Mi dulce hermana..

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Si había un lugar en el cual Aena no quisiera estar, ese era la fortaleza roja. Desde la batalla en Rook's Rest, la fortaleza roja se había vuelto una locura; con el rey en cama, aemond de regente y Alicent quién le reprochaba cada día sobre el estado de aegon a Aena, ella hubiera deseado ser quien estuviera en cama y no su hermano.

El consejo para la Aena era un dolor de cabeza de cada día, aemond quien en un principio pareció ser una buena opción para el puesto de regente, se había vuelto un dolor contaste de cabeza para la menor de los hermano. Aena no podía soportar tantas tareas que esté le ordenaba; entre patrullar durante la mañana y noche, ser quien quien esté al cuidado de la reina consorte y su hija, y también ser una de las cabezas principales en el consejo, la pobre no había tenido descanso durante la semana.

Cada noche para ella era un descanso que solo le duraba un par de horas hasta que el sol salía y ella tenía que hacer lo mismo. A veces se preguntaba como serían las cosas si fuera escapado aquella noche junto a sir Erryk y la princesa Rhaenys, o si lo fuera hecho con Rhaenyra cuando vino a la capital, eran pregunta a las cuales jamas podria darles una respuesta.

Hoy como los días anteriores, Aena se encontraba en los aposentos de su hermana, Helaena. Para aena, el ver a Helaena, era ver un alma en pena que se atormentaba día con día. Desde la muerte de jacaerys, ella no había Sido la misma y ciertamente aena creía que jamás podría serlo de nuevo. Se le veía más delgada y más pálida, no era ni la sombra de lo que fue antes, y eso le dolía a ella.

Aunque intentaba hablar con ella, decirle que debía comer, dormir, o hasta bañarse, para Helaena estás palabras no hacían efecto en ella, la muerte de su hijo la había dejado sin vida alguna después de su muerte; una que probablemente lo llevaría a la que de ella acabará.

Pero lo que más le dolía a aena, era ver a su sobrina Jaehaera pagar por esto mismo, ver cómo la pequeña buscaba algo de afecto que su madre no le daba en ella. Jaehaera fue la más afectada después de la muerte de jaehaerys, no solo había perdido a su hermano, también había perdido a su madre aquella noche.

--Debes comer, por favor hell--

Por más que ella suplicara, Helaena ni siquiera se molestaba en mirar la comida frente a ella.

Aena se sentía impotente, no podía hacer nada, no podía obligarla a comer y sabía que si ella no comía podía morir, no quería eso. Si su dulce hermana muriera, ella jamás se lo perdonaría.

--Helena por lo siete, por favor, te lo suplico, come..-- Helaena negó --Por favor...--

Helaena levantó su mirada y la volvió hacia aena. Aena notaba los ojos rojos de su hermana y las lágrimas secas en sus mejillas, le dolía el corazón de verla así y saber que no podía hacer para que ella no siguiera sufriendo.

--Bien, come cuando desees-- dijo mientras se levantaba. Helaena solo se quedó observando como está salía de la habitación, cerrado la puerta tras de ella.

En la habitación se había formado un silencio, solo siendo interrumpido por los suaves sollozos provocados por ella misma; Helaena se levantó de la silla y camino hasta una de las ventanas, recostandose en el marco. El aire fresco golpeaba su rostro, algo que no había hecho desde hace algún tiempo cuando había dejado de mirar atraves de las ventanas en su habitación.

--Te extraño, hijo mío. Cuánto te extraño...-- murmuro mirando el cielo.
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--¿Cómo está ella?--

--Sigue sin comer, bañarse y creo, sin dormir--

--Debe comer y dormir--

--Eso lo he estado intentando, durante semanas aemond-- aemond frunció el ceño y negó.

Amor en guerra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora