Capítulo 4

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Un mes después

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Un mes después.

Perséfone.

Veo como mi último paciente del día sale de mi consultorio luego de regalarme una sonrisa de agradecimiento, me recuesto en la silla giratoria soltando un leve suspiro cansino, siento mi teléfono vibrar en el bolsillo de mi bata y lo sacó para ver de quién se trata.

💬Zyan: ¿Estás en el hospital?

Zyan, el hombre que no sale de mi cabeza desde que llegó a Italia hace un mes, pensé que mis sentimientos estaban olvidados hace ya bastante tiempo, me equivoqué terriblemente.

Solo estaban ocultos.

💬Perséfone: Si.

Es lo único que le respondo antes de apagar mi teléfono y dejarlo sobre mi escritorio, empiezo a organizar mi agenda y revisar algunos casos nuevos de pacientes que llegarán a mi consultorio en la próxima semana, suelto un suspiro cuando escucho la puerta siendo abierta sin ningún tipo de aviso previo.

Perséfone: Antes de ingresar a un lugar se toca la puerta, es algo básico para una persona con educación.

Murmuró mientras sigo con mi vista fija en mi lapto, hoy no estoy del mejor de los humores.

Carlo: Lo siento— ruedo los ojos sabiendo que él no puede verme— no volverá a suceder— eso dice siempre— vine a que organicemos la gala benéfica del próximo mes.

Lo miro a los ojos cuando menciona la gala, como dueña y directora de este hospital me encargo de que él 20 por ciento de las ganancias obtenidas durante todo el transcurso del año vayan a una fundación para niños con discapacidades, el otro 30 por ciento es donado a una casa hogar.

Perséfone: Pensé que ya nuestras secretarias se estaban encargando de eso— cierro mi laptop y me levanto de mi silla— estaba esperando a que lleguen antes del jueves con una propuesta para la temática de la gala de este año ¿Ya tienen alguna?

Niega con su cabeza, el año pasado todos los interesados en donar algo a alguna de las fundaciones llegó a la gala vestido de la princesa o príncipe de su preferencia, todo con tal de sacarles una sonrisa a esos niños, todo con tal de que ellos tengan un momento de felicidad absoluta.

Carlo: Aún no pero están pensando en ello.

Frunzo el ceño, no entiendo a qué vino entonces, ese no es trabajo de ninguno de nosotros en realidad, aunque me encantaría encargarme de la organización de la gala simplemente mi ajetreada agenda no me lo permite.

Perséfone: De ser ese el caso creo que tengo que irme.

Suelto incómoda por su atenta mirada puesta en mi persona, a pesar de estar ya acostumbrada a las miradas acosadoras y lujuriosas de los hombres al verme la mirada de Carlo logra incomodarme a niveles preocupantes, más aún si ambos estamos solos en el último piso del hospital.

Carlo: No te vayas, yo... yo quería invitarte a cenar conmigo esta noche.

Esta es una de las tantas cosas que no me gustan de llamar tanto la atención, saber que no podré tener amigos porque tarde o temprano los hombres terminan queriendo algo conmigo por mínimo sea y las mujeres terminan distanciándose porque según ellas coqueteo con sus parejas, hago todo y nada para llamar la atención y siempre codicio lo que, según ellas, ya tiene dueño o simplemente se acercan a mí para obtener algún beneficio al ser la única hija mujer de una de las familias más influyentes e importantes de todo el país y sus alrededores.

Perséfone: Yo... tengo cosas que hacer— le digo apenada pero su brazo no me suelta aunque intento que lo haga— y estoy llegando tarde.

Aprieta más el agarre en mi brazo, noto como mi sensible y pálida piel empieza a tornarse rojiza por la presión que ejerce, hago una pequeña mueca con mis labios.

¿Cómo se sentiría su sangre escurriendo de mis dedos?

Carlo: ¿Y mañana?— insiste, se acerca aún más a mi cuerpo y yo intento retroceder pero él no me lo permite, coloca una de sus manos en mi mejilla y yo muerdo fuertemente mi labio inferior intentando contenerme— sé que quieres ¿Por qué te contienes?

Porque no es sencillo sacar manchas de sangre de una alfombra.

Zyan: Si no quitas tus manos de ella en los próximos dos microsegundos tendrás que ir consiguiendo una prótesis o un ataúd, la decisión te la dejo a ti.

Mi piel se eriza al escuchar su ronca voz, la mano que sostenía mi brazo aún no me suelta y sé que las cosas se pondrán feas.

Carlo: ¿Y tú quién eres para venir a decirme lo que tengo o no que hacer?

Se hace el valiente pero notó la palidez en su rostro al ver al enorme hombre con rostro serio y porte intimidante entrar por la puerta abierta, Zyan arquea una de sus cejas y lo mira a los ojos de forma fría e intensa.

Zyan: No debe importarte quien soy yo— se acerca a nosotros y sujeta por el hombro a Carlo, noto la expresión de dolor en este último— solo debe importarte que estás tocando a mi mujer y que si no la sueltas pasarás de ser un doctor con aires de suicida a ser comida para mis cocodrilos.

Carlo me suelta de forma inmediata y yo rápidamente oculto mi brazo de la vista de Zyan quien se encarga de sacar a Carlo de mi consultorio, cierra la puerta cuando termina con su cometido y se acerca a mí de forma amenazante, me sujeta por la mandíbula mientras me mira con sus imponentes ojos grises dilatados.

Perséfone: Gracias.

Susurro mirándolo a los ojos, una de sus manos baja de mi mandíbula a mi cuello, la otra se encarga de alzar mi cuerpo hasta que me tiene sobre él con mis piernas enredadas en su cintura, mi rostro se sonroja al tenerlo tan cerca.

Zyan: ¿Por qué no me respondías el teléfono?— camina conmigo en sus brazos y estampa mi cuerpo contra la pared más cercana sacándome un jadeo— ¿Qué hacías sola con ese tipejo?

Aprieta el agarre en mi cuello, relamo mis labios y lo miró directamente a los ojos sin importarme el hecho de que mis mejillas están apunto de estallar.

Perséfone: ¿No puedo hacerlo? Que yo sepa soy una persona totalmente libre, no le debo explicaciones a nadie.

Lo reto con mi mirada, veo el momento exacto en el que el poco autocontrol que le quedaba se esfuma, sus labios impactan con los míos de forma ruda, mis manos van de forma inmediata a su cabello tirando de él, su lengua ingresa en mi boca sacándome un gemido ahogado, su mano en mi cintura me aprieta más contra su cuerpo antes de separarse de mí tirando de mi labio inferior con fuerza, me mira a los ojos con sus pupilas dilatadas y su mirada oscurecida.

Zyan: Eres mía, solecito— aprieta mi cuello y muerde mi mandíbula— y no quiero que ningún otro hombre toque lo que es mío.

Llevo una de mis manos a su cuello y lo aprieto al igual que él lo hace conmigo, lo miro a los ojos y sonrió de lado.

Perséfone: ¿Tu eres mío?

Relamo mis labios haciendo que su vista se pierda en dicho movimiento.

Zyan: Desde el jodido día en que nací.

Mío.

Dulce Deseo [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora