𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 40

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**El Silencio de la Noche**

La noche había caído sobre el reino, arropando la ciudad con un manto de oscuridad interrumpido solo por las escasas luces de los faroles y el parpadeo distante de las estrellas. En el castillo de la familia real, el silencio era tan profundo como el dolor que se cernía en el corazón de Aegon. Las largas sombras se estiraban por los corredores, mientras el eco de los pasos de Aegon resonaba con una solemnidad que solo él podía sentir.

Al llegar a sus aposentos, encontró la escena que había temido desde el momento en que se regresaron de la tragedia. Su amada esposa, Aelycent, yacía en la cama, inmóvil y pálida. Aegon se detuvo en el umbral, el peso de la realidad cayendo sobre él con una intensidad que casi lo derrumba. La habitación, normalmente llena de vida y calor, estaba envuelta en una atmósfera de desolación.

Se acercó lentamente, cada paso calculado, como si temiera que el más mínimo ruido pudiera romper la frágil calma que se había asentado. Aelycent estaba allí, su cuerpo reposando con una serenidad inquietante, mientras los cabellos dorados se extendían sobre la almohada como un halo de luz apagado. Aegon sintió que el mundo entero se desmoronaba a su alrededor.

Sin poder contenerse más, se arrojó sobre la cama, abrazando con desesperación el cuerpo de su esposa. Las lágrimas empezaron a fluir sin control, calientes y pesadas, resbalando por sus mejillas y empapando la tela del vestido de Aelycent. Las sollozos de Aegon eran incontrolables, el sonido de su dolor llenaba el espacio que alguna vez estuvo lleno de amor y risas
La luna, en su plenitud, se alzaba majestuosa en el cielo nocturno, su luz plateada bañando el palacio en un manto de serenidad inquietante. Los jardines del castillo se sumían en un silencio profundo, interrumpido solo por el susurro de las hojas al viento y el distante canto de algún ave nocturna. En lo más íntimo de ese lugar apartado, en los aposentos privados de Aegon y Aelycent, la atmósfera estaba cargada de una tristeza que parecía estar impregnada en el aire.

Aegon, el rey cuya presencia habitual imponía respeto y autoridad, se encontraba en un estado de vulnerabilidad absoluta. Había recorrido el largo pasillo de su residencia con pasos pesados, sus pensamientos turbados por la angustia y la desesperación. Al entrar en su cámara, el silencio le recibió con una frialdad casi palpable. Su mirada se posó en la figura inmóvil sobre la cama: Aelycent, su amada esposa, yacía inconsciente, su rostro sereno en contraste con la tormenta que sacudía el corazón de Aegon.

La habitación estaba decorada con tonos suaves, pero a esa hora de la noche, la belleza del entorno parecía desvanecerse, eclipsada por la desolación que invadía el lugar. Aegon se acercó lentamente, como si temiera romper el hechizo de calma que envolvía a su esposa. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, creando un juego de sombras que danzaban sobre las paredes, proyectando un reflejo etéreo en el rostro de Aelycent.

Con cuidado, Aegon se sentó en el borde de la cama y extendió su mano temblorosa hacia el rostro de su esposa. Sus dedos recorrieron con ternura sus mejillas, mientras una oleada de emoción le apretaba el pecho. El silencio de la noche era ahora un eco constante de su dolor interno, y cada latido de su corazón parecía resonar con un lamento silencioso. Su voz, quebrada por el dolor, susurró suavemente, como si las palabras pudieran penetrar el velo de inconsciencia que envolvía a Aelycent....

"Despierta, por favor, Aelycent," murmuró entre sollozos, su voz rota y temblorosa. "Te necesito... te amo como no tienes idea... despierta, mi amor. No puedes dejarnos así. No puedes irte..."

Cada palabra estaba cargada de una desesperación que parecía consumirlo por completo. Aegon pasó sus manos por el cabello de Aelycent, acariciando suavemente su rostro, tratando de recordar el calor de su piel, la suavidad de sus labios. Los recuerdos de momentos compartidos se arremolinaban en su mente, un torbellino de amor y pérdida que no podía controlar.

Se inclinó hacia el vientre de Aelycent, donde sabía que se escondía una vida nueva, una esperanza que aún no había tenido la oportunidad de florecer por completo. Con el rostro presionado contra la piel de su esposa, Aegon pudo sentir el leve movimiento del bebé, una señal de vida que le traía un pequeño consuelo en medio de su angustia.

El pequeño movimiento del bebé le recordó la promesa de un futuro que aún debía ser vivido, la promesa de una familia que podría estar completa si no fuera por la tragedia que los había golpeado. La sensación de ese movimiento eufórico, como si el pequeño ser estuviera respondiendo a su presencia, fue un bálsamo en el mar de dolor. Sin embargo, esa pequeña chispa de vida no era suficiente para apaciguar el tormento que sentía.

Aegon se tumbó sobre la cama, colocando su rostro contra el vientre de Aelycent. Las lágrimas continuaron fluyendo, cada una cargada de una mezcla de desesperanza y súplica. Rezaba en silencio, sus labios moviéndose sin sonido, como si pudiera invocar algún tipo de milagro. "Despierta, Aelycent. Necesitamos que despiertes. Yo te necesito. Nuestros hijos te necesitan. No podemos... no podemos enfrentar esto sin ti."

El agotamiento pronto empezó a pasar factura. Aegon, drenado por el llanto y la angustia, sintió que sus fuerzas lo abandonaban. Su cuerpo se relajó poco a poco, y su respiración se hizo más pausada. Con un último susurro de desesperanza, su cabeza descansó en el vientre de Aelycent, y el llanto se convirtió en un sueño profundo, sumido en el silencio doloroso de la noche.

La habitación permaneció en calma, el único testigo de la desesperación de un hombre que había perdido el anhelo más preciado de su vida. Las sombras danzaban en las paredes, proyectadas por las luces de la luna que entraban por la ventana, mientras el amor y el dolor de Aegon se entrelazaban en la penumbra.

Así terminó una noche de agonía, dejando tras de sí un eco de amor y pérdida que resonaría a lo largo del tiempo. En el silencio de la noche, solo la vida que se movía en el vientre de Aelycent prometía una chispa de esperanza para un futuro incierto.

 En el silencio de la noche, solo la vida que se movía en el vientre de Aelycent prometía una chispa de esperanza para un futuro incierto

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--AUTOR NOTE--

HOLAAAAAA, este cap no se porque pero me gusto mucho y además si lo visualizan se siente más.
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Los quiero byeeee

𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃    ~|𝐀𝐞𝐠𝐨𝐧 𝐈𝐈 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧 & 𝐇𝐎𝐓𝐃|~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora