Aena...

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La tensión dentro de la habitación era palpable. Madre e hijo seguían discutiendo hacerca de la conversación de hace apenas solo unos minutos.

-No debiste ser tan duros con tus palabras -

-¿Cómo querías que le dijera, madre? Ella no iba a aceptarlo si se le daba la opción-

Alicent sabía que su vástago tenía razón, Aena jamás hubiera aceptado casarse por más beneficioso que les fuera.

-Ella deberá entenderlo-

-Si... Ella lo entenderá-aunque no creía que eso llegara a pasar, no tenía otra opción, su mano ya estaba prometida y no era algo que se pudiera discutir -Descansa hijo-

Alicent le dió una corta a su hijo quien se la devolvió. Se dió media vuelta, caminado atraves de la habitación hasta la puerta.

La noche había caído y los pasillos estabas oscuros, siendo iluminados por pocas antorchas en sus paredes. Los largos pasillos que suelen ser transitados por las personal del servicio o algún guardia, estabas desolados, dejando a la mujer sola entre la escuridad y sus pensamientos.

Sus pasos eran lentos y firmes mientras avanzaba atraves de los pasillos, mirado atraves de los ventanales el cielo estrellado que se podía ver desde ahí.

Después de haber estado caminado por algunos minutos, se detuvo frente a una puerta de madera, abriéndola despacio y entrado en la habitación.

-Aena, quisiera que...- Alicent se quedó en silencio al observar la silueta de su hija y nieta entre la oscuridad.

Aena dormía abrazada junto a la pequeña que se acurrucaba en su pecho, alicent decidió retirarse de sus aposentos sin interrumpir el sueño de ambas mujeres; cerrado la puerta despacio mientras abandonaba la habitación.
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Aena dormía abrazada junto a la pequeña que se acurrucaba en su pecho, alicent decidió retirarse de sus aposentos sin interrumpir el sueño de ambas mujeres; cerrado la puerta despacio mientras abandonaba la habitación

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Cuando el sol comenzó a subir detrás del castillo, y los rayos de sol empezaron a entrar atraves de las ventanas abiertas de sus aposentos. Aena abandonó sus aposentos, dejando a la pequeña jaehaera quien descansaba plácidamente sobre su lecho.


Siendo escoltada por un guardia, abandonó los enormes muros de la fortaleza, saliendo a las calles de king's landing, atravesandolas hasta llegar a la fosa de dragones, donde para su sorpresa, su dragona parecía estarla esperando.

A lomos de su dragona, las pequeñas calles de king's landing se veían diminutas junto a todos aquellos que las habitaban. El viento fresco golpeaba su rostro con cada aleteo de Emerys.

A pesar de que debía estar vigilado y estar alerta, para ella estos momentos era los únicos que tenía con su dragona y en los cuales nadie podría verla o decirle algo, dándole la libertad de poder volar como antes lo hacía. Volando bajo sobre el mar y a traves de las nubes, dejado que el sol estuviera sobre su rostro y que el viento golpeara su cuerpo.

Amor en guerra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora