Leonardo
El motor del coche ruge en la oscuridad, las luces de la ciudad se convierten en un borrón de colores mientras manejo a toda velocidad. Alessandro está en el asiento trasero, su respiración es un frágil susurro, casi inaudible. La sangre sigue fluyendo, un torrente rojo y oscuro que no puedo detener, y cada bache en la carretera parece un golpe directo a mi propio corazón.
Mi mente es un torbellino de pensamientos aterradores. No puedo permitirme el lujo de pensar en lo que pasará si no llegamos a tiempo. Cada segundo cuenta, y el reloj parece avanzar en cámara lenta. La angustia y el miedo se mezclan con la rabia, un cóctel peligroso que me impulsa a ir más rápido, a hacer lo imposible para salvar a Alessandro.
Cuando finalmente llegamos al hospital, el personal de emergencia está listo para recibirnos. Los paramédicos corren hacia el coche, y yo apenas tengo tiempo para soltar el volante antes de que comiencen a mover a Alessandro con cuidado pero rapidez. La sangre en mis manos es un recordatorio cruel de la situación en la que nos encontramos.
—¡Rápido, por favor! —exijo, la voz me sale rasposa, pero mi grito es tan intenso como el terror que siento.
No me quedo para ver cómo se llevan a Alessandro. Mi cuerpo se mueve automáticamente, como si supiera exactamente hacia dónde ir. Lorenzo está a mi lado, también con la tensión visible en su rostro. Los dos seguimos a los paramédicos hasta la entrada del hospital, pero cuando intentamos entrar en la sala de emergencias, un par de enfermeras nos detienen.
—Debemos de hacerle espacio al equipo —dice una enfermera, su expresión es profesional pero no exenta de preocupación.
—¡No, yo voy con él! —insisto, tratando de avanzar, pero Lorenzo me detiene con una mano en el brazo.
—Déjalos trabajar. No puedes hacer nada en este momento. Necesitamos esperar aquí —me dice con calma, aunque sus ojos traicionan su propia preocupación.
Obedeciendo a regañadientes, me desplomo en una de las sillas en el área de espera. Las luces fluorescentes del hospital iluminan la sala de manera fría y clínica. Mis manos están aún manchadas de sangre, secas y pegajosas. Trato de limpiarlas con un pañuelo que encuentro en mi bolsillo, pero es inútil. La sangre parece haberse fundido con mi piel, y cada vez que miro mis manos, me recuerda lo que está en juego.
Lorenzo se sienta a mi lado, su expresión es dura, pero puedo ver que está tan nervioso como yo. Hay un silencio incómodo entre nosotros, roto solo por el sonido ocasional de un teléfono sonando o una enfermera caminando rápidamente. El tiempo parece estirarse infinitamente, cada segundo se siente como una eternidad.
—No podemos hacer nada más que esperar —dice Lorenzo finalmente, su voz es un susurro mientras observa la puerta de la sala de emergencias—. La situación está fuera de nuestras manos ahora.
Asiento lentamente, mi mente aún atormentada por las imágenes de Alessandro herido. Cada vez que cierro los ojos, veo su rostro, pálido y débil, y siento una punzada de dolor en el pecho. No puedo dejar de pensar en lo que podría haber hecho diferente, en cómo pude haber evitado todo esto.
Los minutos se arrastran mientras esperamos. La angustia se acumula en mi estómago, y me cuesta respirar. Lorenzo se esfuerza por mantener la calma, pero la tensión entre nosotros es palpable. La ansiedad me consume, y la impotencia de no saber qué está pasando con Alessandro es abrumadora.
Finalmente, después de lo que parece una eternidad, una puerta se abre y un médico sale, con su bata blanca y su expresión profesional. Me levanto de golpe, mi corazón golpea con fuerza en mi pecho.
—¿Cómo está? —pregunto, mi voz apenas es un susurro, cargada de desesperación.
El médico nos mira con una mezcla de seriedad y compasión. —Hemos logrado estabilizarlo. Está en una condición crítica, pero por ahora está vivo. Necesitaremos monitorearlo de cerca durante las próximas horas.
La noticia es un alivio, pero no suficiente para calmar el torbellino dentro de mí. Vivo, pero crítico. Es una mezcla amarga de esperanza y preocupación. Mis rodillas se sienten débiles, y Lorenzo me agarra del brazo para mantenerme de pie.
—¿Puedo verlo? —pregunto, mi voz temblando.
El médico asiente y nos guía por los pasillos del hospital hasta la habitación donde Alessandro está siendo atendido. Mi respiración se acelera a medida que nos acercamos, mi mente repleta de imágenes de Alessandro en esa cama de hospital, su vida en la cuerda floja.
Cuando entramos en la habitación, Alessandro está tendido en la cama, conectado a una serie de tubos y monitores. Su piel sigue pálida, pero hay un leve ritmo en su pecho, una señal de que sigue respirando. Me acerco a su lado, mis dedos rozan suavemente su mano. Está fría al tacto, pero es un contacto que me reconforta, aunque solo un poco.
—Estoy aquí, Alessandro —susurro, inclinándome hacia él—. No te vayas. No te dejes ir. Te necesito aquí conmigo.
Las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos, y me esfuerzo por mantenerme fuerte. No puedo permitir que el miedo me venza ahora. La vida de Alessandro depende de mí, de mi fuerza, de mi determinación.
Me siento en una silla cerca de su cama, mis ojos fijos en su rostro. Aún con el alivio de saber que está vivo, no puedo dejar de sentir una profunda tristeza y desesperación. La culpa y el dolor se entrelazan con la esperanza mientras me aferro a la posibilidad de que Alessandro despertará y se recuperará.
Es una noche larga, y el silencio del hospital parece amplificar cada pensamiento y emoción que atraviesan mi mente. No puedo apartar la vista de Alessandro, no puedo permitir que nada lo lastime más. Haré lo que sea necesario para asegurarme de que salga de esto, y si eso significa que debo enfrentar mis propios demonios, lo haré.
Así me quedo, al borde de la desesperación pero también aferrado a la esperanza, mientras el tiempo avanza lentamente en esta noche interminable.
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Sombras De Pasión
RomansaAlessandro Ferrara ha pasado su vida en la sombra de la desesperación. Hijo de un padre alcohólico y con una madre fallecida, ha trabajado incansablemente para mantener a su familia a flote. Cada día es una lucha por sobrevivir, y sus esperanzas est...