🫦Capítulo 41🫦

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DANTE

Una semana después

Había pasado una maldita semana y no había manera de encontrar a Elena; era como si se la hubiera tragado la tierra. La angustia se convertía en un monstruo que devoraba mis pensamientos, dejándome con la inquietante sensación de que el tiempo se deslizaba como arena entre mis dedos.

Todavía seguía amenazando a Ricardo para que siguiera buscándola. La desesperación se había convertido en mi compañera constante, y cada vez que miraba el reloj, cada segundo me recordaba lo que había perdido.

Saúl entró, y me giré, esperando con la respiración atorada. Todo me decía que estaba muerta. La idea se alojaba en mi mente como un eco, resonando cada vez más fuerte.

—Si vienes a decirme que piensas que está muerta, puedes largarte—grité, sintiendo que la rabia se apoderaba de mí.

—Ha pasado una semana, ¿qué esperas?—dijo Saúl, su voz tensa y medida.

—Está viva, lo sé; mi corazón lo sabe y él nunca se equivoca—respondí, intentando aferrarme a esa esperanza, a esa pequeña chispa que aún ardía dentro de mí.

Saúl suspiró con frustración.

—Muy bien, pero piénsalo: si está viva, ¿cuánto daño le han hecho?—dijo, su tono grave calando en mis huesos.

No quería pensar en eso. La idea de lo que podrían haberle hecho era una tormenta de imágenes aterradoras que preferiría mantener a raya.

De repente, mi teléfono sonó. Miré un número desconocido y, sin pensarlo, contesté.

—¿Quién diablo eres?—dije, la ira burbujeando en mi voz.

—Oh, Dante, amigo mío, así le hablas a tus amigos—respondió una voz desde el otro lado de la línea.

Reconocí la voz de Raphael, y el miedo y el enojo me invadieron. Era un sentimiento corrosivo, una mezcla de impotencia y deseo de venganza.

—¿Dónde está Elena?—pregunté, mi voz retumbando con una mezcla de desafío y desesperación.

—Muy bien, tanto que no se quiere ir—dijo, riendo. Su risa era como un cuchillo afilado que se hundía en mi pecho.

Podía escuchar sus risas a través del teléfono y eso me enojaba más, incendiando mi deseo de hacerle pagar por lo que había hecho.

—Si le hiciste daño, te juro que no habrá lugar en el mundo donde te pueda esconder—grité, mis palabras resonando como una amenaza inminente—. Te buscaré hasta el fin del mundo y te mataré.

—Jaja, ¡qué valiente te vuelves cuando estás desesperado!—respondió él con desdén—. Pero, amigo, piensa en esto: el tiempo no juega a tu favor.

La llamada se cortó de golpe, dejándome en un silencio ensordecedor. Miré a Saúl, que me observaba con preocupación.

—Necesitamos un plan—dijo, su expresión grave.

Sacudí la cabeza, sintiendo el peso del miedo en mi pecho. La verdad era que no tenía idea de dónde empezar. Tenía que encontrar a Elena. Tenía que sacarla de las garras de Raphael, y para eso, estaba dispuesto a todo.

—Voy a encontrarla—murmuré para mí mismo, un mantra que prometía fuerza, aun en medio de la oscuridad.

El tiempo se había terminado; ahora era momento de actuar.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora