca asomando con él. Antes de que pudiera reaccionar, abrió la puerta por completo y en un abrir y cerrar de ojos, me levantó del suelo y me pegó contra la puerta, haciendo que se cerrara con un fuerte impacto.
—¿Qué diablo haces aquí? —logré preguntar, la sorpresa y la confusión mezclándose en mi voz.
—Vine a hacer el amor contigo todo el día —respondió con una mirada intensa, cargada de deseo.
Quería recordar lo que había sucedido la noche anterior, pero las palabras se me hicieron nudos en la garganta.
—Disculpa, lo que pasó anoche fue...— empecé a decir, pero él me interrumpió.
—Un error, lo sé —dijo, como si hubiera leído mis pensamientos.
—No, fue un cierre, para que te largues de mi vida para siempre —repliqué, tratando de aferrarme a la decisión que había tomado.
—Eso no es así, soy tu hombre y tú eres mi mujer —afirmó, acercándose aún más, haciendo que mi corazón latiera con fuerza.
Sin darme tiempo a procesar sus palabras, me besó. Sus labios eran cálidos y su fuerza me envolvía por completo. En ese instante, mis piernas envolvieron su cintura, moviéndome por voluntad propia.
—Maldición, no me canso de besarte —dijo, separándose ligeramente de mí, su aliento caliente acariciando mi piel.
—Creo que un beso es suficiente —respondí, intentando recuperar un poco de control.
—No, reina. Regreso a México mañana y necesito sentirte alrededor de mí antes de que tome ese puto avión —proclamó, su voz grave y decidida resonando en mi mente.
Una tristeza repentina me invadió al pensar que se iba. La locura de preguntarle si regresaría ardía en mis labios, pero me contuve. La realidad era que no quería que se marchara.
Él comenzó a caminar, despegándome de la puerta. Pero, justo cuando iba a subir el primer escalón, el timbre volvió a sonar, congelándonos en el lugar.
El temor me sacudió. Pensé que podría ser mi madre, pero cuando escuché la voz, el corazón me aceleró hasta un punto que me hizo creer que podría darme un infarto.
—Elena, mi amor, sé que estás ahí. Vengo a pedirte perdón —gritó Diego, su tono cargado de desesperación.
Miré a Dante, que me observaba con una sonrisa perversa, casi disfrutando de la situación.
—Es Diego —dije, sintiendo una punzada en el pecho.
—Sé quién es. Ahora me arrepiento de no haber traído a mis hombres conmigo para que no lo dejaran pasar a menos que esté muriéndose —respondió Dante, desafiando la calma en la que intentaba refugiarme.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, confundida por sus palabras.
—Nada, solo que no quería interrupciones mientras estaba contigo —dijo, con un tono que insinuaba celos.
Tenía que ir a abrir la puerta. Diego no se iría fácilmente, lo conocía bien.
—Tengo que ir. Sé que no se irá —murmuré, sin poder contenerme.
—Claro que no. No vas a abrir ninguna puerta —dijo Dante, con una determinación que me hizo dudar.
La tensión en el aire era palpable. Dos hombres, dos caminos, y yo atrapada en medio de ellos, sin saber a quién elegir, o si en realidad, debía elegir en absoluto.
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Camino de la tentación © {1}
AcciónUna noche, impulsada por la diversión y el alcohol, Elena acepta un reto de sus amigas: besar a un desconocido. Sin saber que ha elegido al hombre más peligroso y seductor del mundo, un temido mafioso llamado Dante, se lanza a una aventura efímera q...