🫦Capítulo 64🫦

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DANTE

Salí del baño y lo primero que vi fue a Elena, de rodillas en el suelo, llorando. Mi corazón se detuvo por un segundo, y supe de inmediato que algo estaba terriblemente mal. Me acerqué rápidamente, pero antes de poder decir una palabra, ella levantó la vista, su rostro lleno de lágrimas y dolor.

—Raphael llamó —dijo con la voz rota, temblorosa—. Me dijo que... que estoy embarazada. Que llevo el hijo de ese bastardo. —Sus palabras eran como cuchillos, cortándome en lo más profundo.

Sentí el peso de su mirada clavarse en mí, esperando una respuesta. No podía mentirle. No a ella. La verdad estaba escrita en mi rostro, y antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, vi la desesperación en sus ojos.

—¿Es verdad, Dante? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Llevo el hijo de ese monstruo?

Mi corazón se encogió. Cada fibra de mi ser quería negarlo, decirle que no era cierto, que todo estaría bien. Pero no podía hacerle eso. No podía mentirle. Respiré hondo, mis manos temblaban mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.

—Sí... —susurré, sintiendo cómo cada palabra me destrozaba—. Es verdad.

Elena dejó escapar un grito de dolor, como si le hubieran arrancado el alma. Antes de que pudiera acercarme a ella, se levantó de golpe y corrió hacia la mesita de noche. Mis ojos se abrieron con horror cuando vi lo que hacía. Sacó mi pistola, y por un momento, pensé que iba a dispararme. Mis instintos me dijeron que corriera, que intentara detenerla, pero mis pies se congelaron en el suelo, incapaces de moverse.

Pero no me apuntó a mí. En cambio, llevó el cañón de la pistola a su propia cabeza. Todo mi cuerpo se tensó al ver su dedo moviéndose hacia el seguro. El clic fue ensordecedor. Sabía lo que estaba a punto de hacer.

—Podía soportar ser violada... —dijo entre sollozos, sus manos temblando, pero aún sujetando la pistola con fuerza—. Pero saber que llevo un hijo de ese... y que tú, sabiendo eso, me mentiste... no lo soportaré.

Cada palabra era como una daga que se clavaba en mí. Quise gritarle, pedirle perdón, explicarle, pero las palabras se ahogaron en mi garganta. No podía quitarle los ojos de encima a la pistola en su mano.

—¡Elena, no! —logré decir, pero ella no me escuchaba.

—Me mataré antes de traer a este mundo al hijo de un violador —susurró, su voz llena de una determinación aterradora.

Le quitó el seguro a la pistola con un movimiento rápido, como si lo hubiera hecho miles de veces. Volvió a colocarla en su cabeza, y por un momento, vi su mano temblar, pero su resolución no flaqueó.

Mi corazón latía desbocado, el miedo consumiéndome. No podía perderla, no así. Avancé hacia ella con pasos lentos, tratando de no asustarla, de no provocar un movimiento en falso.

—Elena, por favor, baja el arma —dije con calma, aunque por dentro estaba destrozado—. No quiero que te hagas daño. No es el fin... podemos encontrar una solución, podemos enfrentar esto juntos.

Ella me miró, sus ojos llenos de desesperación y odio, no solo hacia Raphael, sino hacia sí misma y hacia mí.

—¿Cómo podría seguir adelante con esto, Dante? —gritó, su voz llena de dolor—. ¡Llevo dentro de mí el hijo del hombre que destruyó mi vida! No puedo... no puedo vivir con esto.

—No estás sola en esto —dije, acercándome un poco más—. Estoy aquí, Elena. Siempre estaré aquí. Podemos encontrar una salida, te lo prometo.

Sus lágrimas caían sin control, y mi corazón se rompía más con cada segundo que pasaba. No había forma de reparar el daño que había causado al ocultarle la verdad, pero no podía dejar que se destruyera a sí misma.

—Déjame ayudarte —susurré, acercándome lo suficiente para que nuestras miradas se encontraran de nuevo—. No tienes que enfrentarlo sola. Si decides no tener este bebé, lo entenderé, estaré a tu lado. Si decides algo más, también estaré aquí. Pero por favor, no te hagas daño.

El tiempo pareció detenerse mientras sus manos temblaban alrededor de la pistola.
Finalmente, su brazo cayó, y el arma resbaló de sus dedos, cayendo al suelo con un ruido seco. Me abalancé hacia ella, envolviéndola en mis brazos antes de que pudiera colapsar. Sentí su cuerpo temblar contra el mío, y no pude evitar sentirme culpable, impotente ante su dolor.

—Lo siento... lo siento tanto —susurré, mis labios rozando su cabello—. Nunca quise hacerte daño.

Ella no respondió, solo se aferró a mí, como si estuviera luchando por mantenerse entera. Sabía que este era solo el principio de una batalla aún más difícil. Y no sabía si podría salvarla, pero haría todo lo posible por intentarlo.

Camino de la tentación © {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora