Capítulo 23

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Alessandro

Decido que necesito un cambio de escenario, algo que me permita respirar aire fresco y despejar mi mente. Con el permiso de Leonardo y bajo la atenta vigilancia de Sofía, salgo al jardín, buscando tranquilidad. A lo lejos, los corrales me atraen; me pregunto si ver a los caballos me proporcionará el alivio que necesito.

Sofía me acompaña con una actitud amable, pero siempre alerta. Mientras caminamos, el sol se eleva en el cielo, iluminando el paisaje con una cálida luz dorada. El aire es fresco y el canto de los pájaros añade una melodía tranquila a nuestro paseo. Me siento agradecido por la compañía de Sofía, cuyo aire maternal y gentileza me ayudan a sentirme un poco más en paz.

Llegamos a los corrales, un lugar que parece tener su propio ritmo, un lugar de calma y silencio interrumpido solo por el suave relinchar de los caballos. Mientras Sofía me guía, me doy cuenta de que los animales parecen tan tranquilos, ajenos al caos que se desarrolla en el mundo de los humanos. Mi mente comienza a calmarse al observarlos.

De repente, un sonido de agua salpicando llama mi atención. Miro hacia la fuente de ese sonido y allí lo veo: Leonardo está en uno de los corrales, bañando a un caballo negro de aspecto majestuoso. La imagen es tan inesperada como cautivadora. Leo está sin camisa, con el torso expuesto al sol, y su piel brilla ligeramente por el agua que cae de la esponja con la que está limpiando al caballo.

La escena es tan distinta a la imagen dura y despiadada que tengo de él. La forma en que se mueve, la dedicación con la que limpia al caballo, muestra un lado de él que nunca había visto. Sus músculos se tensan y relajan con cada movimiento, y aunque la cicatriz en su pecho es evidente, el cuidado y la ternura con los que trata al animal son palpables.

Sofía nota mi fascinación y sonríe con una mezcla de comprensión y ternura. Me hace un gesto para que me acerque, y aunque me siento algo incómodo, la curiosidad me lleva a avanzar. Mientras nos acercamos, Leonardo levanta la vista y sus ojos se encuentran con los míos. La sorpresa en su rostro es visible, pero rápidamente se oculta detrás de una máscara de control.

—Alessandro —dice con una voz que intenta mantener su tono habitual de firmeza, pero que también muestra un toque de sorpresa—. ¿Cómo te encuentras hoy?

No puedo evitar admirar cómo el agua cae en gotas sobre su piel y cómo el sol resalta sus rasgos con una intensidad que me resulta hipnótica. Trago saliva, intentando desviar mi mirada, pero es casi imposible no quedar atrapado por la imagen que tengo frente a mí.

—Bien, gracias —respondo, tratando de mantener la compostura—. Solo quería ver los caballos.

Leonardo asiente y, aunque su expresión se mantiene controlada, puedo percibir una ligera suavidad en sus gestos. Parece que este momento en los corrales le permite relajarse un poco.

—Te invito a que te acerques —dice—. Este es Dante, el caballo que estoy bañando. Es uno de los más viejos y sabios de la finca.

Con cierta aprensión, me acerco al caballo. Dante es un animal impresionante, con un pelaje negro brillante y una presencia que emite una especie de majestad tranquila. Mientras me acerco, Leonardo continúa limpiándolo con movimientos suaves y meticulosos.

—Dante ha estado conmigo desde hace años —explica Leo mientras trabaja—. Ha pasado por mucho, y ahora vive una vida tranquila aquí.

Sofía se aleja discretamente, dejándonos a Leonardo y a mí en un momento de relativa privacidad. La atmósfera se vuelve un poco más íntima, y aunque aún hay una barrera de formalidad entre nosotros, la presencia de Dante y el entorno relajado parecen suavizarla.

—¿Te gustan los caballos? —pregunta Leonardo, rompiendo el silencio que se había establecido entre nosotros.

Asiento lentamente, sin apartar la vista de Dante. Me siento tranquilo aquí, y parte de eso se debe a la forma en que Leonardo trata al animal. Hay algo en este acto de cuidado y dedicación que me hace reconsiderar la imagen que tengo de él.

—Sí, siempre me han gustado —respondo—. Son animales majestuosos.

Leonardo sonríe levemente, y la expresión en su rostro cambia, revelando una vulnerabilidad que no había visto antes. Sus ojos, que generalmente muestran determinación o frialdad, ahora reflejan una especie de paz.

—A veces, en medio de todo el caos, los caballos son un recordatorio de las cosas simples y buenas —dice—. Son un buen escape de las complicaciones que enfrentamos.

La conversación es breve, pero significativa. Me doy cuenta de que, a pesar de todo, hay un lado de Leonardo que es profundamente humano. Mi admiración por él crece, aunque la complejidad de nuestra relación sigue siendo confusa y ambigua.

A medida que el sol comienza a descender, el ambiente en los corrales se vuelve aún más sereno. La luz dorada ilumina a Leonardo y a Dante de una manera casi mágica. Me siento en paz por un momento, sumido en la belleza simple de la escena.

Finalmente, después de un rato, Leonardo deja de bañar a Dante y se vuelve hacia mí.

—Gracias por venir —dice—. Espero que hayas disfrutado del tiempo aquí.

Asiento, sintiéndome agradecido por la oportunidad de ver a Leonardo en este entorno diferente. Aunque la situación sigue siendo complicada, estos momentos de calma y conexión me ayudan a comprender mejor al hombre que está detrás de la fachada dura.

—Lo he hecho —respondo sinceramente—. Gracias a ti por mostrarme este lugar.

Leonardo asiente y empieza a limpiar sus manos, mientras yo continúo observando a Dante. La tarde avanza, y el tiempo que hemos pasado aquí se siente como un breve respiro en medio de las tensiones que enfrentamos.

Finalmente, nos dirigimos de regreso a la mansión. La experiencia ha sido reveladora y, aunque el futuro sigue siendo incierto, el día de hoy ha dejado una impresión duradera en mí. Mientras caminamos juntos, el sol se oculta en el horizonte, y las sombras empiezan a alargarse, pero el vínculo que estamos empezando a construir es una luz en medio de la oscuridad.

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