Alessandro Ferrara ha pasado su vida en la sombra de la desesperación. Hijo de un padre alcohólico y con una madre fallecida, ha trabajado incansablemente para mantener a su familia a flote. Cada día es una lucha por sobrevivir, y sus esperanzas est...
El eco de mis pensamientos me asfixia en esta oscura habitación. Estoy atado a una cama que, por más lujosa que parezca, no es más que una prisión. Las suaves sábanas de seda que me envuelven solo hacen que mi angustia sea más palpable. Miro al techo y siento que el peso del mundo entero se cierne sobre mí. No puedo moverme, no puedo escapar, y lo peor de todo, no puedo entender cómo mi vida llegó a este punto.
Todo lo que ha sucedido en las últimas horas parece una pesadilla. Si tan solo no hubiera tomado ese camino ese día. Si tan solo no hubiera encontrado a ese hombre, a Leonardo, herido y desamparado en aquella calle. Tal vez, si hubiera mirado hacia otro lado y seguido mi camino, mi vida habría seguido como siempre, buscando trabajos que nunca conseguía, enfrentando la indiferencia del mundo, pero al menos, habría sido libre.
Ahora, aquí estoy, incapaz de moverme, incapaz de tomar el control de mi destino. "Si tan solo no hubiera nacido..." Las palabras se repiten una y otra vez en mi cabeza, clavándose como dagas en mi mente. Las lágrimas empiezan a caer sin que pueda detenerlas. ¿Cómo pudo mi propio padre, el hombre que debería haberme protegido, entregarme a alguien como si fuera un objeto más? ¿Cómo pudo ponerme en las manos de un hombre tan frío, tan cruel?
No tengo respuestas. Solo tengo dolor.
Los recuerdos de las últimas palabras de Leonardo me atormentan. "Tu padre te vendió. Eres mío ahora." Nunca olvidaré cómo esas palabras resonaron en la sala, el tono calmado y seguro de su voz, la forma en que me miró, como si yo no fuera más que un objeto a su disposición. Mi cuerpo tiembla de nuevo, no solo por la situación en la que estoy, sino por el miedo que ese hombre despierta en mí. Con tan solo una mirada, supe que él no era alguien con quien se pudiera razonar.
Cierro los ojos, buscando encontrar algo de paz en la oscuridad de mis pensamientos, pero lo único que encuentro es más dolor. "Si tan solo no hubiera nacido..."
Eventualmente, el agotamiento me vence. Las lágrimas me han dejado sin fuerzas, y mi cuerpo, aunque tenso, se rinde al sueño, dejándome solo en una maraña de emociones confusas.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Despierto al escuchar el leve sonido de una puerta abriéndose. Parpadeo varias veces, tratando de acostumbrarme a la luz que se cuela a través de las cortinas. El aire frío de la mañana se siente en mi piel, recordándome la incomodidad de estar amarrado a la cama. Lo primero que veo es a una mujer mayor, de cabello canoso, piel pálida y arrugas profundas que recorren su rostro como si contaran una historia de una vida larga y llena de experiencias. Sus ojos, de un verde apagado, me observan con una mezcla de amabilidad y preocupación.
—Buenos días —dice con suavidad, su voz es cálida, pero no familiar. Ella cierra la puerta detrás de sí y camina hacia mí con pasos tranquilos.
—¿Quién eres? —pregunto, mi voz apenas es un susurro, todavía débil por el llanto y la confusión.
—Mi nombre es Sofía —responde, acercándose a la cama—. Estoy aquí para cuidarte. Leonardo me pidió que te atendiera.
El nombre de Leonardo hace que mi corazón dé un vuelco. Mi respiración se acelera de inmediato. Todo vuelve a mí, la realidad me golpea como una ola implacable. Estoy aquí, atrapado, y es por culpa de ese hombre. Instintivamente, tiro de las cuerdas que me atan, aunque sé que es inútil. No tengo fuerzas para liberarme.
—Por favor... —susurro—. Suéltame. No puedo... no puedo estar aquí.
Mis ojos suplicantes se encuentran con los de ella, pero veo en su expresión que ya conoce mi petición, y que no puede hacer nada para cambiar la situación.
—Lo siento, Alessandro, pero no puedo desobedecer las órdenes de Leonardo —dice con una tristeza que parece sincera.
—¡Por favor! —repito con más urgencia, sintiendo que las lágrimas amenazan con regresar—. No puedo quedarme aquí. No puedo... —Mi voz se quiebra. Estoy desesperado, pero ella solo me mira con compasión, sin moverse.
Sofía se sienta en una silla junto a la cama, sin prisa. Parece que está acostumbrada a lidiar con el caos que Leonardo deja a su paso. Me observa, como si tratara de entender lo que estoy sintiendo, aunque ya es bastante obvio.
—Sé que esto es difícil de entender, Alessandro —dice en un tono suave—. Pero te aseguro que Leonardo no es el monstruo que crees que es.
Su declaración me toma por sorpresa. ¿Cómo puede decir eso? ¿Después de lo que me ha hecho? No puedo creerlo.
—¿No es un monstruo? —repito con incredulidad—. Me tiene aquí atado, como si fuera un animal. ¡Mi propio padre me vendió a él! Y tú me dices que no es un monstruo...
Las lágrimas finalmente escapan otra vez, pero esta vez no es solo tristeza, es pura rabia, rabia por mi impotencia, rabia por estar aquí. Pero Sofía permanece tranquila, sus ojos nunca dejan los míos.
—No puedo justificar lo que está haciendo —admite, inclinándose un poco hacia adelante—. Pero lo que te puedo decir es que Leonardo es un hombre que ha sufrido mucho. Su corazón está lleno de cicatrices que no puedes ver a simple vista.
—¿Sufrido? —repito con amargura—. No parece el tipo de persona que sufre. Todo lo que veo es a un hombre cruel, que cree que puede hacer lo que quiera.
Sofía suspira suavemente, como si hubiera escuchado esas palabras muchas veces antes.
—Lo sé. Es fácil pensar eso cuando no conoces su historia. Pero lo que te puedo asegurar es que Leonardo no disfruta del sufrimiento ajeno. Él solo... está roto.
Sus palabras me confunden. ¿Roto? Eso no cambia nada. Lo que me está haciendo es inexcusable, sin importar cuánto haya sufrido. No puedo perdonar lo que ha hecho ni comprender sus razones. Pero al mismo tiempo, la forma en que Sofía habla me hace dudar por un momento. ¿Es posible que haya algo más detrás de su comportamiento?
—Eso no cambia el hecho de que estoy aquí, contra mi voluntad —digo, aunque mi voz ya no tiene la misma furia de antes. Me siento demasiado cansado para seguir peleando, incluso verbalmente.
Sofía asiente lentamente.
—Tienes razón. No cambia lo que te ha hecho, y no te voy a pedir que lo perdones. Solo quiero que entiendas que Leonardo no es el monstruo que crees. Hay más en él de lo que puedes ver ahora.
No puedo evitar sentir que sus palabras son más para consolarse a sí misma que a mí. Pero en este momento, no tengo energía para discutir más.
Sofía se levanta y camina hacia la puerta.
—Voy a traerte algo de comida. Necesitas alimentarte.
La observo mientras sale de la habitación, dejándome solo de nuevo con mis pensamientos, con las cuerdas que me atan a esta cama, y con la creciente sensación de que mi vida, tal como la conocía, se ha acabado.
No importa lo que Sofía diga. No importa cuántas historias tenga para justificar a Leonardo. Sé lo que vi en sus ojos: poder, control, y algo más oscuro que no puedo identificar, pero que me llena de miedo.