Capítulo 73

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Viernes 7 de marzo de 2027

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Viernes 7 de marzo de 2027.

Narrado por Amelia:

Mis ojos se abren de golpe, y mi corazón late con tanta fuerza que amenaza con romper mi pecho. Mi respiración es irregular, y mi piel está empapada en sudor frío. Un dolor punzante se instala en mi cabeza, como si me hubieran golpeado con un ladrillo.

Miro mis manos; no estoy esposada y aún llevo puesta la misma ropa con la que Daniel me secuestró. Me siento en la cama y llevo una mano temblorosa a mi rostro, intentando calmarme. La sensación de sus manos, el cuchillo, su voz... todo sigue tan vivo, tan cercano. Pero al observar a mi alrededor, sé que algo no encaja. La habitación es distinta. La cama es distinta. Todo es distinto.

No fue real.

Respiro hondo, tratando de convencerme, pero mi cuerpo no responde. Siento un ardor en las muñecas, pero al mirarlas, estás no tienen ninguna marca ni señal de que fui atada.

—Fue solo un sueño —susurro, aunque las palabras suenan vacías, sin fuerza. Si realmente fue un sueño, ¿por qué se sintió tan real? ¿Por qué su voz aún resuena en mi cabeza?

Me levanto con dificultad y examino la habitación. Esta tiene una puerta la cual intento abrir, pero tiene seguro. La habitación está totalmente vacía con solo la cama y una bombilla encendida que la mantiene iluminada.

El sonido metálico de la cerradura me hace dar un salto. Mi corazón late con fuerza mientras giro la cabeza hacia la puerta, que se abre lentamente con un chirrido que rompe el silencio opresivo de la habitación.

Daniel entra con una bandeja en las manos. Sus movimientos son deliberados, casi inquietantemente tranquilos, como si cada paso estuviera calculado. Lleva una sonrisa en los labios, pero no es cálida; es la sonrisa de alguien que disfruta del control. Sus ojos oscuros me recorren de arriba abajo, analizándome como si fuera un objeto en lugar de una persona.

—Mira quién sigue respirando —dice, su tono burlón y cargado de veneno. Deja la bandeja sobre la cama con un golpe seco, haciendo que el contenido de la taza de café se derrame un poco. No parece importarle. Se endereza y cruza los brazos, observándome con una mezcla de burla y algo más peligroso, algo que no puedo descifrar.

Me quedo inmóvil, cada músculo de mi cuerpo rígido, mientras lo observo. No sé qué es peor: su tono o la forma en que me mira, como si ya supiera cómo voy a reaccionar.

—Tienes que comer —continúa, pero su voz pierde cualquier rastro de preocupación. Es una orden disfrazada, un mandato que espera obediencia inmediata. Cuando no respondo, arquea una ceja, claramente irritado por mi falta de reacción.

—¿Vas a quedarte ahí mirándome como una estúpida o vas a comer? —pregunta, con impaciencia que corta el aire. Se inclina ligeramente hacia mí, lo suficiente para que su presencia se sienta aún más asfixiante.

Cumpliendo sus fantasíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora