Alessandro
El estruendo de las balas resuena en el aire mientras nos cubrimos detrás de las columnas del almacén. La lluvia cae con fuerza, como si el cielo mismo se uniera al caos que estamos viviendo. Los rivales han venido a robarnos territorio, pero no tienen idea de con quién se están enfrentando. El clan Russo-Greco no cede ante nadie.
—¿Tienes suficiente munición? —le pregunto a Leonardo, que se encuentra a mi lado, apretando su arma con la misma serenidad de siempre.
—Siempre la tengo —responde con una sonrisa calmada, esa que siempre me tranquiliza—. No te preocupes, amore.
A pesar de la situación, su confianza me da fuerzas. Hemos superado muchas cosas juntos, pero esta vez la sensación de inquietud no me abandona. Hay algo en el aire, algo que me dice que esta pelea es más importante de lo que parece.
Los disparos siguen, las balas silban a nuestro alrededor, pero mantenemos nuestra posición. De repente, Leonardo se adelanta un poco para disparar, derribando a uno de los hombres que intentan flanquearnos. Pero entonces veo cómo dos más aparecen detrás de él, apuntándole directamente. Mi corazón se detiene.
—¡Leonardo! —grito, queriendo correr hacia él, pero estoy demasiado lejos.
El tiempo parece ralentizarse. Leonardo, acorralado, con dos armas apuntando a su espalda. No puedo moverme lo suficientemente rápido, no puedo salvarlo.
Pero antes de que pueda hacer algo, dos disparos suenan en el aire. Los hombres que estaban por disparar a Leonardo caen al suelo, abatidos. Me quedo paralizado, sin entender qué acaba de pasar, hasta que lo veo.
De las sombras aparece un joven, con el cabello castaño oscuro, un poco largo, meciéndose bajo la lluvia. Lleva una gabardina de cuero negro que apenas deja entrever su cuerpo musculoso. Un arete brilla en su oído derecho, y sus ojos marrones, intensos, me miran con una seguridad que me es familiar.
—Maximus... —murmuro, aún incrédulo.
Nuestro hijo, ahora un hombre de veinte años, camina hacia nosotros con una sonrisa confiada en los labios. Guarda su arma, como si nada hubiera pasado. Pero antes de que podamos reaccionar, otros dos hombres aparecen, corriendo hacia él.
Maximus no se inmuta. Con un movimiento fluido, saca una espada que tenía oculta bajo su abrigo. La hoja plateada destella bajo la luz de las farolas, y con una precisión impresionante, elimina a los dos hombres en un solo barrido. La elegancia con la que lo hace me deja sin palabras.
Leonardo, que ha estado en silencio todo el tiempo, finalmente baja su arma, mirándome con una mezcla de asombro y alivio.
—¿Desde cuándo es tan bueno? —me pregunta, claramente impresionado por lo que acaba de ver.
—Siempre lo ha sido —respondo, todavía procesando la escena—. Solo que ahora ha decidido mostrárnoslo.
Maximus se sacude la sangre de la espada con un movimiento rápido antes de guardarla bajo su gabardina. Luego, con su característica sonrisa traviesa, se acerca a nosotros.
—¿Por qué no me invitaron a la fiesta? —pregunta, su tono lleno de burla, como si no acabara de salvarnos la vida.
—Pensé que estabas ocupado con tus amigos —le digo, aún sorprendido de verlo aquí—. No queríamos molestarte.
Maximus suelta una carcajada, se cruza de brazos y sacude la cabeza.
—¿Molestarme? ¿Enserio creen que me perdería esto? —dice, fingiendo estar ofendido—. Papá, sabes que nunca me perdería algo tan divertido.
Leonardo se acerca a él y coloca una mano en su hombro.
—Si hubiéramos sabido que ibas a unirte, te habríamos esperado —dice con una sonrisa—. Aunque admito que nos has sacado de un buen lío.
Maximus arquea una ceja, disfrutando el halago.
—Bueno, alguien tiene que asegurarse de que ustedes dos no se metan en demasiados problemas —responde, mirando a su padre con diversión.
—¿Nosotros? —replico, fingiendo indignación—. ¡Eres tú el que siempre anda buscando peleas!
—Eso es un mito —contesta, reprimiendo una sonrisa—. Yo solo respondo a las circunstancias.
Leonardo y yo intercambiamos una mirada antes de echarnos a reír. A pesar de la tensión del momento, la presencia de Maximus aligera el ambiente. Nuestro hijo ha crecido más de lo que alguna vez imaginamos. No solo es fuerte y hábil, sino también seguro de sí mismo, audaz, y mucho más de lo que alguna vez esperé.
—Deberíamos volver a casa —digo finalmente, mirando a mi alrededor. La situación ya está bajo control.
—Sí, pero antes tal vez quiera asegurarme de que no queden sorpresas —sugiere Maximus, sacando su teléfono para hacer una llamada rápida.
—Déjalo, Maximus —interviene Leonardo—. Nuestros hombres se hacen cargo de todo esto. Nosotros ya hemos hecho lo nuestro.
Maximus asiente y guarda el teléfono. La lluvia sigue cayendo, mezclándose con el olor a pólvora y sangre. Caminamos juntos hacia la salida, dejando atrás el caos del enfrentamiento. Sabemos que esto no es el fin, que habrá más batallas por venir, pero juntos, sentimos que podemos con lo que sea.
—Entonces, ¿cuál es el plan para esta noche? —pregunta Maximus, rompiendo el silencio mientras caminamos—. ¿Cena en familia?
Leonardo ríe entre dientes.
—Por supuesto, pero primero quizá quieras cambiarte. Estás cubierto de sangre.
Maximus se mira a sí mismo, como si no lo hubiera notado antes.
—Oh, esto... solo son las marcas de mi éxito —dice con una mueca juguetona.
—Tú y tu éxito... —respondo, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.
Nos alejamos bajo la lluvia, dejando atrás el caos y la violencia. Maximus camina junto a nosotros, ya no como el niño que solía ser, sino como un hombre fuerte, audaz y capaz. El futuro del clan está seguro con él, y mientras avanzamos juntos, bajo la lluvia, sé que todo estará bien.
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Sombras De Pasión
RomanceAlessandro Ferrara ha pasado su vida en la sombra de la desesperación. Hijo de un padre alcohólico y con una madre fallecida, ha trabajado incansablemente para mantener a su familia a flote. Cada día es una lucha por sobrevivir, y sus esperanzas est...