Capítulo 33

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Alessandro

El sol de la mañana se cuela por las cortinas de la ventana, bañando la habitación en un cálido resplandor dorado. Abro los ojos lentamente, sintiendo una paz extraña, algo que no había experimentado en mucho tiempo. A mi lado, Leonardo está dormido, su respiración profunda y calmada. Por un instante, simplemente lo observo. Nunca lo había visto así, tan vulnerable, tan... humano.

Sus facciones parecen más suaves mientras duerme, sin la dureza que siempre lleva consigo cuando está despierto, esa máscara de impenetrabilidad que lo hace parecer indestructible. Sin pensar, alzo la mano y acaricio suavemente su rostro, dejando que mis dedos recorran la línea de su mandíbula, sintiendo su barba incipiente.

Pienso en todo lo que ha pasado desde que lo conocí. Cómo irrumpió en mi vida, un huracán imparable que me llevó por completo. Recuerdo las primeras veces que lo vi, esa arrogancia que parecía llenar cada rincón de la habitación, el control absoluto que ejercía sobre todo y sobre todos. Recuerdo también cómo me secuestró, cómo me arrebató de mi vida sin una explicación, sin darme una opción. Al principio lo odié, lo temí. ¿Cómo no hacerlo? Un hombre así, capaz de tomar lo que quiere sin importarle las consecuencias, sin mostrar un atisbo de remordimiento.

Mis dedos siguen acariciando su rostro mientras estos pensamientos llenan mi mente. Pero ahora, mientras lo veo dormir, no puedo negar lo que siento. Lo que antes creía que era odio o miedo, ha cambiado, se ha transformado en algo completamente distinto. ¿Será esto el síndrome de Estocolmo? ¿Me he enamorado de mi captor, de alguien que debería representar todo lo que detesto? Pero al mismo tiempo... Leonardo me ha protegido. Me ha mostrado un lado de él que nadie más ha visto. Y por extraño que parezca, me ha dado una libertad que no sabía que necesitaba. Una libertad emocional, una seguridad que nunca antes había sentido.

Recuerdo cómo, anoche, me besó con una intensidad que me hizo olvidar todo lo demás. En ese momento, todo lo que me importaba era él. Quizás no es el síndrome de Estocolmo. Quizás, solo quizás, esto es real.

De repente, siento que Leonardo se mueve. Sus párpados se agitan y, lentamente, abre los ojos. Me mira y una sonrisa perezosa cruza su rostro.

—Buenos días —murmura con una voz ronca, todavía somnolienta, pero llena de calidez.

—Buenos días —respondo, sin poder evitar sonreír también.

Antes de que pueda decir algo más, se inclina hacia mí y me besa suavemente en los labios. Es un beso lento, tierno, como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros. No es el beso apasionado de la noche anterior, sino algo más profundo, más íntimo.

Cuando finalmente se separa, me mira con esos ojos oscuros que parecen ver a través de mí.

—Te haré el desayuno —dice de repente, su tono ligero, como si no acabáramos de compartir uno de los momentos más significativos de nuestras vidas.

Me río, incrédulo.

—¿Tú? ¿Cocinando? —pregunto, burlándome un poco—. No puedo creer que un mafioso como tú sepa hacer algo tan mundano como cocinar.

Leonardo levanta una ceja, fingiendo estar ofendido.

—No subestimes mis habilidades, Alessandro. Sé hacer más que solo disparar un arma o dar órdenes.

Me río de nuevo, y esta vez, es una risa auténtica, una que sale desde el fondo de mi ser. Es extraño, pero me siento cómodo con él. Más de lo que jamás pensé que podría estar con alguien como Leonardo.

Nos levantamos de la cama y me visto con la ropa que llevamos ayer. Mientras tanto, Leonardo se dirige a la pequeña cocina de la casa que Lorenzo había rentado para nosotros. Me siento en la mesa, observándolo mientras busca ingredientes en la nevera. Me cuesta imaginar a alguien como él, el temido jefe de una de las familias más poderosas de la mafia italiana, preparando el desayuno con tanta facilidad.

—¿Qué vas a hacer? —pregunto, todavía un poco escéptico.

—Omelette —responde él, como si fuera lo más obvio del mundo—. Es algo simple, pero sé que te gustará.

Lo miro, intrigado, mientras empieza a cortar verduras con una destreza sorprendente. Hay algo en verlo hacer algo tan cotidiano que me desconcierta, pero también me atrae. Es como si estuviera viendo a una versión completamente diferente de Leonardo, una que no está llena de violencia y poder, sino de simple humanidad.

Mientras trabaja en la cocina, me pierdo en mis pensamientos de nuevo. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Hace unos meses, si alguien me hubiera dicho que estaría desayunando en una playa cerca de Milán con un jefe de la mafia, habría pensado que estaban locos. Pero aquí estoy, y no puedo negar que hay algo en este hombre que me atrae de una manera que no puedo explicar.

Cuando finalmente termina de cocinar, me sirve un plato de omelette con una sonrisa triunfante en el rostro.

—Pruébalo —dice, sentándose frente a mí con su propio plato.

Tomo un bocado, y para mi sorpresa, está delicioso.

—Está... realmente bueno —admito, mirándolo con una mezcla de sorpresa y admiración.

—Te lo dije —responde él con una sonrisa, mientras toma un bocado de su propio plato.

Nos sentamos en silencio por un rato, comiendo. El ambiente es tranquilo, casi doméstico. Algo que nunca habría imaginado en la vida que lleva Leonardo. Pero mientras lo miro, no puedo evitar sentir que este es el verdadero él. No el hombre que lidera con puño de hierro, sino alguien que, en el fondo, solo busca lo mismo que todos: compañía, comprensión, quizás incluso amor.

Termino de comer y me recuesto en la silla, mirando hacia la ventana que da al lago. El sol ya está alto en el cielo, reflejándose en el agua de manera que hace que todo parezca brillar.

—¿Qué piensas? —pregunta Leonardo, rompiendo el silencio.

—Pienso... —hago una pausa, sin estar seguro de cómo poner mis pensamientos en palabras—. Pienso que tal vez todo esto no sea lo que pensé que era. Tal vez... no soy prisionero de ti.

Leonardo me mira fijamente, como si estuviera tratando de descifrar mis palabras.

—No lo eres, Alessandro. Nunca lo fuiste. Lo sabes, ¿verdad?

Asiento lentamente. Quizás siempre lo supe, pero no quería aceptarlo. Porque aceptar eso significaría admitir que lo que siento por él es real. Y eso, más que cualquier otra cosa, me asusta.

Sombras De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora