En los pasillos de la Universidad de Willowbrook, la estricta profesora Amelia Smith es conocida por su rigidez y su intransigencia. Soltera y solitaria, nadie parece conocer la historia detrás de su fachada de hielo.
La joven universitaria, Isabel...
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Jueves 8 de octubre de 2026.
Narrado por Isabel:
Me encontraba sentada en la terraza junto a Amelia observando la lluvia caer sin dirigirnos la palabra en ningún momento.
Quería hablar con ella para arreglar y resolver sus dudas pero simplemente no encontraba la forma.
—¿Tienes frío, amor? —le preguntó al ver como su piel se eriza.
—Solo un poco —responde con voz cortante.
Me acerco lentamente, dudando si mi gesto sería bien recibido. Rodeo su espalda con mis brazos, buscando ofrecerle algo de calor, pero sobre todo, para estar a su lado. Ella se tensa al instante, como si mi toque fuera incómodo para ella.
—Isabel, no hagas esto... —dice en voz baja, con un tono tan frágil que parece romperse con cada palabra.
—Por favor, Amelia... —mi voz tiembla mientras mantengo el abrazo, aferrándome a la esperanza de que no me aparte —Déjame abrazarte, solo un momento. No voy a pedirte nada más, te lo prometo.
Ella permanece rígida unos segundos que se sienten eternos. Mi corazón late con fuerza, temiendo que se levante y se marche. Pero, entonces, sus hombros se relajan poco a poco, y siento cómo su cuerpo finalmente se rinde al mío.
—Solo... un momento —murmura casi para sí misma, como si también estuviera luchando contra algo dentro de ella.
La sostengo con cuidado, como si fuera un cristal que podría romperse con un solo movimiento. Su fragancia me envuelve llenando de un exquisito olor mis fosas nasales.
—Te extraño más de lo que puedo soportar —susurro, apenas audible, esperando que la lluvia oculte mis palabras si no está lista para escucharlas.
Ella no responde, pero tampoco se aparta. Y en ese silencio interrumpido sólo por el sonido provocado por las gotas de agua al tocar el suelo, reúno el valor para decir lo que he estado guardando.
—¿Pódemos hablar? —le preguntó, dejando de abrazarla para mirarla esperando encontrar su mirada, pero no es así. —Hablando se resuelven las cosas.
—Está bien, habla —responde, sin dirigirme la mirada.
—Creo que nuestra discusión de ayer fue inmadura. Aunque hemos estado separadas por más de dos años, eso no significa que no nos conozcamos bien y sepamos de lo que cada una es capaz. Sabes bien que jamás te engañaría, ni con White ni con ninguna otra mujer, pero aun así actúas como si ya lo hubiera hecho antes, y por eso desconfías de mí.
Amelia sigue en silencio escuchándome atentamente pero sin decir nada, así que continúo hablando.
—Yo también llegué a sentir celos por la relación tan cercana que tienes con Alicia. Pero con el tiempo entendí que esos celos, por muy intensos que fueran, no cambiarían nada de lo que tú decidieras hacer. La lealtad no depende de mi control ni de mis inseguridades, sino de tus decisiones. Por eso decidí dejar de lado esos sentimientos y confiar en ti, en que elegirías respetar lo que tenemos. Al final, la confianza es lo único que podía ofrecerte, y la lealtad es algo que solo tú puedes darme.