En los pasillos de la Universidad de Willowbrook, la estricta profesora Amelia Smith es conocida por su rigidez y su intransigencia. Soltera y solitaria, nadie parece conocer la historia detrás de su fachada de hielo.
La joven universitaria, Isabel...
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Jueves 13 de agosto de 2026.
Narrado por Isabel:
Me encontraba fuera de mi departamento terminando de despedirme de mis padres y hermana. Ellos viajaron desde Chicago hasta Arizona para visitarme. Para mi sorpresa me trajeron a Max para este se quede conmigo por un mes, lo que me alegra muchísimo.
—No olvides comer a tus horas Isabel, estaremos en contacto contigo —mí madre me dice dándome un abrazo.
—Está bien —respondo.
Me despido de mi padre y de mi hermana antes de que suban al taxi y se vayan.
Al ver el taxi alejarse, me quedo en la acera por unos momentos, abrazando a Max, mi golden retriever. Sus ojos brillan mientras mueve la cola, emocionado por estar conmigo de nuevo. Me agacho para acariciarlo y, por un segundo, todo parece estar bien. Max siempre ha tenido esa capacidad de hacerme sentir que el mundo es un lugar más simple.
—Supongo que serás mi única compañía por ahora —le digo, y él responde con un pequeño ladrido, como si entendiera lo que estoy diciendo.
Subimos las escaleras hacia mi departamento, mientras Max esta acostado en el sofá me termino de vestir para irme al hospital, mientras me coordino con la compañía que le llevará mi pedido a Amelia.
—Perfecto señorita Isabel, su pedido será entregado mañana a las 7 p.m. —La chica en la línea me dice.
—Está bien, muchas gracias —digo, antes de colgar.
Cuando termino de vestirme rápidamente me despido de Max y salgo del edificio tomando un taxi al saber que voy diez minutos tarde.
Al llegar al hospital, el bullicio familiar del lugar me recibe. Las luces brillantes y el aroma del desinfectante me recuerdan que estoy en un lugar donde la vida y la muerte coexisten en un delicado equilibrio. Me apresuro a registrarme en la entrada, saludando a algunos colegas que ya están en sus puestos.
—Isabel —me llama la doctora White —¿Lista para otro día largo?
—Siempre —respondo con una sonrisa.
La doctora White me empieza a explicar todo el trabajo que tendremos hoy en la unidad. Hay varios pacientes críticos, y el ambiente es tenso pero manejable. La doctora me asigna algunos casos, y mientras reviso la lista, mi mente comienza a prepararse para la intensidad de la jornada.
—Recuerda que tenemos un nuevo paciente en la sala de emergencias. Necesitamos que lo evalúes lo antes posible —me dice.
—Claro, lo haré enseguida —respondo.
La doctora White me guiña el ojo antes de irse. Me dirijo a la sala de emergencias, donde el equipo está en plena actividad. El sonido de monitores, el murmullo de las conversaciones y el aroma a antiséptico crean una atmósfera casi familiar. Encuentro al niño con fiebre alta que mencionaron antes; su madre lo sostiene en brazos, visiblemente angustiada.