Capítulo 35

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No apto para todo público

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No apto para todo público.

Una semana después.

Perséfone.

Miro a los chicos con recelo cuando ellos me miran de forma burlona, doy pasos lentos y algo raros intentando igualar sus pasos, teniendo en cuenta que yo sin mi coño sufriendo los estragos de toda una semana llena de sexo con cinco hombres que me sacan más de cincuenta centímetros y eso sin contar que sus pollas parecen sacadas de una historia de gigantes soy mucho más lenta que ellos; en realidad un paso de ellos equivale a siete de los míos.

Son unos desconsiderados.

Perséfone: Espérenme— pido caminando lo más rápido que mi dolorido coño me permite, ellos se detienen y llegó hasta donde están con la respiración agitada, cuando salimos de la mansión me propusieron cargarme o irnos en uno de los autos pero me negué a ambas cosas— podrían... ¿Podrían llevarme?

Hago un pequeño puchero antes de mirarlos, los cinco me están observando con una sonrisa burlona pero sé que es esto o seguir sintiendo como mi alma sale de mi cuerpo con cada paso que doy, sonrió cuando Dimitri se acerca a mi, se agacha hasta mi altura y alza mi cuerpo haciendo que envuelva mis piernas en sus caderas.

Dimitri: Esto me trae recuerdos no muy apropiados, copito.

Si, fue una semana larga y entretenida.

Miro a los chicos caminar detrás de nosotros con una sonrisa, llegamos al jet privado y Dimitri se sienta conmigo en un solo asiento mientras acaricia mi espalda, los chicos se sientan alrededor de nosotros y me distraen mientras el jet despega, trato de concentrarme en sus voces y en sus fragancias hasta que siento como el avión se estabiliza en el aire, saco mi rostro del cuello de Dimitri y miró a los chicos quienes me observan con una sonrisa orgullosa.

Dominic: Lo hiciste muy bien, ratoncita.

Asiento levemente con mi cabeza ignorando el leve sonrojo en mis mejillas, nunca en mi vida pude viajar en un avión sin tener un ataque de pánico hasta ahora, siempre sentí que ingresar a uno era agregar mas cadenas a mi cuerpo ya atado, es como una jaula de metal donde mueres o mueres sin tener la oportunidad de elegir o tan siquiera tomar acciones respecto a lo que quieres hacer en el momento, no puedes llamar a tu familia para despedirte, no puedes intentar salvarte porque solo sería una muerte asegurada, no puedes hacer absolutamente nada... solo esperar que la muerte llegue a ti de la forma que más le plazca.

Azafata: Se les ofrece algo.

Frunzo el ceño saliendo de mis pensamientos cuando escucho la chillona voz de la azafata, levantó la mirada notando a una mujer que yo ya había visto antes, le regaló una leve sonrisa cuando sus ojos se clavan en mi.

Perséfone: Un té, por favor— sonrió aún más cuando la mujer se retira contoneando exageradamente sus caderas, me levanto de las piernas de Dimitri ganándome una mirada confusa de parte de todos— olvidé decirle de que quiero el té— les regalo un pequeño beso a cada uno de ellos antes incorporarme— vuelvo enseguida— salgo de sus vistas antes de que me detengan, camino a paso silencio hasta la cocina sonriendo enormemente cuando veo a la mujer echarle algo a mi té, saco la navaja del ligero en mi muslo y me acerco más a la mujer teñida de negro— el negro no te queda bien, Martina.

La mujer se tensa y antes de que siquiera voltee a verme ya tiene clavada mi navaja en su hombro, relamo mis labios mientras tapo su boca para que el grito no alerte a mis esposos.

Martina: Y...yo no...

Retuerzo la navaja en su interior antes de soltarla.

Perséfone: Has silencio, recién empiezo contigo— me coloco sobre su cuerpo inmovilizando sus movimientos— vas a ser una buena muertita y me dirás donde están— niega incontables veces con su cabeza haciéndome enojar, rompo su camisa de botones extremadamente ajustada y pasó el filo de mi navaja por sus pechos— me parece estúpido de parte tuya y de las ratas ocultas detrás de todo esto que te manden precisamente a ti a esto— ingreso la punta de mi navaja mirándola con el ceño fruncido cuando empieza a gritar— cállate— llevo la navaja a su rostro para que haga silencio, acata mi orden pero los gimoteos de su llanto silencio no cesan— no eras eficiente como secretaria y menos para esto, Martina— muevo una de mis manos aburrida— ahora hablaras si no quieres que te mate ¿Dónde están?

La mataré igual.

Niega nuevamente con su cabeza haciendo que clave mi navaja en su pecho, suelta un grito de dolor mientras suplica para que la suelte, arqueo una de mis cejas esperando una respuesta de su parte.

Marina: E...están en una cabaña a las afueras de la ciudad— inclinó mi cabeza para que siga hablando pero esta niega mirándome con pánico— n...no sé más, ellos solo me enviaron aquí... ni siquiera sabía que se trataba de usted.

Con una macabra sonrisa sacó la navaja de su pecho cuando veo que está perdiendo fuerzas.

Perséfone: Eres una mala mentirosa— abro su pecho derecho e ingresó mi mano buscando su implante, su cuerpo se sacude de dolor y desesperación mientras muevo mis dedos en interior, sacó uno de sus implantes de silicona exageradamente grande, lo llevó hasta su rostro— quiero que te lo comas— niega con su cabeza mientras aprieta sus labios y voltea su rostro— no te estoy preguntando.

Por mirar a mis hombres.

Martina: P...por favor...

Aprovechó su boca abierta para ingresar parte del implante de silicona, hago que se ahogue con lo que quería restregarle a mis esposos en el rostro, una mueca de asco se instala en mi rostro cuando diviso mi vestido rosa pálido sucio de su sangre.

Perséfone: Me ensuciaste— con enojo termino de meter lo que queda de la silicona en su boca haciendo que se ahogue, sus ojos se van cerrando poco a poco pero antes de que los cierre por completo me encargo de informarle— meterte conmigo fue tu sentencia de muerte, deberías sentirte afortunada.

La estupidez también es castigada.

La estupidez también es castigada

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Dulce Deseo [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora