Capítulo 45

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Alessandro

El sonido de los disparos rompe la tranquilidad del jardín mientras camino hacia afuera. No es la primera vez que escucho a Leonardo practicar tiro, pero esta vez decido acercarme más. Siempre he sentido una curiosidad latente por el control que tiene sobre las armas, por la forma en que parece dominar cualquier situación con esa confianza arrolladora. A medida que me acerco, veo su figura alta y decidida, sosteniendo el arma con precisión y firmeza, apuntando hacia un blanco al otro lado del jardín.

Me detengo por un momento, observando. Los disparos continúan, rápidos y exactos, y cada uno impacta con una perfección que me impresiona. Leonardo baja el arma para recargar y me ve acercándome. Su mirada siempre cambia cuando me ve; esa dureza fría se suaviza un poco, y una leve sonrisa aparece en sus labios.

—¿Qué haces aquí, Alessandro? —pregunta, aunque sé que ya sabe la respuesta.

Lo miro un segundo, intentando reunir el valor para lo que estoy a punto de decirle.

—Quiero que me enseñes a disparar —respondo con firmeza, caminando hasta donde está él, mis ojos fijos en el arma que sostiene en sus manos.

Leonardo deja escapar una risa suave, casi incrédula, mientras sacude la cabeza.

—No —dice con un tono que no deja lugar a debate—. No necesitas aprender a disparar.

—¿Por qué no? —replico, cruzándome de brazos—. Quiero aprender a defenderme, Leonardo. Quiero estar preparado, por si alguna vez te necesito... o si me necesito a mí mismo.

Me mira fijamente, su expresión seria de nuevo. Sé que no le gusta la idea. Es obvio que detesta la sola posibilidad de que yo toque un arma, pero algo en mi mirada parece hacerlo dudar. Veo su lucha interna reflejada en sus ojos.

—No quiero que toques un arma, Alessandro. —Su voz es más suave ahora, casi protectora—. No es algo para ti. Yo me encargo de protegerte.

—No siempre estarás ahí —respondo, más calmado pero decidido—. Y no quiero ser una carga para ti. Si algo pasa... prefiero estar listo.

Hay un largo silencio mientras me mira, su mandíbula tensa. Finalmente, suspira y, sin decir una palabra más, me pasa el arma, cuidadosamente. Me sorprende un poco, no por el hecho de que me la esté dando, sino por la sensación de tenerla entre mis manos. Es pesada, fría, completamente ajena a lo que estoy acostumbrado. Leonardo me observa mientras examino el arma, esperando que me acostumbre a la sensación.

—Está bien —dice al fin, tomando una posición detrás de mí—. Pero voy a estar aquí todo el tiempo. No te dejaré solo con esto.

Siento su cuerpo acercarse al mío mientras coloca sus manos sobre las mías, guiándome. Es un gesto protector, pero no puedo evitar sentir un leve estremecimiento recorrer mi espalda. El calor de su cuerpo es reconfortante, pero también me desconcentra un poco. Intento mantenerme enfocado en el arma, pero con Leonardo tan cerca es difícil.

—Primero, necesitas aprender a sostenerla correctamente —susurra en mi oído, su voz baja y grave.

Sus manos ajustan las mías alrededor del arma, colocándolas de la forma correcta. Puedo sentir su respiración en mi cuello, el calor que emana de su cuerpo. Es imposible ignorar lo cerca que está, lo consciente que me hace de cada uno de sus movimientos.

—Así... firme, pero no tenso —continúa, sus manos guiando las mías mientras me ayuda a apuntar hacia el blanco al otro lado del jardín—. Si te tensas demasiado, perderás precisión.

Intento hacer lo que me dice, pero es más difícil de lo que pensaba. Tener un arma en las manos se siente raro, pero al mismo tiempo, hay una extraña sensación de poder, de control. Eso es lo que me asusta y me atrae a la vez.

Leonardo se toma su tiempo, ajustando mi postura, moviendo mis hombros y brazos hasta que siente que estoy listo.

—Ahora, relájate —me dice, su voz más suave, casi susurrante—. No pienses demasiado, solo respira y dispara.

Me concentro, inhalo profundo y, justo cuando voy a apretar el gatillo, siento su mano deslizarse suavemente por mi brazo. Es un toque ligero, casi casual, pero su intención es clara. Me mira de reojo con una sonrisa que apenas se asoma en la comisura de sus labios.

—Te ves bien así, Alessandro —dice en un tono que mezcla seducción con admiración—. Pero aún mejor cuando estás concentrado.

Mi corazón late más rápido. Sé que lo está haciendo a propósito, distrayéndome a propósito. Sus dedos juegan con los míos un momento antes de retirarse, dejándome solo con el arma de nuevo. Intento ignorarlo, pero es difícil.

—Vamos, dispara —me anima, su voz aún grave.

Exhalo lentamente, apretando el gatillo. El disparo resuena en mis oídos, y aunque no doy en el centro del blanco, al menos no fallo por completo. Me siento... satisfecho. Leonardo, en cambio, parece estar disfrutando más de mi incomodidad.

—Nada mal para ser la primera vez —dice, sus manos volviendo a mi cuerpo, ajustando mi postura una vez más. Sus dedos rozan mis caderas al moverse, y siento su aliento en mi cuello otra vez.

Me remuevo ligeramente, no por incomodidad, sino porque el efecto que tiene en mí es demasiado evidente. No puedo concentrarme en el disparo, no con él tan cerca, no con el calor de su cuerpo presionando ligeramente el mío.

—Leonardo... —murmuro, intentando mantenerme enfocado—. ¿Me vas a enseñar de verdad o solo estás jugando conmigo?

Su risa es suave, pero hay un tono oscuro en ella. Me gira para que lo mire directamente, y su mirada es intensa, cargada de algo más que simple instrucción.

—Siempre puedo hacer ambas cosas, Alessandro —responde con esa sonrisa que conozco demasiado bien.

Su mano se posa en mi cintura, atrayéndome un poco más hacia él. Mi respiración se acelera, y por un momento, olvidamos el arma, el blanco, y todo lo demás. Es solo él y yo, el aire entre nosotros cargado de tensión.

Pero Leonardo no deja que me pierda en ese momento por completo. Con un movimiento suave pero firme, me da la vuelta otra vez, empujándome ligeramente hacia adelante hasta que vuelvo a tener el arma en mis manos.

—Concéntrate —me susurra al oído, esta vez su tono más serio—. Un tiro más, y después... podemos continuar con lo que quieras.

Hay algo en su tono que me obliga a obedecer. Respiro hondo, tratando de ignorar el calor que siento en mi piel, y vuelvo a apuntar. Esta vez, el disparo es más firme, más seguro. El impacto es más cercano al centro, y siento una satisfacción más grande.

—Eso es —dice, su voz suave mientras sus manos se deslizan por mis brazos, como si quisiera recompensarme por el progreso—. Estás aprendiendo rápido.

Me giro para mirarlo, mi respiración aún un poco agitada. Su expresión es de orgullo, pero también de algo más. Hay deseo en sus ojos, ese mismo deseo que yo siento crecer dentro de mí.

—¿Te enseñé bien? —pregunta, pero antes de que pueda responder, sus labios rozan los míos, suaves y cálidos, como un premio al esfuerzo.

Asiento, incapaz de decir algo coherente. Siento sus manos en mi cintura de nuevo, esta vez más firmes, atrayéndome hacia él mientras el arma queda olvidada a un lado.

El aire se vuelve espeso a nuestro alrededor. Aquí, en medio del jardín, rodeados por el silencio de la noche que cae lentamente, todo se siente más íntimo, más cercano. Y por un momento, no hay armas, ni peligro, ni necesidad de aprender a defenderme. Solo estamos él y yo, inmersos en una lección que, al final, resultó ser mucho más intensa de lo que esperaba.

Sombras De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora