Alessandro
El sonido de la puerta abriéndose me despierta de mi sopor. Me duele todo el cuerpo, los músculos tensos por estar amarrado durante horas, días... ya ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado. Estoy tirado en la cama, atado a ella, mi mente atrapada en un ciclo interminable de desesperación y rabia. Pero cuando veo a Leonardo entrar, esa mezcla de emociones se intensifica.
Leonardo avanza con su típica calma imperturbable, con las manos en los bolsillos y esa mirada que parece perforar cada uno de mis pensamientos, escudriñando todo lo que intento ocultar. Su presencia es opresiva, llena de una autoridad que me pesa como una losa en el pecho.
Sin decir una palabra, se inclina sobre mí y empieza a desatar las cuerdas que me tienen atado a la cama. No puedo evitar sentir una sensación de alivio cuando mis muñecas finalmente quedan libres, aunque mi alivio es efímero. Sé que esto no es un acto de compasión. Con Leonardo, nada lo es.
—No intentes escapar —me advierte mientras se endereza, sus ojos fijos en los míos, oscuros y severos—. La casa está vigilada. Nadie te dejará salir de aquí, Alessandro.
Su tono es firme, casi paternal, como si fuera mi guardián en lugar de mi captor. Pero no puedo evitar sentir una chispa de desafío, una pequeña llama de rebeldía que aún arde en mi interior. Me froto las muñecas, sintiendo el alivio del dolor de las ataduras, pero la libertad que realmente ansío sigue fuera de mi alcance.
—Vamos —ordena, haciendo un gesto hacia la puerta.
Lo sigo a regañadientes, mi cuerpo aún débil pero mi mente llena de preguntas, rabia y confusión. Nos dirigimos hacia el comedor, un lugar que se siente tan ajeno como todo en esta casa. Las paredes están adornadas con cuadros costosos, las lámparas cuelgan como joyas preciosas, y todo en este lugar grita lujo, pero también soledad. La opulencia aquí no es más que una prisión disfrazada.
Cuando llegamos, Sofía ya está allí, sirviendo los platos con ese aire de bondad que siempre la acompaña. Hay algo en ella que me recuerda a las pocas personas amables que he conocido en mi vida. Pero incluso su presencia no logra calmar la tormenta de emociones que llevo dentro.
—Siéntate —dice Leonardo, señalando una silla en la mesa.
Me siento, pero no porque quiera, sino porque no tengo otra opción. Frente a mí hay un plato de comida, y aunque huele bien, mi estómago se niega a aceptarlo. El nudo en mi garganta es demasiado fuerte. Mi hambre ha sido sustituida por el miedo, la frustración y el odio.
—No tengo hambre —digo, sin mirarlo directamente.
—No es una opción, Alessandro. Come —responde él con una frialdad que me enciende una chispa de ira.
Apenas puedo soportar su mirada, y mucho menos la sensación de control que ejerce sobre mí. Me niego a obedecer. Mis labios permanecen sellados, y mi cuerpo no se mueve.
Leonardo no toma mi desafío a la ligera. Suspira profundamente, como si estuviera cansado de mi resistencia. Con calma, toma un tenedor, pincha un trozo de carne y lo acerca a mi boca.
—Te dije que comieras —insiste, su voz más baja pero cargada de amenaza.
Me quedo inmóvil, apretando los labios con fuerza. Pero él no se detiene. Empuja el tenedor contra mis labios, y cuando el contacto se vuelve insoportable, mi rabia estalla.
Abro la boca, pero no para aceptar su comida.
Cierro mis dientes alrededor de su dedo, mordiendo con toda la fuerza que tengo. El sabor metálico de su sangre se mezcla en mi boca al instante, pero no me detengo. Mi mirada, llena de desafío, se clava en la suya.
Por un segundo, el tiempo parece congelarse. Leonardo apenas parece sorprendido, como si hubiera esperado algo así de mí. Sin embargo, sus ojos brillan con una furia contenida.
Con un movimiento brusco, se libera de mi mordida, dejando que la sangre gotee de su dedo. El sonido del líquido golpeando el mantel es como una melodía macabra en la silenciosa tensión de la sala. Sofía, que ha estado de pie cerca, deja caer una cuchara con un pequeño sonido metálico, y su rostro palidece al ver lo que acabo de hacer.
—¿Qué demonios...? —gruñe Leonardo, su voz baja, oscura.
Antes de que pueda procesar lo que está a punto de suceder, Leonardo me agarra del cuello con una mano, apretando con fuerza. Me siento completamente vulnerable, su pulgar presionando mi tráquea, haciendo que respirar sea doloroso. Su mirada está llena de furia, y por un instante, estoy seguro de que me matará aquí mismo.
—¿Crees que esto es un juego, Alessandro? —su voz es un susurro mortal, pero los bordes de sus palabras están afilados como cuchillas.
Mis manos se aferran a su brazo, intentando liberarme de su agarre, pero es inútil. La desesperación comienza a asentarse, y el miedo se convierte en algo tangible, como una garra alrededor de mi corazón.
—¡Leonardo! —grita Sofía desde el otro lado de la mesa.
Su voz es firme, aunque también está teñida de preocupación. Leonardo no afloja de inmediato, pero cuando Sofía se acerca a él, coloca su mano suavemente sobre su brazo.
—Déjalo —insiste con una mirada de desaprobación—. No es así como se manejan las cosas.
Por un instante, los ojos de Leonardo se encuentran con los de Sofía, y algo en su mirada parece cambiar. Lentamente, su mano se afloja, y finalmente me suelta. Me desplomo en la silla, tosiendo y jadeando, mientras intento recuperar el aire.
—Te dije que comieras —repite Leonardo, pero esta vez su voz es más controlada. Hay una fría calma en él, una máscara de autocontrol que apenas logra ocultar su furia.
Sofía me mira con ojos llenos de compasión, pero sé que incluso ella está atada por la influencia de este hombre. No puede ayudarme más de lo que ya lo ha hecho. Sus palabras de antes, diciendo que Leonardo no es un monstruo, suenan ahora como una cruel mentira.
—No lo lastimes más, Leonardo —dice Sofía con suavidad, aunque su tono no deja espacio para discusión—. Él aprenderá... con el tiempo.
Leonardo limpia el dedo ensangrentado con un paño que Sofía le ofrece. Me observa en silencio por un largo momento antes de dar media vuelta y salir del comedor, dejándome temblando, con la garganta adolorida y el sabor de su sangre aún en mi boca.
No sé cuánto más podré soportar esto. Pero lo único que tengo claro es que no puedo ceder.
ESTÁS LEYENDO
Sombras De Pasión
RomansaAlessandro Ferrara ha pasado su vida en la sombra de la desesperación. Hijo de un padre alcohólico y con una madre fallecida, ha trabajado incansablemente para mantener a su familia a flote. Cada día es una lucha por sobrevivir, y sus esperanzas est...