🫦Capítulo 39🫦

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DANTE

En menos de cinco minutos, el presidente de México estaba entrando a mi casa con su típica cara de enojo, como un perro furioso.

—Espero que sea importante. No puede llamarme así. Soy el presidente, tengo deberes que atender —dijo acercándose a mí, con la voz cargada de desdén.

—Te puede callar la puta boca —grité, sintiendo cómo la rabia me invadía. Me levanté del mueble y me acerqué a él— Necesito tu ayuda —dije, dejando atrás el sarcasmo.

—¿Qué quiere? —preguntó, su actitud todavía desafiante.

—Necesito que mande a los militares, al ejército y toda la policía de México a buscar a Elena Ortega —manifesté, apretando los puños, desbordando preocupación.

—¿Y esa quién es? —inquirió, sin entender la gravedad de la situación.

—La mujer mía y tu futura patrona —respondí, sintiendo que cada segundo era vital.

—Por Dios, me llamaste aquí por un problema de falda. Por favor, hay miles de mujeres, búscate otra. Yo me largo de aquí —dijo, comenzando a alejarse.

En un arranque de furia, saqué mi pistola y disparé a centímetros de sus pies. El sonido del disparo lo hizo paralizarse, sus ojos se abrieron con incredulidad.

—A mí tú no me dices a quién mujer tengo que querer. Si digo que mandes a tu ejército, lo haces sin cuestionarme. ¿Me estás entendiendo? —le advertí, con voz amenazante.

Mis hombres aparecieron en la sala, con pistolas en mano, apuntando hacia Ricardo. Imaginarme que habían acudido por el disparo me dio una pequeña satisfacción.

—¡Somos aliados! ¡No me vas a matar! —dijo, asustado.

—Tengo aliados por todo el mundo. No me importa que desaparezca uno —repliqué con desprecio.

—No puede matarme, soy el presidente —balbuceó, su voz temblando ligeramente.

—Que levante su pistola alguien que quiera proteger la vida del presidente —dije, mirando a Ricardo, quien estaba en la esquina, paralizado ante la escena.

Nadie levantó su pistola. Mejor aún, más de mis hombres entraron, esta vez todos apuntando hacia él con decisión.

—Mira, o haces lo que digo o aquí mueres. Y no te preocupes por México, me encargaré de colocarle un presidente que no se robe el dinero del país —le amenacé, sintiendo el poder de mi posición.

El presidente tragó saliva, el sudor comenzando a brotar en su frente. Estaba jugando con fuego, y yo no tenía intención de dejarlo escapar.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora