🫦Capítulo 25🫦

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ELENA

Observé cómo Diego dirigía su mirada hacia Dante, interrogante y frustrado. El aire se volvió denso, y sabía que algo estaba a punto de estallar.

—¿Quién es ella para ti? —preguntó Diego, su tono desafiando cualquier respuesta débil.

—La mujer mía, mi reina y la única dueña de mí y del pene que la ha llenado de mi semen dos días seguidos —declaró Dante, con una franqueza que me dejó en shock.

Mis ojos se abrieron como platos, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. La tranquilidad con la que Dante pronunció esas palabras solo aumentó mi nerviosismo; era como si realmente pensara que tenía problemas mentales.

Mire a Diego, que parecía aún más desconcertado que yo, sus ojos oscilando entre la incredulidad y la ira latente. Finalmente, una risa escapa de sus labios, una que solo me pareció incomodarme aún más.

—Por poco te creo, pero Elena nunca daría su virginidad ni se acostaría con un extraño —respondió Diego, su tono burlón en un intento de menospreciar la situación.

—Te dije que estaba un poco loco —dije, intentando restarle importancia mientras me hacía a un lado para que Diego pudiera entrar— Entra, toma asiento, que mi primo hermano ya se va —agregué, con un tono de voz tenso.

Una vez que Diego desapareció de la vista, Dante se volvió hacia mí, sus intensos ojos fijos en los míos.

—¿Con qué tu primo hermano? —dijo, su voz baja pero amenazante. Se acercó, tomando mi cabello con fuerza y atrayendo mi rostro hacia el suyo—. ¿No sabía que dejabas que tu primo hermano te follara, te quitara tu virginidad y te marcara como mía? —preguntó, retirando la bufanda de mi cuello para revelar la marca que me había dejado anoche.

—Él es mi prometido; estuvo aquí mucho antes que tú y no voy a dejarlo por ti nunca —respondí, sintiendo que mi determinación se tambaleaba bajo la mirada de Dante.

Se alejó, y vi cómo mis palabras lo afectaron, un destello de desasosiego cruzó su rostro, aunque rápidamente se recompuso. Mirarlo a los ojos me llenó de miedo; en ellos no había más que odio.

Dante me lanzó la bufanda, y en un abrir y cerrar de ojos, escuché la puerta cerrarse, dejándome sola con mi confusión. Me puse la bufanda y fui a la sala a hablar con Diego, sintiendo cómo la presión aumentaba con cada paso.


DANTE

Conduje hasta el hotel donde me estaba quedando, que estaba cerca de la casa de Elena. Entré y fui directo hacia mi habitación, mi mente abrumada por la rabia. Una vez dentro, tiré todo lo que encontré sobre la mesa; mi enojo era monumental. Primero, me presentó como un familiar, y ahora me estaba echando de su casa por él. Me sentía traicionado y furioso.

Mientras intentaba calmarme, escuché un movimiento detrás de mí. La puerta de mi habitación se abrió y vi a Saúl entrar, su pistola apuntando hacia el interior.

—Joder, pensé que estaba en peligro —dijo, al ver el desastre que había ocasionado.

Me acerqué a él, la ira nublando mi juicio.

—Mátalo —le ordené, mi voz baja, pero cargada de amenaza.

—¿A quién? —preguntó, confundido.

—A Diego, el ex de Elena. Lo quiero muerto —sentencié, mi corazón latiendo con fuerza.

—Sr. Castillo, pero usted dijo que no iba a hacerle nada por Elena —respondió Saúl, claramente extrañado.

Claro que lo dije. Quería que ella se alejara de él porque ella lo quería, pero veo que no funciona así.

—Eres tú el jefe o soy yo —dijo, intentando afirmar su posición.

—Usted, Sr. Castillo —contestó, a regañadientes.

—Él es un estorbo en mi camino hacia Elena, y yo elimino los estorbos —afirmé, mi voz resonando con furia— Lo quiero muerto esta misma noche.

El peso de mi decisión me aplastaba, pero estaba decidido a hacer lo que fuera necesario para proteger lo que consideraba mío. Elena no debería estar cerca de un hombre que no fuera yo.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora