🫦Capítulo 38🫦

151 12 1
                                    

DANTE

Solté al hombre inconsciente en el suelo, dejando caer su cuerpo inerte como si fuera un saco de papas. Mi mano estaba llena de sangre, el horror y la adrenalina ebullendo en mi interior. No tenía tiempo para lamentaciones, pero la imagen de ese rostro herido me perseguiría por un buen tiempo.

—¡Erick! —grite.

—Sí, jefe —respondió, sintiendo la tensión en el aire.

—Desaparécelo de mi vista, pero no lo mates. No sabemos si él es un traidor —le dije, intentando mantenerme enfocado. La última cosa que necesitaba era un ausente en esta guerra.

Erick se llevó al hombre, arrastrándolo por el suelo como si fuera un estorbo, un recordatorio del caos que había desatado. La confrontación con Raphael había dejado una marca profunda, y ahora estaba involucrando a Elena, a quien había jurado proteger.

Me giré hacia Saúl, mi hombre de confianza, un hermano de otra madre. Aunque no compartíamos sangre, su lealtad era indiscutible.

—Es mi culpa, ¿verdad? —dije, la pregunta saliendo de mis labios con un peso abrumador.

—No, Dante, no diga eso. Si aquí hay un culpable, es Raphael —respondió Saúl, su voz firme y decidida.

—¿Cómo supo él de Elena? Hice todo para ocultarla —exclamé, la frustración llenando cada palabra.

—Debe haber un traidor, jefe. Es la única manera para que Raphael diera con Elena —dijo Saúl, su expresión seria.

—Nada de esto hubiera pasado si solo la hubiera dejado ir en Cancún para siempre —musité, el dolor de mi decisión pesando como una losa sobre mis hombros.

—No es hora de arrepentirse, Dante. Tiene que recuperarla antes de que la torture o la maten, y encontrar al traidor —dijo Saúl, su voz llena de urgencia.

Me pasé una mano por el cabello, tratando de volver a ser el despiadado de antes, mientras luchaba contra el momento de debilidad que amenazaba con consumir mis pensamientos.

—Busca a Ricardo, dile que lo quiero aquí en cinco minutos —ordené, mi voz recuperando un tono autoritario.

Saúl se retiró y yo me senté, intentando tranquilizarme. Pasaron algunos minutos antes de que Saúl entrara de nuevo, esta vez con un teléfono en la mano.

—¿Qué pasa? —pregunté, sintiendo el peso del inminente desastre.

—El presidente te mandó a decir que está ocupado, que no podrá venir ahora —dijo, mirando el suelo.

Cuando me pasó el teléfono, escuché su voz al otro lado.

—Estoy en una junta, no puedo ahora —dijo, su tono impersonal.

—Me importa una mierda. Por mí, puede estar ahora mismo follandote a la primera dama, y eso no me importa. Te quiero aquí en cinco minutos y, si sabes lo que te conviene, que sean en tres —dije, cortándole la llamada sin dejar que dijera otra palabra.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Sabía que necesitaba actuar con rapidez. La vida de Elena estaba en juego, y el tiempo se estaba acabando.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora