🫦Capítulo 61🫦

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ELENA

Había pasado casi un mes desde aquella noche. Un mes que, aunque lleno de altibajos, me había permitido recuperar partes de mí que creía perdidas para siempre. La psicóloga me lo había dicho desde el principio: no sería un proceso fácil, pero con el tiempo, vería una diferencia. Y aunque al principio no la creí, tenía razón. La mejoría fue más rápida de lo que cualquiera de nosotros había imaginado, pero lo más sorprendente fue que yo misma podía sentirlo.

Había aprendido a acercarme a Dante de nuevo. Al principio, fue solo un roce accidental de nuestras manos o un abrazo breve cuando el peso del día se volvía demasiado. Pero lentamente, esas pequeñas interacciones se convirtieron en algo más. La barrera que antes había entre nosotros, hecha de miedo y dolor, se estaba desmoronando, y me encontraba buscando su cercanía.

Ahora, dormía en su cama, a su lado, sin miedo. Lo que antes parecía imposible, ahora se había vuelto parte de mi realidad diaria. Ya no despertaba en medio de la noche con el pecho apretado, ahogada por las pesadillas. Ahora, cuando me despertaba, lo hacía sintiendo su calor a mi lado, su brazo rodeándome de una forma que no me hacía sentir atrapada, sino segura.

—¿Cómo te sientes hoy? —me había preguntado la psicóloga durante una de nuestras sesiones recientes.

Pensé en ello antes de responder, queriendo ser honesta, no solo con ella, sino conmigo misma.

—Me siento... mejor. Mucho mejor —respondí, y mientras lo decía, me di cuenta de que era verdad.

Había aprendido a no temer el contacto físico con Dante. Lo que antes me llenaba de asco, de recuerdos oscuros, ahora me daba una sensación de paz. Incluso podía besarlo sin sentir esa horrible punzada de vergüenza o repulsión hacia mí misma. La primera vez que lo hice, fue tímido, un beso suave, pero la sensación de seguridad que me invadió me dio fuerzas para continuar.

Había sido un mes de pequeños pasos, pero cada uno de ellos me llevaba a un lugar donde me sentía más fuerte, más capaz de enfrentar lo que había pasado.

Esa noche, después de nuestra sesión con la psicóloga, volví a la habitación donde Dante ya me esperaba. Estaba recostado en la cama, leyendo algo, pero levantó la vista en cuanto entré. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, y yo me encontré devolviéndosela sin dudar.

—¿Qué tal fue hoy? —preguntó con su tono suave, ese que usaba solo conmigo.

—Bien —respondí mientras me acercaba a la cama, sentándome a su lado—. Cada día es un poco más fácil.

—Me alegra escucharlo —dijo, cerrando el libro que estaba leyendo y dejándolo a un lado. Luego, extendió su mano hacia mí, y sin pensarlo demasiado, la tomé. Ese simple gesto me recordó cuánto había cambiado.

Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la quietud de la noche. Sentí su mirada sobre mí, pero esta vez, no me hizo sentir expuesta o vulnerable. Era diferente, era cálida.

—Nunca pensé que llegaría a sentirme así de nuevo —murmuré, sin mirarlo directamente, pero sabiendo que entendía a lo que me refería.

—Eres más fuerte de lo que crees, Elena —respondió con firmeza, apretando ligeramente mi mano—. Lo has sido todo el tiempo. Solo necesitabas verlo.

Me giré hacia él, nuestras miradas conectándose. Ya no había miedo en mí. Me acerqué lentamente y le di un beso en los labios, un beso suave, pero lleno de promesas. Esta vez, no hubo recuerdos oscuros, no hubo fantasmas del pasado que me arrastraran de vuelta. Solo estábamos él y yo, aquí, en el presente.

Cuando nos separamos, me quedé recostada en su pecho, escuchando los latidos de su corazón, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que ese latido también era mío. Lo que antes era imposible, ahora era real. Y lo más importante, ya no me sentía rota.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora