DANTE
Saúl abrió la puerta y, al entrar, mi corazón se detuvo en seco. Allí estaba Elena, mirándome hacia la puerta, con una expresión que revelaba su miedo y vulnerabilidad.
—Ayúdame—susurró su voz, débil y entrecortada.
En un instante, vi cómo cerraba los ojos y, en cuestión de segundos, quedó inconsciente. La desesperación se apoderó de mí mientras me acercaba a ella, buscando cualquier herida, cualquier indicio de que estuviera bien.
La revisé rápidamente; estaba vestida elegantemente, pero sus manos estaban atadas a la cama con unas esposas. Sin pensarlo, saqué mi pistola y apunté en medio de la cadena. El disparo resonó en la habitación y, en un instante, sus manos cayeron rápidamente. Sin perder tiempo, coloqué mis manos en su muñeca, buscando su pulso.
—¡Joder! Su pulso está muy débil—dije, la angustia apretando mi pecho como una garra.
La levanté en mis brazos, el miedo de perderla inyectándome una urgencia desesperada. Comencé a caminar rápidamente, sacándola de la habitación, sintiendo el peso de la situación en cada paso.
Salí de la casa con ella en brazos, y apenas crucé el umbral, vi a Erick que se acercaba rápidamente hacia mí.
—No había nadie más en la casa, parecen que escaparon—dijo, su rostro reflejando la preocupación que también sentía.
—Vámonos—respondí, la voz grave y decidida.
Me subí al carro, aún sosteniendo a Elena contra mi pecho. La tomé un poco más fuerte, buscando réconfort en su presencia y esperando que mi mente no estuviera jugando trucos crueles.
—Saúl, súbete al carro para manejar—dije, mi mirada fija en la carretera por delante.
—Solo iremos nosotros. Sé que quieres estar con ella y nadie más; yo solo voy a manejar—dijo, su expresión decidida.
—Gracias—respondí, sintiendo un leve destello de gratitud en medio de la tormenta emocional.
—¿Qué hacemos ahora?—preguntó Saúl, su mirada intensa en el espejo retrovisor.
—Vamos a llevarla a la casa. Avísale al médico que se despierte—dije, la voz tensa.
Saúl asintió y sacó su teléfono, haciendo una llamada mientras empezaba a conducir. El ritmo del motor y el viento que golpeaba las ventanas eran lo único que podía escuchar, además de la necesidad creciente de saber que Elena estaría bien.
La observé de cerca, viendo cómo su pecho apenas se movía. Estaba tan concentrado en ella que ni siquiera noté por dónde íbamos hasta que la voz de Saúl me trajo de vuelta a la realidad.
—Llegamos—dijo, el tono apremiante en su voz.
Sentí que el alma me regresaba a la tierra, y en un instante, me encontré fuera del carro, cargando a Elena nuevamente mientras cruzábamos la puerta de mi casa. La urgencia me llevó a recorrer el pasillo con pasos decididos, sabiendo que cada segundo contaba.
Mientras avanzaba, no podía evitar pensar en todo lo que había hecho falta para llegar hasta aquí y en las sombras que nos habían acechado. La vida de Elena dependía de mí, y no podía permitir que el pasado volviera a atraparnos. Estaba decidido a protegerla, cueste lo que cueste.
Entré en el comedor, donde el médico llegó rápidamente, listo para evaluar a Elena. La extendí sobre la mesa, y, mientras los otros se agrupaban a su alrededor, sentí una oleada de impotencia y miedo.
—Todo estará bien—murmuré, intentando convencerme mientras baje mi cabeza y besé su frente. Su aroma me invadió, llenando mi ser con recuerdos de momentos felices y tiempos mejores.
No podía perderla. No esta vez.
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Camino de la tentación © {1}
AksiUna noche, impulsada por la diversión y el alcohol, Elena acepta un reto de sus amigas: besar a un desconocido. Sin saber que ha elegido al hombre más peligroso y seductor del mundo, un temido mafioso llamado Dante, se lanza a una aventura efímera q...