Capítulo 10

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Sofía

Después de la cena, el ambiente en la casa está lleno de una tensión palpable. Sé que algo dentro de Leonardo se agita, lo veo en su mirada, en sus movimientos, en la manera en que presiona sus labios con una firmeza inusual. Llevo años cuidando de él, observándolo, y he aprendido a detectar esas pequeñas señales de tormenta que se acumulan en su interior. Y hoy, esa tormenta parece más cerca de estallar que nunca.

Camino por los pasillos con pasos suaves, como lo he hecho miles de veces antes. Este lugar es mi hogar, pero también es una prisión para aquellos que Leonardo decide mantener dentro de sus muros. No puedo negar que siento compasión por Alessandro. El chico ha sido arrastrado a un mundo que no entiende, un mundo lleno de sombras donde las deudas se pagan con vidas y almas, no con dinero.

Al llegar a la puerta del despacho de Leonardo, dudo por un momento antes de tocar suavemente. No suelo intervenir en sus decisiones, pero esta vez es diferente. Me he dado cuenta de algo en los ojos de Alessandro, algo que me inquieta profundamente. No es solo miedo. Es desesperación, la clase de desesperación que puede hacer que un chico cometa actos imprudentes... o irreparables.

—Adelante —dice la voz grave de Leonardo desde dentro.

Empujo la puerta y entro al despacho, que está tenuemente iluminado. Las cortinas están cerradas, y el aire es denso, como si la propia habitación estuviera guardando secretos. Leonardo está de pie junto a su escritorio, mirando por la ventana, aunque no puede ver nada más allá de su propio reflejo.

—Leonardo —comienzo con cautela, sabiendo que lo que voy a preguntar podría no ser bien recibido—, necesito hablar contigo.

Él no se gira inmediatamente, pero puedo ver cómo sus hombros se tensan. Finalmente, se da la vuelta, sus ojos oscuros me observan con una mezcla de cansancio y molestia.

—¿Qué pasa, Sofía? —pregunta, aunque su tono deja claro que ya sospecha el motivo de mi visita.

Me acerco un poco más, cuidando mis palabras. No quiero enfurecerlo, pero tampoco puedo quedarme en silencio.

—Quiero saber por qué trajiste a ese chico aquí, Leonardo —le digo, con la voz calmada pero firme—. No es como los demás... y tú lo sabes.

Él se queda en silencio, mirando un punto en el aire como si intentara encontrar las palabras correctas. Durante unos segundos, me pregunto si realmente va a responderme o si simplemente me pedirá que me retire, como ha hecho otras veces cuando las preguntas se acercan demasiado a sus propios secretos.

Finalmente, suspira, y sus ojos se encuentran con los míos. Hay una frialdad en su mirada, pero también algo más, algo más profundo, enterrado bajo capas de protección emocional.

—Su padre me debía una gran suma de dinero —responde, como si esa fuera toda la explicación que necesitara—. Lo entregó a cambio de su deuda. Fin de la historia.

Sus palabras son directas, casi brutales en su simplicidad. Pero yo no me dejo engañar tan fácilmente. He visto a Leonardo lidiar con deudores antes. Nunca había hecho algo así, nunca había tomado a una persona como pago... al menos no de esta manera. Y sobre todo, nunca había mantenido a alguien tan cerca de su vida personal.

—No es tan simple, Leonardo —insisto, acercándome más para que me escuche claramente—. Tú podrías haberlo rechazado. Sabes que podrías haberlo hecho.

Él aprieta los labios y se sienta en su silla detrás del escritorio, frotándose la sien con una mano. La tensión en su rostro es evidente, y aunque intenta ocultarlo, veo el conflicto en sus ojos. No puede esconderme sus emociones como lo hace con los demás. Después de todo, lo crié como si fuera mi propio hijo.

—¿Por qué estás tan interesada en este chico, Sofía? —pregunta, con un tono que insinúa que no quiere continuar con esta conversación—. No es asunto tuyo.

Me quedo en silencio un momento, considerando mis siguientes palabras con cuidado. No puedo dejar que se cierre. No esta vez.

—Lo es —respondo suavemente—. Porque te conozco, Leonardo. Sé lo que llevas dentro. Y sé que este chico... te está afectando de una manera que no es normal para ti. Si solo fuera una deuda más, lo habrías dejado en manos de Lorenzo o de cualquier otro. Pero lo trajiste aquí, lo tienes contigo.

Sus ojos se entrecierran ligeramente, como si estuviera debatiendo si levantarse y terminar la conversación de una vez. Pero algo en mis palabras lo detiene. Se reclina en la silla, cruzando los brazos sobre el pecho.

—No sé qué esperas que te diga, Sofía —dice finalmente—. El chico... me debe su vida. Su padre lo entregó sin pensarlo dos veces. Y si crees que me afecta de alguna manera, estás equivocada.

—¿De verdad lo crees? —lo desafío suavemente, inclinándome hacia adelante—. Porque lo que yo veo es a alguien que ha traído a un joven asustado a una vida que nunca eligió, y ahora no sabe qué hacer con él.

Él me mira fijamente, sus labios formando una fina línea. Sé que estoy tocando una fibra sensible, pero es necesario.

—Leonardo —continúo—, ese chico no es como los demás. No puedes simplemente tratarlo como a cualquiera. Tiene una chispa, algo que tú reconociste cuando lo viste por primera vez. Y por eso lo trajiste aquí.

—Lo único que reconocí en él fue una oportunidad —responde fríamente, aunque noto una ligera vacilación en su voz.

—No. Lo que viste fue a alguien herido, igual que tú —lo interrumpo con suavidad—. Alguien que ha sido traicionado por la persona que más debía protegerlo. Igual que tú, Leonardo.

Mis palabras hacen eco en la habitación, y puedo ver cómo sus manos se tensan en los apoyabrazos de la silla. Está luchando con algo dentro de sí mismo, algo que ha mantenido oculto durante años. Y aunque no quiera admitirlo, lo sé. Conozco su pasado, sus heridas. Y Alessandro, de alguna manera, está removiendo esos viejos recuerdos, esos traumas que nunca logró superar del todo.

—No lo compares conmigo —dice entre dientes, aunque no con la dureza que esperaba. Es casi una súplica.

—No lo estoy haciendo —respondo con calma—. Pero creo que tú sí lo estás haciendo, incluso si no quieres admitirlo.

Leonardo se queda en silencio, sus ojos oscuros fijados en algún punto lejano. Sé que está procesando lo que he dicho, aunque no me lo dirá directamente. Siempre ha sido así con él, un hombre lleno de contradicciones, de emociones reprimidas que rara vez deja salir a la superficie.

Finalmente, se levanta de la silla y camina hacia la ventana, dándome la espalda. Desde allí, habla con una voz más baja, más controlada.

—No sé qué haré con él, Sofía —admite en un susurro que apenas escucho—. Pero no puedo dejarlo ir.

Me quedo mirándolo por un momento, sintiendo una mezcla de compasión y tristeza. Leonardo siempre ha sido un enigma, un hombre atrapado entre lo que es y lo que podría haber sido. Y ahora, con Alessandro, parece que ese conflicto interno ha vuelto a la superficie.

—Entonces no lo lastimes más —le digo suavemente, acercándome para poner una mano en su hombro—. Porque, aunque no lo quieras ver, él es la única persona que puede salvarte de ti mismo.

Leonardo no responde, pero tampoco me rechaza. Me retiro lentamente, dejando que las palabras calen en su mente. Mientras cierro la puerta detrás de mí, no puedo evitar pensar que, tal vez, Alessandro es la única esperanza que le queda a Leonardo de redimirse... si es que aún queda redención posible para él.

Sombras De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora