🫦Capitulo 52🫦

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ELENA

Lo miré mientras sus palabras comenzaban a fluir, pero lo que decía me resultaba confuso y doloroso.

—Y cuando te vi tirada en la cama, sin ningún motero, supe que te había hecho algo peor que torturarte con golpes. Pero me lo confirmaste cuando despertaste y me miraste por primera vez —dijo, su voz temblorosa cargada de angustia.

Sus ojos se encontraron con los míos, y vi cómo se llenaban de lágrimas. Esa mirada se me clavó en el pecho.

—Cuando me miraste, en tus ojos había miedo y odio. Lo supe porque cuando te conocí, tus ojos brillaban de amor por todos. Tu aura era pura alegría, sin nada que ocultar. Pero ahora solo miras a todo como si te fuera a hacer daño. Y tienes razón, es normal que sientas así —dijo, su voz resonando con una tristeza profunda.

Sentí que su desconsuelo reverberaba a través de mí. Pero, por un instante, dejé que su comprensión me abrazara.

—Pero no conmigo. Yo jamás te haría daño —continuó, su voz apenada. —Me duele mucho que te hayan hecho eso. No sabes lo culpable que me siento. Si pudiera volver al pasado, ni siquiera hubiera estado contigo por primera vez en Cancún.

Las palabras de Dante me golpearon con la fuerza de una ola. Su sinceridad destilaba dolor, y las lágrimas que caían de sus ojos eran la manifestación de una verdad que no podía ignorar. Pero mis propios miedos luchaban por salir a la superficie.

—¿Por qué me dices todo esto? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

—Solo déjame decirte lo que siento —respondió con fervor.

Me miró, buscando en mi expresión una señal de que podía seguir hablando. Con un gesto, le indiqué que prosiguiera, sintiendo que necesitaba escucharle, a pesar del tumulto en mi interior.

—Pero te juro que eso no se quedará así. Lo voy a encontrar y lo torturaré —dijo, su determinación surgiendo con una intensidad casi palpable.

—Nada de eso cambiará lo que me hizo —repliqué, con la voz cargada de un desánimo que me consumía.

—Lo sé, pero con su muerte estaré tranquilo. Te dejaré ir si eso es lo que quieres, y para siempre —aseguró, su intención clara pero su corazón roto.

—Es lo que quiero, irme. Nunca podríamos estar juntos. Estoy marcada por esto; nadie me querrá así. Estoy sucia, y nadie soportará eso —dije, dejando que la desesperación se desbordara.

—No digas eso —imploró, casi con miedo a que mis palabras se hicieran realidad.

—Y tú te sentirás bien sabiendo que la mujer que fuiste el primero también fue violada por tu enemigo. Vivirá con el peso de saber que fui tomada por él —replicé, el dolor en mi voz casi insoportable.

La cabeza de Dante giró, y su silencio me dio la respuesta que temía. La aprobación que había buscado se había desvanecido.

—Eso pensé. No te preocupes, te entiendo. No sirvo como mujer, estoy sucia, y nadie me deseará jamás —dije, cada palabra como un eco de mi angustia.

Mientras el silencio se instalaba entre nosotros, la gravedad de la situación se intensificó. Las murallas que había construido alrededor de mi corazón parecían resquebrajarse, pero el miedo a la vulnerabilidad me mantenía cautelosa. No podía permitir que la esperanza se filtrara en mi mente.

Dante, sin embargo, no se movió. Un torbellino de emociones giraba en su mirada, y aunque estaba dispuesto a luchar por mí, había una lucha aún mayor que no podía ganar: la que libraba yo misma en mi interior.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora