Capítulo 56

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Angelina

Estoy en la bodega de Leonardo, un lugar oscuro y sombrío que refleja perfectamente lo que siento dentro de mí. Mi corazón late con fuerza, pero no es de miedo. Es de furia, de odio acumulado por años, de todo lo que he guardado y reprimido. Al fin, después de tanto tiempo, enfrentaré al hombre que le robó la vida a mi hijo, a Luigi Farrera.

Leonardo está a mi lado, su expresión es igual de severa que la mía. Ambos compartimos el mismo propósito: hacer que Luigi pague por lo que le hizo a Alessandro. Mis hombres están listos, quietos en las sombras, esperando mi señal. Sé que hoy la justicia no será un proceso lento ni diplomático. Será rápida y brutal, como lo merece.

La puerta de la bodega se abre con un golpe seco, y los hombres de Leonardo entran arrastrando a Luigi. No he visto su rostro en años, pero lo reconozco al instante. Ese hombre que una vez creí capaz de cuidar a mi hijo, de darle la vida que yo no podía ofrecerle. Qué equivocada estaba.

Luigi levanta la mirada y, cuando sus ojos se posan en mí, algo en su expresión cambia. Me reconoce de inmediato, pero no parece sorprendido. Más bien, es como si hubiera esperado este momento.

—Angelina... —dice con una voz ronca, arrastrada por los años y la vida dura—. Nunca pensé que volvería a verte.

Sus palabras son suficientes para hacerme hervir la sangre. Me acerco a él, mis pasos decididos. Sin pensarlo, levanto el puño y lo golpeo en la cara con todas mis fuerzas. El impacto resuena en la bodega, pero no es suficiente para apagar el dolor que siento.

—¡Maldito! —grito con rabia contenida—. ¡Ya me enteré de todo! ¡De cómo trataste a mi hijo!

Luigi se tambalea por el golpe, pero se recupera rápidamente. Sus labios se curvan en una sonrisa torcida, como si no le importara lo que le estoy diciendo.

—Alessandro era un inútil —responde con una frialdad que me hiela el alma—. Necesitaba corrección. Era débil, y alguien tenía que enseñarle disciplina.

Esas palabras desatan algo en Leonardo. Lo veo moverse antes de que pueda reaccionar, y en un instante, sus puños ya están impactando contra el rostro de Luigi. Un golpe tras otro, Leonardo descarga su furia, y por un segundo, me quedo paralizada por la satisfacción de ver cómo recibe su castigo.

—¡Basta! —le ordeno a Leonardo, levantando la mano.

Leonardo se detiene, respirando con dificultad, pero mantiene su mirada asesina sobre Luigi. Yo, en cambio, recupero mi calma, porque sé que esta parte es mía. Luigi es mío. Y quiero que sufra cada segundo por lo que le hizo a mi hijo.

—Quiero que pague —digo con frialdad, mi voz cortando el aire pesado de la bodega—. Que lo torturen.

Mis hombres no necesitan más instrucciones. Se abalanzan sobre Luigi como lobos, arrastrándolo hacia una silla de metal en el centro de la bodega. Lo atan con cadenas, y en cuestión de segundos, el sonido de sus gritos empieza a llenar el espacio mientras lo golpean, lo humillan, lo quiebran.

Yo, mientras tanto, camino alrededor de la escena, observando con una calma helada. Esto no es venganza, no es justicia común. Esto es por Alessandro. Esto es por los años de sufrimiento que Luigi le causó. Cada golpe, cada grito de dolor, es un recordatorio de que mi hijo merece ser protegido, de que no fallaré esta vez.

Después de lo que parece una eternidad, me acerco a Luigi. Su rostro está destrozado, apenas es capaz de abrir los ojos. Me arrodillo frente a él, sosteniendo mi pistola en la mano. La levanto con calma, apuntando directamente a su cabeza.

—A partir de ahora —digo con una voz firme—, yo cuidaré de Alessandro. Lo haré lo que es: un Greco, el próximo líder del clan. Le daré todo lo que tú le negaste. Y te aseguro que será mucho más de lo que jamás podrías haber imaginado.

Luigi intenta hablar, pero sus palabras son débiles, ininteligibles. No me importa lo que tenga que decir. Ya ha dicho suficiente.

—Adiós, Luigi —susurro, y sin más demora, aprieto el gatillo.

El sonido del disparo retumba en la bodega, y Luigi cae hacia atrás, su cuerpo sin vida ahora un simple caparazón de lo que alguna vez fue. Pero no siento alivio, no siento liberación. Solo vacío. Esto no devuelve a Alessandro el tiempo perdido, ni cura las cicatrices que lleva en el alma.

Me levanto lentamente, limpiando la pistola con un paño que uno de mis hombres me entrega. Miro a Leonardo, quien me observa con una mezcla de respeto y comprensión.

—Esto no termina aquí —le digo, mientras guardo el arma—. Ahora, Alessandro sabrá quién es en verdad, y ocupará su lugar entre nosotros. Yo me aseguraré de que eso suceda.

Leonardo asiente en silencio. Ambos sabemos que el futuro será complicado, pero estoy dispuesta a enfrentar todo lo que venga. He recuperado a mi hijo, y no pienso perderlo de nuevo.

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