🫦Capítulo 20🫦

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DANTE

La miré mientras terminaba de dejarle varias marcas mías en su cuello, un testimonio de que era mía, que tenía dueño, y ese era yo. La intensidad del deseo crecía dentro de mí, una llama inextinguible que ardía con cada mirada y cada toque. Mi cuerpo se movía hacia ella con fervor, impulsado por una necesidad primitiva.

—Eres mía, Elena, solo mía —dije con desesperación al acercarme.

Ella se mordió el labio, sintiendo el peso de mis palabras, y luego respondió con un gemido entrecortado:

—Sí, lo soy, solo tuya.

Empecé a entrar de golpe. La sensación de su piel contra la mía era electrizante. Ella, en respuesta, clavó sus uñas en mi espalda, como si intentara mantenerme cerca, como si ese fuera el único lugar en el que debía estar. Envolvió sus piernas alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia ella con una fuerza irresistible.

Era como si me rogara que no saliera, y eso solo hacía que mi deseo por ella aumentara aún más. Cada movimiento, cada roce, intensificaba la conexión que teníamos, un lazo que parecía ir más allá de lo físico.

Comencé a embestir con más intensidad, y por cada empuje, ella aumentaba la presión de sus uñas contra mi piel, provocando un delicioso dolor que solo alimentaba el fuego en mi interior.

—Dante, creo que... —su voz se desvanecía en un gemido profundo, incapaz de continuar.

—Anda, reina, córrete en mi pene —le susurré, cada palabra impregnada de mi deseo.

Sentir su cuerpo temblar mientras los gritos de placer escapaban de sus labios me indicaba que estaba cerca. Aproveché ese momento de éxtasis para aumentar mis movimientos, llevándola al borde una y otra vez. Sus gemidos se convirtieron en música para mis oídos, un canto de lo que estábamos compartiendo.

Mientras su clímax comenzaba a bajar, el mío se acercaba. Una guerra se libraba en mi mente. Le había mentido; podía embarazarla. Nunca me había operado, y siempre había querido hijos, pero solo con la mujer adecuada. Las dudas comenzaron a asaltarme, pero la necesidad de tenerla a mi lado me consumía.

Entonces, antes de poder analizarlo completamente, la sentí ceder a mi embestida, y en un momento de pura necesidad, corrí hacia ella, llenándola de mi líquido. El instante se volvió eterno mientras mi mente repetía lo que estaba haciendo, como un mantra que solo reforzaba mi deseo.

Embarázate, mi reina, por favor, para que estemos juntos —pensé, consciente de mi egoísmo, pero también de la verdad que había en mi corazón.

—¿Está bien? —pregunté, con la voz temblando de emoción.

—Sí —respondió ella, el brillo en sus ojos iluminando el cuarto.

Salí de ella con cuidado y la tomé en mis brazos, llevándola hacia el baño. Nos duchamos juntos, el agua arrastrando la evidencia de nuestra pasión, renovando nuestras energías. Después, la envolví en una toalla y la llevé de regreso a la cama.

Me acosté a su lado, acercándola a mi pecho, sintiendo cómo cada uno de sus suspiros se entrelazaba con el latido de mi corazón.

—Duerme, mi reina, yo no me iré hasta que lo hagas —dije, inclinándome para darle un beso suave en la cabeza. La calma del momento fue perfecta, y mientras ella cerraba los ojos, supe que lo había dado todo en este instante, y que el mañana traería consigo muchas más decisiones.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora