ELENA
A pesar de la poca claridad que daba la lámpara, miré sus ojos oscuros como la noche que me observaban con un deseo que silenciaba cualquier palabra que intentara pronunciar.
Dante se subió a la cama y se colocó nuevamente encima de mí, su presencia abrumadora envolviéndome.
Bajó su cabeza hacia mi cuello y comenzó a dejar besos lentos, un recorrido que me hacía temblar, hasta que finalmente llegó a mi oído.
—Dime, por favor, ¿qué me hiciste? —preguntó, su voz baja y cargada de anhelo.
—No te hice nada —respondí, tratando de mantener la calma, aunque en el fondo sabía que era una mentira— Además, no pensé en lo que pasó.
—No te creo. Es imposible que no pienses en el hombre que te hizo sentir algo que no sabía —susurró, aún acercándose más a mí, como si su cercanía pudiera desvanecer mis miedos.
—No me acuerdo, así que bórralo también de tu mente —dije, intentando empujarlo de encima de mí, sintiendo la presión de su cuerpo y el caos de mis emociones.
Él levantó la cabeza y me miró a los ojos, la intensidad de su mirada me dejó sin aliento.
—No creo que lo pueda olvidar nunca. En unas pocas horas me has hecho hacer cosas que en toda mi vida no hice por otra mujer —dijo, su voz revelando una vulnerabilidad que me sorprendió.
—Escucha, lo que pasó no volverá a pasar. Estoy comprometida —intenté dejar claro, levantando mi mano para que viera el anillo que brillaba en mis dedos.
—Me importa una mierda ese anillo. Lo importante es que tú estés clara de a quién le perteneces —replicó, firme y desafiante.
—¡No escuchas! O eres estúpido... ¡no le pertenezco a nadie! —grité, sintiendo la frustración crecer en mí.
—Eso quiere decir que ya le dijiste a tu querido prometido que ya no eres virgen, que te entregaste conmigo en tu despedida de soltera —dijo con desdén.
Mis palabras se atascaban en mi garganta. No tenía la energía para discutir, pero las palabras que brotaban de él me herían.
—No, pero se lo voy a decir —dije finalmente, a pesar de que en el fondo sabía que no había forma de que las cosas pudieran salir bien.
Él sonrió. Su risa era burlona, casi cruel.
—¿Qué le vas a decir? Que un hombre en una noche te hizo sentir cosas nuevas, algo que nunca habías experimentado en tu vida. ¿Le dirás que me entregaste tu virginidad en una noche mientras que a él no en cinco años juntos? Eso, reina, es lo que le vas a decir —dijo, sacudiendo la cabeza con desprecio.
Las palabras de Dante me golpearon como un martillo. Sentía cómo la sangre se me subía a la cabeza, el dolor de su verdad era difícil de soportar. Ese era el cambio que había traído conmigo a España, esa era la realidad que había intentado escapar, pero que ahora me estaba persiguiendo.
—No tienes idea de lo que dices —respondí, mi voz más suave, pero con el mismo fuego en mi interior.
—No tengo idea, ¿eh? Entonces, ¿por qué estás tan alterada? —dijo, arqueando una ceja, como si disfrutara de mi pena.
Quería gritarle que su juego no era justo, que había cruzado una línea que no se podía volver a borrar. Pero todo parecía un bucle interminable.
Lo que había pasado en Cancún había encendido un fuego en mí que no podía ignorar. Sin embargo, la idea de perder todo por una aventura de una noche me llenaba de dudas y miedo.
—Tú no puedes decidir por mí —dije, intentando encontrar mi voz dentro de esa neblina de confusión.
—Pero ya lo hiciste, Elena. Ya te dejaste llevar, ya elegiste —respondió, acercándose de nuevo, esta vez con una mirada que me robaría la aliento.
La mezcla de frustración, deseo y culpa llenaba la habitación y, en ese momento, supe que las decisiones que tomaríamos a partir de ahí podrían cambiar todo para siempre.
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Camino de la tentación © {1}
ActionUna noche, impulsada por la diversión y el alcohol, Elena acepta un reto de sus amigas: besar a un desconocido. Sin saber que ha elegido al hombre más peligroso y seductor del mundo, un temido mafioso llamado Dante, se lanza a una aventura efímera q...