🫦Capítulo 45🫦

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DANTE

El médico y otro doctor llevaron a Elena a la habitación que teníamos especialmente acondicionada; tenía todo lo necesario para hacer de aquel lugar un verdadero hospital.

La dejé a solas y salí a tomar un poco de aire, esperando que todo estuviera bien, que solo la hubieran secuestrado para asustarme. Pero la ansiedad era un monstruo que se retorcía en mi pecho.

Comencé a caminar para alejarme de la puerta, tratando de procesar la situación, cuando escuché la voz de Elena atravesar la puerta.

—¡No me toques!—gritó, y esa súplica desgarradora me hizo detenerme en seco.

Sin pensarlo, casi corrí hacia la puerta y la abrí de un tirón. Dentro, vi a un solo doctor cerca de ella, mientras el otro estaba inmerso en alguna tarea con un equipo médico desconocido. Elena estaba en la cama, mirándolo con un miedo palpable en sus ojos.

—Tranquila, todo está bien—intentó decir el médico al acercarse.

Pero Elena se alejó, su terror desconcertante.

—¡Que no me toque!—gritó nuevamente, su voz llena de pánico.

—¡No la toques!—grité, y el médico se detuvo, retrocediendo ante mi súbita furia. Me acerqué a ella, buscando calmar su evidente angustia.

Sus ojos me encontraron, y el sufrimiento en su rostro era un reflejo de lo que había pasado. Sus manos se elevaron, y un dedo se posó en mi dirección. En ese momento, su mirada cambió: de miedo a odio, y de odio a pánico.

—¡Tú!—dijo, la incredulidad resonando en su voz.

—Sí, soy yo, mi reina. Todo está bien ahora—respondí, intentando que mi voz fuera un ancla en la tormenta de sus emociones.

Me acerqué a ella, y cuando intenté tocarla, se apartó de mí con un grito desgarrador.

—¡No me toques!—suplicó, su cuerpo temblando.

Mis ojos se encontraron con los suyos, llenos de terror, y eso desgarró algo dentro de mí.

—¿Qué te hicieron? Dime, por favor, ¿qué te hicieron?—prorrumpí, mi voz cargada de angustia.

Bajó la cabeza y no me miró a los ojos. Intenté tocarla de nuevo, pero al sentir mi mano, su cuerpo se paralizó. De repente, se levantó de la cama.

—¡No me toques, por favor!—dijo, retrocediendo.

—Por favor—supliqué, viendo cómo la desesperación la controlaba.

Casi corriendo, comenzó a caminar hacia la salida, intentando escapar de mí y de todo. Pero el médico se interpuso en su camino, y era como si estuviera observando la escena en cámara lenta mientras sacaba una inyección y la inyectaba.

—¡No!—grité, corriendo hacia ella justo a tiempo, pero vi su cuerpo comenzar a caer al suelo.

La atrapé en mis brazos y miré al médico, quien aún sostenía la inyección.

—¿Qué le hiciste?—exclamé, mi voz visceral.

—Solo es un tranquilizante—respondió, como si eso fuera en alguna manera justificable.

Con cuidado, la llevé de regreso hacia la cama y la acosté de nuevo, mi desesperación por ayudarla era abrumadora. Al girarme hacia el doctor, la rabia se transformó en inquietud.

—¿Qué tiene?—pregunté, la tensión en mi voz imposible de ocultar.

—La joven fue abusada físicamente tantas veces que no tenemos idea. Afortunadamente, no ha sangrado—anunció el médico, con una frialdad profesional que me golpeó como un puñetazo.

Sus palabras fueron como un puñal en el estómago, haciendo que mi mundo se oscureciera.

—Es un error. No puede decir que la violaron. ¡Estás equivocado!—grité, sintiendo que la ira y la tristeza se entrelazaban en un torbellino.

—Cálmese, Sr. Castillo—dijo el médico, y lo miré, listo para matarlo. Me estaba pidiendo que me tranquilizara, como si él tuviera la autoridad para hacerlo.

—Será mejor que se tranquilice. Eso no es lo peor—añadió el doctor, y de repente, mi corazón se detuvo.

—¿Qué puede ser peor que decirme que Elena fue violada?—murmuré, el horror creciendo dentro de mí como una sombra amenazante.

El médico hizo una pausa, su mirada fija en la mía mientras se preparaba para dar el golpe final.

—La joven está embarazada, de hace una semana—dijo con voz grave, y cada palabra que pronunciaba era como un daguerrotipo de mis peores pesadillas— Todo indica que fue producto de la violación.

El mundo se detuvo. La información me golpeó como un tsunami de dolor y rabia. No podía aceptar lo que estaba escuchando.

—¡No!—grité, la negación brotando de mis labios como un grito primordial. Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones y mi mente se llenó de desesperación— No puede ser cierto.

El médico intentó calmarme, pero mi mirada se mantuvo fija, llena de furia y tristeza.

—¡No hay manera de que esto se esté pasando!—grité, mi voz resonando contra las paredes de la habitación. Cada palabra se sentía como un ancla que me mantenía en este horrible momento.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora