Capítulo 38

143 11 0
                                    

Alessandro

El tiempo se ha convertido en una sombra borrosa. No sé cuántos días han pasado desde que fui secuestrado, ni cuánto tiempo más podré soportarlo. La oscuridad, el encierro, y la presencia constante de Gabrielle son como un veneno que poco a poco me está consumiendo. No me ha hecho daño físico, no todavía, pero cada segundo que pasa, cada palabra suya, es una puñalada más profunda en mi mente.

Gabrielle no ha hecho otra cosa más que burlarse de mí, de mi miedo, de mi desesperación. Lo hace con una facilidad inquietante, como si mi sufrimiento fuera algo que realmente disfrutara. A veces, simplemente se queda de pie frente a mí, con esa sonrisa cruel en los labios, observándome, como si fuera un experimento al que está analizando.

—Mírate —me dice, mientras camina a mi alrededor—. Tan joven, tan inocente. No es de extrañar que Leonardo te quiera tanto.

Mi estómago se revuelve cada vez que menciona a Leonardo. No porque me incomode la idea de que me quiera, sino porque Gabrielle lo usa como una herramienta para herirme. Para recordarme que todo esto no es más que un juego de poder, una batalla entre dos hombres donde yo soy solo el peón.

—Eres un maldito monstruo —le grito, finalmente, incapaz de contener más el odio y el miedo que he acumulado dentro de mí.

Gabrielle se detiene, y durante unos segundos, el silencio llena la habitación. Pienso que tal vez lo he enfurecido, pero entonces, para mi sorpresa, sonríe.

—Claro que lo soy —dice, con una calma que me hiela la sangre—. Y lo mejor es que lo sé. No me engaño a mí mismo como lo hace Leonardo, creyendo que puede ser algo más que un monstruo.

Su mano se acerca a mí, y antes de que pueda reaccionar, me agarra del cabello, tirando de mí con fuerza. Grito de dolor, pero él no se inmuta. Me arrastra hacia él, inclinándose para que nuestros rostros queden a centímetros de distancia. Sus ojos, vacíos y crueles, me observan con detenimiento.

—Eres hermoso —murmura, su aliento frío contra mi piel—. Ahora entiendo por qué Leonardo te quiere tanto.

Siento náuseas. Su mirada, la manera en que me examina, todo en él me asquea. Intento apartarme, pero sus manos son como garras, manteniéndome firme bajo su control.

—Dime, Alessandro —dice con esa sonrisa repugnante aún en sus labios—. ¿Leonardo ya te ha cogido? ¿Ya te ha hecho suyo de la manera en que siempre lo hace con todo lo que posee?

Su pregunta me golpea como una bofetada, una mezcla de humillación y rabia se apodera de mí. Pero Gabrielle no espera una respuesta. No le importa lo que piense o lo que diga. Solo quiere verme quebrar. Quiere usarme para herir a Leonardo de la peor manera posible.

—Cállate —susurro, pero no tengo la fuerza para gritar.

—¿Qué pasa? ¿Te duele la verdad? —Gabrielle tira de mi cabello con más fuerza, obligándome a mirarlo a los ojos—. No importa, Alessandro. Pronto, Leonardo ya no será tu problema. Cuando termine con él, no será más que una sombra de lo que fue.

El terror vuelve a instalarse en mi pecho. No puedo dejar de pensar en Leonardo. ¿Estará buscándome? ¿Sabrá siquiera dónde estoy? Cada minuto que pasa aquí, me siento más distante, más lejos de él. Pero una parte de mí, la parte que se aferra desesperadamente a la esperanza, sigue creyendo que vendrá por mí.

—Él vendrá —digo, casi en un susurro, con lo poco de fuerza que me queda—. No importa lo que hagas, Gabrielle. Leonardo vendrá por mí.

Gabrielle me suelta bruscamente y da un paso atrás. Su sonrisa se desvanece por un instante, pero solo para dar paso a una mirada de frialdad absoluta.

—Que venga entonces —responde, con la voz cargada de veneno—. Lo estaré esperando.

Me quedo solo, con mi respiración agitada y el cuerpo dolorido. Gabrielle puede ser un monstruo, pero sé que no todo está perdido. Leonardo es más fuerte de lo que él cree, y aunque esté atrapado en este lugar, aunque el miedo me esté consumiendo, todavía tengo la certeza de que no me dejará solo.

Sombras De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora