Domingo 21 de Abril de 2025.
Narrado por Isabel:
Me encontraba en el hospital rodeada de mi familia y amigos. Llevaba unas cuantas horas de haber despertado de un coma de casi tres meses según ellos. Me encontraba molesta con ellos, por no haber respetado mi decisión de morir. Mi madre trataba torpemente de hablarme y sacarme platica, pero nunca le respondí así que dejo de intentarlo.
No quiero hablar con ninguno de ellos; son unos egoístas que no comprenden ni la mitad del dolor que llevo dentro. Es fácil para ellos querer que siga aquí, aferrada a una vida que ya no quiero.
Desde que desperté, mi mente solo ha estado en un lugar, o mejor dicho, en una persona. Amelia. La busqué desesperadamente entre las caras que me rodeaban, pero no estaba.
Intento levantarme, moverme, hacer cualquier cosa para salir de esa cama, de esa habitación, de ese hospital... pero mi cuerpo apenas responde, débil y torpe después de tanto tiempo inmóvil.
Finalmente, rompo mi silencio. "¿Amelia vino a verme?", logro preguntar con voz áspera, casi inaudible. Pero en ese momento, la habitación se sume en un incómodo silencio. Mi madre, que esta a mi lado, baja la mirada, evitando mis ojos. Nadie dice una palabra, y eso me desespera aún más.
—¡Díganme, ¿vino a verme?! —grito con la poca fuerza que me queda, notando cómo las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Siento la mano de mi madre en la mía, pero la retiro con brusquedad. No quiero su consuelo, no quiero su lástima. Solo quiero a Amelia.
Finalmente, mi madre habla.
—Ella nunca vino a verte, en ningún momento se interesó por tu progreso, tal vez ni siquiera se ha enterado de lo que intentaste hacer —dice con firmeza.
Las palabras de mi madre son crueles y sin filtros haciéndome sentir peor. Todo mi mundo, ya frágil, se derrumba aún más. El dolor que siento es tan abrumador que me deja sin aire. Las lágrimas siguen saliendo de mis ojos sin control llenándome de espasmos. Me hundo en la cama dejándome dominar por mis frágiles emociones.
Los días que siguen se convierten en una absurda monotonía. No hablo. No como. Apenas duermo. Solo dejo que el dolor me consuma. No me importa nada. Ni siquiera me importa que mi cuerpo, una vez fuerte y ágil, se haya convertido en una cárcel débil y torpe.
El personal médico, consciente de mi estado, decide que debo comenzar rehabilitación física para recuperar la movilidad en mis piernas y brazos. Es un proceso lento y agotador. Que me harta cada vez más, al grado de hacerme tratar mal a las fisioterapeutas que me ayudan en mi rehabilitación.
Las sesiones de terapia física son una tortura. Al principio, no puedo siquiera levantar una pierna sin ayuda. Me siento patética e incomoda cada vez que tengo que recibir ayuda.
Los fisioterapeutas intentan animarme, pero sus palabras caen en saco roto. No me interesa mejorar. No quiero recuperarme. Para qué, si lo único que realmente importa, lo único que me daría una razón para seguir, no está aquí y probablemente nunca lo estará.
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Cumpliendo sus fantasías
RomanceEn los pasillos de la Universidad de Willowbrook, la estricta profesora Amelia Smith es conocida por su rigidez y su intransigencia. Soltera y solitaria, nadie parece conocer la historia detrás de su fachada de hielo. La joven universitaria, Isabel...