🫦Capitulo 51🫦

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ELENA

Dante había llamado a alguien, y al cabo de unos segundos, un joven de ojos azules con barba apareció cerca de nosotros. Su porte era desafiante, y la tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.

—Dígame, jefe —dijo, mirando a Dante con respeto.

—Cuando Elena acabe conmigo, déjala ir sin que nadie le ponga la mano encima y te dejo a cargo de mi clan —respondió Dante, su voz firme como un ancla en medio de una tormenta.

El joven arqueó una ceja, mostrando incredulidad.

—Está loco —musitó, incapaz de ocultar la sorpresa en su tono.

—Anda, Saúl, no me decepciones —contestó Dante con un destello de advertencia en su mirada.

—Nadie matará a nadie —dijo Saúl, que parecía estar tomando medidas para contener la situación insaciable que se desarrollaba a nuestro alrededor. Ya sabía que se llamaba así; lo había escuchado tres veces en unos minutos, pero el nombre no significaba nada en el caos que nos rodeaba.

—No te metas en esto, solo cumple con lo que te pido. Y ahora, ¡largo de aquí! —gritó Dante, su agitación creciendo.

La atmósfera se volvió pesada. Nadie se movió, y Saúl se quedó mirando a Dante con un enojo palpable. Era como si todos estuvieran esperando la chispa que encendería la explosión.

—De verdad que eres un maldito loco —gritó Saúl, con la frustración reflejada en cada palabra.

—¡Lárguense todos de aquí! Si muero, Saúl será el jefe —declaró Dante, su voz resonando con una certeza casi fatalista.

Los presentes comenzaron a dispersarse, dejándonos solos una vez más. Miré a Dante mientras me pasaba la pistola, sus manos temblando ligeramente al tocarme.

—No te voy a matar —dije, intentando mantener la serenidad a pesar del caos en mi interior. No en este momento, no cuando todo parecía derrumbarse a mi alrededor. —Me quedaré —concluí, aunque no estaba segura de qué significaría eso.

Él se levantó, guardando su pistola como si la culpa pesara sobre su cadera. La emoción en su rostro era palpable, y antes de que pudiera reaccionar, acercó su cara a la mía, sus ojos llenos de algo que no podía definir.

—Gracias, mi reina. Muchas gracias —murmuró, justo antes de que sus labios tocaran los míos.

Todo mi cuerpo se paralizó. Un torbellino de sensaciones arrasó mis pensamientos, y de manera instintiva, lo empujé lejos de mí.

—No me toques, por favor —dije, mi voz temblando.

Lo observé alejarse, pasándose una mano por el cabello, su semblante reflejaba tristeza, una vulnerabilidad que no le había visto antes.

—Sin que nadie me lo dijera, lo supe —continuó con palabras suaves pero firmes. —Supe cuando te secuestraron. Sentí esa sensación, ese vacío, como si un pedazo de mí se hubiera desgajado. Mi cerebro solo repetía tu nombre, como un eco desesperado en la oscuridad.

Las palabras lo atravesaron todo. Sentí la profundidad de su sinceridad y el peso de sus sentimientos. Pero, ¿qué podía significar eso para nosotros? Estaba atrapada en esta red de decisiones y lealtades, y aunque la conexión entre nosotros parecía irrompible, el miedo se filtraba como un veneno en mi corazón.

—Dante, no puedes arriesgarlo todo por mí —respondí, intentando recuperar mi voz. —Esto no es un juego.

Una sombra de duda cruzó su rostro, pero su determinación no flaqueaba.

—Lo sé, Elena, pero no puedo dejarte ir. No después de todo lo que hemos pasado.

Ahí estábamos, en un punto de no retorno, separados por más que solo unos pocos pasos, pero conectados por la historia que había tejido entre nosotros. Mientras la tensión crecía, también la incertidumbre de lo que el futuro podría deparar.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora