DANTE
Esto tenía que ser algún castigo, pero ¿por qué demonios me lo estaban infligiendo a través de Elena?
Sabía que todo lo que le había pasado era mi culpa, y cargar con el hijo del hombre que arruinó su vida era un golpe bajo, un golpe que me dejaba sin aliento. Mientras miraba al doctor, sosteniendo en sus manos esa maldita hoja que contenía la prueba de que Elena estaba embarazada, sentí cómo la desesperación se apoderaba de mí. Me giré lentamente para mirarla, allí, dormida, ajena a la tormenta que se desataba en mi pecho.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba sintiendo, ya estaba caminando hacia la puerta. Necesitaba escapar, necesitaba estar solo con mis pensamientos, con mi culpa.
—¡Sr. Castillo! ¿Qué hacemos? —gritó el doctor detrás de mí, pero no me detuve y salí de la habitación sin mirar atrás.
Corrí hacia mi despacho, y lo primero que hice fue servirme un vaso de whisky. Tal vez el alcohol apagaría un poco el fuego que me consumía por dentro.
Mientras el líquido ardiente descendía por mi garganta, imaginé cada uno de los sufrimientos que Elena había soportado. Era como si estuviera viendo una película cruel y desgarradora: escuchando su súplica, su grito, su dolor. Cada imagen me destrozaba más que la anterior.
Ya iba por mi tercer vaso cuando alguien tocó la puerta de mi despacho.
—No quiero ver a nadie —grité, sintiendo la rabia y la frustración brotar de mis labios.
Sin embargo, la puerta se abrió y levanté la vista, encontrando a Saúl entrando sin ser invitado.
—¿No escuchaste? ¡No quiero ver a nadie! —dije, furioso.
Él me ignoró completamente, cerró la puerta detrás de sí y tomó asiento frente a mí. Luego, sirviéndose un vaso de whisky, me dedicó una mirada seria y comprensiva.
—Sé que ahora no quieres ver a nadie, pero soy tu amigo. Sé que más que nunca necesitas hablar con alguien, y aquí estoy para eso —dijo, desafiando mi deseo de estar solo.
Lo miré, y aunque la ira burbujeaba en mi interior, algo en su voz calmó un poco mi tormenta. Tal vez necesitaba desahogarme, aunque no lo admitiera.
—¿De verdad crees que hay algo que puedas decir que me ayude? —respondí, sintiéndome un poco más vulnerable de lo que hubiera deseado.
Saúl respiró hondo, como si se estuviera preparando para un combate. Era un buen amigo, eso lo sabía, pero a veces, su falta de tacto me desesperaba.
—No venía aquí para ofrecerte soluciones —contestó— Simplemente, quería que supieras que no estás solo.
Las palabras resonaron en la habitación, llenando el aire con una mezcla de tristeza y alivio. A pesar de la tormenta que me asediaba, tal vez compartir mi carga con alguien más podría hacer algo de diferencia.
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Camino de la tentación © {1}
ActionUna noche, impulsada por la diversión y el alcohol, Elena acepta un reto de sus amigas: besar a un desconocido. Sin saber que ha elegido al hombre más peligroso y seductor del mundo, un temido mafioso llamado Dante, se lanza a una aventura efímera q...