🫦Capítulo 11🫦

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ELENA

Llegué a España y mi madre no estaba en casa. Le dije a mi amiga que quería estar sola, así que solo me trajeron a mi casa. 

Tomé mi teléfono y marqué el número de Diego.

—Amor mío, te estaba llamando, pero tu teléfono al parecer estaba apagado —dijo, sintiendo la angustia apoderarse de él.

—Acabo de llegar a España. ¿Puedes venir a casa? Te necesito —dije, mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por mis mejillas.

—Claro que sí, estaré en diez minutos —respondió con su voz suave, que siempre me daba un poco de consuelo.

Terminé la llamada y fui al baño para darme una ducha rápida, segura de que iba a olvidar lo que había pasado en Cancún. Pero cuando bajé mi ropa interior, ahí estaba, llena de sangre, recordándome lo que había hecho.

La empecé a lavar, deseando que con cada movimiento, al menos una parte de mí se limpiara de esa tristeza. Quería que cuando esta estuviera limpia, todo lo demás también lo estuviera.

Luego de darme una ducha, me puse ropa interior nueva y un vestido largo que hacía tiempo no usaba. Era de un color azul profundo, que resaltaba mis ojos, pero esa noche no podía disfrutarlo.

Bajé a la sala justo cuando el timbre de la puerta principal sonó. Caminé hasta la puerta y la abrí, encontrándome con la mirada preocupada de Diego.

Me tiré a sus brazos. Él me envolvió con fuerza, como si quisiera protegerme del mundo.

—Oh, ¿qué pasa, amor? —preguntó, su voz llena de preocupación.

—Solo abrázame —respondí, apretándolo más contra mí, buscando ese refugio que sólo él podía ofrecerme.

Después de unos minutos así, me despegué ligeramente de él, mirándolo a los ojos.

—¿Te fue mal en tu despedida de soltera? —preguntó, tratando de sonreír, pero pude notar la inquietud en su rostro.

—No, solo era que te extrañaba —dije con un tono más ligero, intentando ocultar la tormenta que había dentro de mí.

—Yo también. No puedo esperar el día en que nos casemos y seas mi esposa —dijo, y sus palabras me cayeron como una piedra al estómago, recordándome la realidad.

La felicidad de esa idea contrastaba con el dolor que aún llevaba dentro.

—¿Puedes hacerme algo? —pregunté, mi voz temblando ligeramente.

—Claro, lo que quieras —dijo, su mirada se volvió seria, como si sintiera el cambio en mi energía.

—¿Puedes hacerme el amor? No creo que pueda esperar hasta la luna de miel —dije, sintiendo que esas palabras brotaban de mi boca, como un grito de ayuda.

Diego me miró con una mezcla de sorpresa y deseo, pero esa chispa de amor en sus ojos fue lo que me calmó.

—Elena, yo... —empezó a decir, pero lo interrumpí.

—No tengo fuerza para esperar. Necesito sentir que estoy viva, que esto no me ha derrotado.

Algo en mi voz lo hizo avanzar. Me tomó de la mano y nos dirigimos a la habitación. Necesitaba que la conexión entre nosotros fuera más fuerte que la distancia que había creado mi dolor.

Al llegar, me abrazó con ternura, justo antes de darme un tierno beso que me hizo olvidar, aunque fuera por un momento, lo que había dejado atrás.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora