Leonardo
Dos días. Han pasado dos malditos días y no tengo idea de dónde está Alessandro. Mi mente es un torbellino de caos, mi corazón late con furia cada vez que pienso en él, en lo que pueda estar sufriendo. Cada segundo que pasa sin una pista, sin una señal, es una puñalada directa a mi alma.
Estoy en mi despacho, rodeado por mis hombres, pero la sensación de poder que solía acompañar estar al mando ha desaparecido por completo. No me importa nada de esto. El dinero, el control, las armas. Nada de eso tiene sentido si no puedo encontrarlo. Todo en lo que puedo pensar es en su rostro, en la manera en que me miraba la última vez que lo vi.
—¿Alguna novedad? —pregunto, aunque la pregunta apenas sale como un gruñido. Mi mandíbula está apretada, y mis manos tiemblan levemente. No es miedo, es pura rabia contenida.
Uno de mis hombres, un tipo grande y robusto llamado Vito, da un paso adelante. Es el encargado de las operaciones de búsqueda. Se supone que es bueno, pero estos días ha demostrado ser un completo inútil.
—Señor, hemos rastreado todas las posibles ubicaciones, pero no hay nada aún. Nadie ha visto ni oído nada... —Vito vacila, su voz perdiendo fuerza cuando me mira a los ojos.
Esa vacilación es todo lo que necesito. Mi paciencia, si es que alguna vez la tuve, se rompe en ese instante. Sin pensarlo dos veces, saco mi pistola y disparo. El sonido del disparo retumba en la habitación, y Vito cae al suelo, su cuerpo pesado chocando contra la madera como un muñeco roto. El silencio que sigue es insoportable.
—¡Inútiles! —grito con una furia que apenas puedo contener. Mis ojos se clavan en cada uno de los hombres que están en la habitación, observando cómo retroceden ante mi explosión de rabia—. ¡Todos ustedes! ¡Son unos malditos inútiles! ¡No han servido para nada!
Siento mi respiración acelerarse mientras camino por la habitación, incapaz de quedarme quieto. Estoy desesperado, cada fibra de mi ser está a punto de estallar. Necesito hacer algo, necesito encontrarlo. ¿Cómo es posible que Gabrielle lo haya sacado de debajo de nuestras narices sin dejar rastro?
—¿Cómo puede ser que no tengamos ni una sola pista? —miro a otro de mis hombres, uno que hasta ahora ha logrado mantenerse callado—. ¡Habla, maldita sea! ¡Dime algo útil!
—Lo... lo estamos intentando, señor —dice con voz temblorosa—. Estamos investigando todas las posibles conexiones con Gabrielle, pero ha sido muy cuidadoso en no dejar rastros visibles.
Caminé hacia él lentamente, mi mano aún sosteniendo el arma, y lo vi temblar. Lo que me daría satisfacción en cualquier otro momento, ahora solo me frustra más. No quiero temor; quiero resultados. Quiero a Alessandro de vuelta.
—¿Te parece que "estamos intentándolo" es suficiente? —mi voz sale baja y peligrosa. El hombre se encoge sobre sí mismo, incapaz de mirarme a los ojos.
—No, señor —responde, con la voz temblorosa.
Miro a todos los hombres que me rodean. La tensión en la habitación es casi palpable. Saben que estoy al borde de un colapso, pero ninguno tiene el valor de decirme algo.
—Voy a decir esto una sola vez más —digo, esta vez con la calma más fría que puedo reunir—. Si no encuentro a Alessandro... si no lo encuentro vivo... mataré a cada uno de ustedes con mis propias manos. ¿Entienden?
Un murmullo de afirmaciones resuena en la habitación, pero no me satisface. Sé que mis amenazas no son suficientes para que den con su paradero. Gabrielle ha sido meticuloso, siempre lo ha sido. Este plan fue más que un ataque, fue una declaración de guerra personal. Él sabía exactamente dónde golpearme para hacerme caer.
—¡Lorenzo! —grito, llamando a mi hombre de confianza.
Lorenzo aparece casi al instante, su rostro está tenso, pero mantiene la compostura. Siempre ha sido el más leal, el más eficiente, pero incluso él parece no tener respuestas.
—Dime que tienes algo —le exijo, aunque mi tono esta vez no es un grito. Solo desesperación.
Lorenzo niega con la cabeza.
—No lo tenemos aún, pero hay algunos movimientos sospechosos en las afueras de Florencia. Unas propiedades asociadas con antiguos aliados de Gabrielle. Puedo movilizar a un grupo de hombres y...
—Hazlo —lo interrumpo, con los dientes apretados—. Mueve a todos los que tengamos. No quiero una sola piedra sin levantar. Si hay alguien que haya visto algo, lo quiero aquí, frente a mí, o muerto. No me importa cuál.
Lorenzo asiente y sale rápidamente de la sala, dejándome solo con mi frustración y mi rabia. Estoy agotado, pero no puedo permitirme parar. No hasta encontrarlo. No hasta tener a Alessandro de vuelta a mi lado.
Me acerco a la ventana, con la mirada fija en la ciudad. Florencia parece tan pacífica desde aquí, pero para mí, está envuelta en el caos. Pienso en Alessandro, en su sonrisa, en su risa, en la manera en que me mira. Me aferro a esos recuerdos como si fueran mi única fuente de cordura.
—Voy a encontrarte —murmuro para mí mismo, apretando los puños con tanta fuerza que mis nudillos se ponen blancos—. Lo juro, Alessandro. Te encontraré, y haré que Gabrielle pague por cada segundo que te ha hecho sufrir.
Sigo mirando por la ventana, pero ya no veo la luna. Solo veo la venganza.
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Sombras De Pasión
Storie d'amoreAlessandro Ferrara ha pasado su vida en la sombra de la desesperación. Hijo de un padre alcohólico y con una madre fallecida, ha trabajado incansablemente para mantener a su familia a flote. Cada día es una lucha por sobrevivir, y sus esperanzas est...