Capítulo 4

387 36 3
                                    

Alessandro

Los últimos días han sido una completa pesadilla. Desde que me despidieron de la cafetería, he estado buscando trabajo, pero en Florencia parece que nadie está interesado en contratar a alguien que no tenga contactos o experiencia suficiente. El rechazo constante pesa cada vez más sobre mis hombros. Me esfuerzo por mantenerme fuerte, pero la frustración me está consumiendo. Todo lo que quiero es un trabajo, algo que me mantenga ocupado, algo que me distraiga de la traición de Marco, de los gritos de mi padre borracho, de la sensación de que mi vida está hundiéndose poco a poco.

Caminando por las calles, el viento fresco de la tarde acaricia mi rostro, pero no encuentro alivio. Estoy cansado, agotado. Pienso en lo mucho que ha cambiado mi vida en tan poco tiempo. Hace una semana tenía un trabajo, un novio, y una rutina. Ahora, no tengo nada, salvo una serie interminable de puertas cerradas en mi cara.

El sonido de un motor llamando la atención me saca de mis pensamientos. Un auto negro se detiene abruptamente delante de mí, cortándome el paso. Mi corazón se acelera. No hay nada bueno en que un auto caro, con cristales tintados, te cierre el paso en una calle casi desierta. Empiezo a retroceder, intentando pensar en una salida rápida.

Antes de que pueda moverme más, las puertas del coche se abren y un grupo de hombres baja. Me rodean rápidamente, sus rostros inexpresivos, como si estuvieran acostumbrados a este tipo de situaciones. Mi cuerpo reacciona con puro instinto, el miedo me invade.

—¿Quiénes son? —pregunto con voz temblorosa, mi respiración se vuelve errática. No recibo respuesta, solo miradas gélidas que no muestran ni un atisbo de compasión.

Doy un paso atrás, intentando escapar, pero uno de ellos se mueve con rapidez y me golpea por detrás. El dolor explota en mi cabeza, y todo se vuelve oscuro.

Cuando recupero la conciencia, el dolor de mi cabeza es lo primero que siento

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando recupero la conciencia, el dolor de mi cabeza es lo primero que siento. Un fuerte latido pulsa en mi sien y me hace querer cerrar los ojos nuevamente, pero el frío del lugar me despierta del todo. Mi cuerpo está rígido, y noto algo atado alrededor de mis muñecas y tobillos. Intento moverme, pero las cuerdas me mantienen prisionero.

Mis ojos parpadean varias veces hasta que la visión borrosa se aclara. Estoy en una sala... no, no cualquier sala. Todo a mi alrededor grita lujo: muebles caros, suelos de mármol, cortinas pesadas de terciopelo oscuro que bloquean la luz del exterior. ¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí?

Muevo mis manos y pies, pero las cuerdas son demasiado fuertes. El miedo comienza a apoderarse de mí, haciéndome sentir cada vez más atrapado. Entonces, escucho el sonido de unos pasos acercándose. Levanto la vista y, en la entrada de la sala, aparece él.

El chico al que ayudé.

Mis ojos se ensanchan al reconocerlo. Es imposible olvidar esos ojos marrones, su cabello oscuro y la cicatriz apenas visible en su pecho, donde estaba herido aquella noche. Pero ahora, su postura es diferente. Hay una frialdad en su mirada, una autoridad que no estaba allí cuando lo encontré herido.

—Bienvenido —dice, con una voz profunda y serena, mientras se acerca lentamente. Me observa como si fuera algo suyo, como si esta situación fuera completamente normal para él.

—Tú... —tartamudeo, mis palabras entrecortadas por el miedo—. ¿Qué es todo esto? ¿Por qué estoy aquí? ¿Quién eres?

Él se detiene frente a mí, sus ojos me recorren de pies a cabeza antes de inclinarse ligeramente, sus manos descansando en los brazos del sofá donde estoy atado.

—Soy Leonardo Russo —se presenta, su tono suave pero lleno de una autoridad implacable—. Y desde hoy, Alessandro, eres de mi propiedad.

Mis latidos se detienen por un segundo, mientras sus palabras retumban en mi mente. ¿Propiedad? ¿Qué significa eso? Intento luchar contra las cuerdas, intentando liberarme, pero es inútil. Él me observa sin inmutarse, como si mis intentos desesperados solo confirmaran lo que ya sabía.

—No entiendo... ¿De qué estás hablando? —pregunto, con la voz quebrada por el pánico.

Leonardo se endereza y camina lentamente alrededor del sofá, sus ojos nunca apartándose de mí. Se detiene junto a una mesa cercana, donde una copa de vino descansa. La toma con elegancia antes de girarse nuevamente hacia mí.

—Tu padre tiene una deuda conmigo —comienza a explicar, su tono frío como el hielo—. Una deuda grande, demasiado grande para que pudiera pagar con dinero. Y, como todo buen deudor desesperado, me ofreció algo más valioso.

Mi corazón se hunde en mi pecho. Cada palabra que sale de su boca es como una daga. No quiero creer lo que estoy escuchando, pero algo dentro de mí ya sabe lo que va a decir antes de que las palabras lleguen a mis oídos.

—Te ofreció a ti —concluye Leonardo, tomando un sorbo de su vino mientras sus ojos se clavan en los míos—. Y acepté sin pensarlo dos veces.

Me siento como si el suelo se abriera bajo mis pies. Mi padre... el hombre que nunca me quiso, que siempre me despreciaba, me ha vendido como si no fuera más que un objeto. Un pago por una deuda que ni siquiera sabía que existía. Todo lo que sentía hasta ese momento —la frustración por no conseguir trabajo, la tristeza por mi exnovio— desaparece, dejando solo una sensación abrumadora de traición y desesperanza.

—No... —susurro, mis ojos llenos de lágrimas—. Esto no puede estar pasando... No puedes hacerme esto...

Leonardo da un paso hacia mí, inclinándose una vez más hasta que sus ojos están a la altura de los míos. Puedo sentir su respiración en mi rostro, fría, calculada. Su mano se extiende, tomando mi barbilla con suavidad, obligándome a mirarlo directamente.

—Mírame, Alessandro —ordena suavemente, pero con firmeza—. Esto está pasando. Eres mío ahora, y no puedes hacer nada para cambiarlo.

Las lágrimas caen de mis ojos mientras la realidad me golpea con una fuerza aplastante. Estoy atrapado. No tengo salida, no tengo forma de escapar. Estoy a merced de un hombre que ni siquiera conozco, pero cuyo poder y control son evidentes en cada uno de sus movimientos.

—¿Qué quieres de mí? —logro preguntar, mi voz apenas un susurro.

Leonardo sonríe, pero es una sonrisa que no llega a sus ojos. Es fría, calculadora.

—Todo a su debido tiempo, Alessandro —responde, levantándose una vez más—. Por ahora, solo necesitas saber que estás bajo mi protección. Nadie te hará daño... excepto yo, si es necesario.

Me quedo inmóvil, paralizado por el miedo y la confusión. Mi vida ha cambiado por completo en cuestión de horas, y ya no sé en quién puedo confiar, ni siquiera en mí mismo.

Leonardo me observa por última vez antes de dar media vuelta y salir de la habitación, dejándome solo, atado, y completamente roto.

Sombras De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora