Capítulo 12

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Alessandro

Estoy en la habitación que Leonardo me ha asignado, el silencio que la llena es opresivo y pesado. No puedo dejar de pensar en cómo mi vida ha cambiado drásticamente desde que llegué a esta mansión. Cada rincón, cada mueble, cada sombra parece recordarme la cruel ironía de mi situación: de un simple chico de clase media en Florencia a ser propiedad de un hombre que, a mis ojos, es la personificación misma del terror.

Mi mirada se dirige hacia la ventana, desde donde puedo observar a Leonardo en el jardín. Su figura imponente se destaca en el verde, su concentración total en el tiro. Es como un monstruo implacable, manejando el arma con una destreza que parece deshumanizarlo aún más. La luz de la luna se refleja en el metal de la pistola, creando destellos que parecen recordar el frío implacable de su carácter.

No puedo evitar sentir un odio profundo hacia él. Es un odio que crece con cada día que paso aquí, con cada recordatorio de mi impotencia. En mi mente, lo imagino como un monstruo, alguien incapaz de sentir compasión o remordimiento. Cada disparo que hace parece ser un recordatorio de mi propia desesperación, un recordatorio de la cruel realidad en la que estoy atrapado.

Los minutos pasan lentamente mientras sigo observándolo. Me pregunto qué es lo que realmente lo mueve, qué demonios lo impulsa a ser tan despiadado. La distancia entre nosotros se siente como un abismo insuperable, y el odio que siento hacia él solo parece intensificarse con cada segundo.

Finalmente, la figura de Leonardo se mueve, dirigiéndose hacia la mansión. Mi corazón se acelera, anticipando el momento en que entrará en mi habitación. No tengo dudas de lo que va a hacer: intentará obligarme a comer, a seguir sus reglas, a someterme a su voluntad.

No pasa mucho tiempo antes de que escucho el sonido de la puerta abriéndose. El ruido me hace girar hacia la entrada, y ahí está Leonardo, con una expresión que mezcla autoridad y frustración. Se acerca a mí con pasos firmes, y no puedo evitar sentir una mezcla de miedo y repulsión.

—Alessandro —dice con un tono de voz que no deja lugar a dudas sobre su determinación—, es hora de comer.

Mi estómago ruge, y aunque tengo hambre, la mera idea de comer algo que él ha dispuesto me repugna. Me inclino hacia atrás en la cama, cruzando los brazos sobre el pecho.

—No tengo hambre —respondo con la mayor firmeza posible, tratando de mantener mi voz en calma.

Leonardo frunce el ceño, claramente frustrado por mi resistencia. Su expresión cambia rápidamente de calma a ira contenida, aunque parece esforzarse por mantener la compostura.

—Alessandro, esta no es una opción. Tienes que comer, y lo harás —dice, su voz ahora más dura y autoritaria.

Me doy cuenta de que su paciencia está llegando al límite. Su enojo es palpable, y siento una pequeña chispa de satisfacción al ver que incluso él tiene sus debilidades. Pero esa satisfacción se ve rápidamente eclipsada por el miedo que siento hacia su reacción.

—No quiero —repito, esta vez con un tono más desafiante—. No quiero nada de ti, ni de esta casa, ni de tu comida.

Leonardo parece a punto de explotar. Sus manos se cierran en puños, y su respiración se vuelve más rápida. Me doy cuenta de que estoy jugando con fuego, pero no puedo evitarlo. El odio que siento por él me empuja a resistir.

—¡Maldita sea, Alessandro! —grita finalmente, la furia en su voz resonando en la habitación—. No puedo seguir haciéndolo todo por ti. ¡No tienes idea de lo que estás haciendo!

Su grito es tan fuerte que hace temblar las paredes. Me encojo en la cama, pero mi resistencia sigue siendo firme. No tengo intención de ceder, no importa cuán furioso se ponga. A través del odio que siento, también siento una especie de fuerza que me impulsa a no rendirme.

Leonardo respira profundamente, tratando de calmarse. Su mirada se suaviza, pero no del todo. Hay una lucha interna visible en su rostro, como si estuviera tratando de controlar un monstruo interno.

—Escucha, Alessandro —dice con voz más controlada, aunque todavía hay un borde de frustración en su tono—. No estoy pidiéndote esto por gusto. Quiero que estés bien. Quiero que te adaptes, y para eso necesitas estar sano. No estoy aquí para hacerte daño.

Su voz tiene un tono de sinceridad que no puedo ignorar del todo, pero el dolor y la desconfianza que siento hacia él siguen siendo abrumadores. La idea de ceder a sus demandas se siente como traicionar mis propios principios, y no estoy dispuesto a hacerlo.

—No me importa —respondo finalmente, con un tono de voz que intenta ser firme—. No quiero nada de ti, ni siquiera tu comida.

Leonardo me mira por un momento más, sus ojos llenos de una mezcla de frustración, preocupación y algo más que no puedo descifrar. Finalmente, da un suspiro resignado y se da media vuelta.

—Está bien —dice con un tono de voz cansado—. No comerás si no quieres, pero no esperes que esto haga que las cosas sean más fáciles para ti. Tienes que aprender a ver más allá de tu propia resistencia.

Con esas palabras, se aleja de la habitación, dejando atrás un silencio cargado de tensión. Estoy solo de nuevo, y el odio que siento por él sigue ardiendo en mi interior. Cada minuto que pasa en este lugar parece más una tortura que un simple ajuste a una nueva vida. No sé cuánto tiempo más podré soportar esta situación, pero mientras esté aquí, seguiré resistiendo, sin importar lo que Leonardo haga para intentar someterme.

El odio que siento por él es mi único consuelo en este mar de incertidumbre.

Sombras De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora